Capítulo XII

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El día era cálido, soleado y muy muy hermoso.

Elise se puso lo primero que encontró a mano; un vestido de mangas cortas color verde esmeralda no muy elegante, bastante simple, y unos zapatos color negros demasiado cómodos.

Se dejo el cabello suelto, y apenas lo peino, lo que causó rulos y ondas en toda su cabellera.

Salió de su habitación y saludó a cada persona que vio de manera educada y amable, sin importarle mucho lo que pensaran.

Desde que Oberyn había aparecido en los jardines a verla, ella iba allí con mayor frecuencia... Esperando encontrarlo nuevamente. Aunque lo buscó con la vista, no lo encontró. Por lo que siguió el camino de piedras de los jardines a paso tranquilo.

Caminaba lentamente, escuchando el canto de los pájaros al pasar y de repente escucho la risa de niños jugando a lo lejos.

Se acercó hacia donde provenían las voces y pudo ver a varias niñas.

Las dos mas pequeñas jugando con muñecas, mientras que las mayores se lanzaban al suelo y se golpeaban entre sí, peleando. Eso le llamó la atención a Elise, pero al ver que era tan solo un juego, siguió su rumbo hasta ellas.

Elise pudo divisar que usaban espadas de madera, y la más alta le asestó un fuerte golpe en las piernas a la otra. La que cayo al suelo era muy delgada, de cabello negro recogido en una trenza, bastante bonita.

La otra era robusta, casi tan alta como Elise, y tenía el cabello marrón corto hasta los hombros.

Luego Elise llevo su mirada a las otras dos y se dio cuenta de que una de ellas era Arianne, la hija de Doran. La niña que la acompañaba era rubia, de ojos azules y un rostro repleto de pecas.

—¡Elise! —dijo la voz de una niña, de Arianne Martell—. ¡Ven Elise! —llamó la pequeña.

Elise sonrió y se dirigió hacia ellas. Pudo notar que cada una de las niñas la estaban observando, atentas y cautelosas. Como si fuera algo anormal...

—¡Hola Elise! —dijo Arianne sonriente—. ¿Quieres jugar con nosotras? —preguntó la niña, mirando a Elise con aquellos ojos; oscuros y brillantes al mismo tiempo.

—Me encantaría...—dijo Elise, y le dedicó una sonrisa a la pequeña, quien se la devolvió.

—Ella es Tyene, Tyene ella es Elise, mi amiga —dijo Arianne, señalando a la niña de cabello rubio.

«¿Amiga? Qué ternura».

—Hola Tyene...—dijo Elise, algo tímida.

—Hola Elise, eres muy bonita...—respondió la niña sonriente.

—Gracias, tu también lo eres Tyene—dijo Elise enternecida.

—Ellas son Nymeria —«la niña de la trenza»— y Obara —«la niña que peleaba con ella».

—Hola niñas —saludó Elise.

—Hola —respondieron las dos al mismo tiempo, mientras que la pequeña miraba a Elise sin comprender.

—Jugábamos a las muñecas, ¿cuál te gustaría usar? —preguntó Arianne, mostrándola una gran variedad de juguetes.

Elise observó sorprendida, y antes de que pudiera responder...

—Niñas, no molesten a la dama —dijo una voz masculina que provenía de espaldas de Elise.

Ella volteó rápidamente, esperando que fuera Oberyn, aunque por su voz se dio cuenta de que no era...

Vio parado a Doran.

Que vestía una túnica anaranjada bastante holgada, ajustada en la cadera por un cinturón de cuero y unas botas color gris oscuro también de cuero.

—Buenos días Doran —dijo Elise, y le dedicó una tímida sonrisa al príncipe.

—Buenos días Elise, disculpa a las niñas, son jóvenes —dijo él ubicándose al lado de Elise.

Arianne le dedicó una mirada de reproche a su padre, y siguió jugando con Tyene.

—No hay nada que disculpar —respondió Elise.

—Ven, acompáñame a caminar...¿quieres?—preguntó Doran, serio y cortés a la vez.

—Claro —respondió ella amablemente.

Caminaron juntos por el jardín, conversando sobre sus infancias y aventuras, aunque quien mas hablaba era Elise, claro. Doran era tan callado, pero atento sin duda.

—¿Te gusta leer Elise? —preguntó él sonriente, caminando de manera lenta y tranquila.

Elise se sorprendió. Nunca nadie le preguntaba sobre sus gustos e intereses, y se tomo el tiempo en responder. Pensando si debía o no decir lo que pasaba por su mente...

—Si, me gustan los libros sobre herbolarios. Me interesa la creación de pociones, venenos, esa clase de cosas. Siempre me intereso la curación, y si pudiera ser Maestre lo haría...

Se sintió algo avergonzada al decirlo, claramente que no podría ser Maestre, ya que a las mujeres no se les permite serlo... Pero ¿que mas daba? Después de todo era solo una conversación.

El príncipe arqueó las cejas sorprendido.

—¿De verdad? —preguntó él—.Tengo una gran cantidad de libros de esa clase... Podría prestarte algunos si gustas —dijo Doran amablemente.

Elise sonrió agradecida.

—Me encantaría —admitió ella sonriente.

Doran le devolvió la sonrisa.

«Es más apuesto cuando esta sonriendo. Siempre esta tan serio...».

Caminaron juntos por unos metros más, mientras que Elise observaba a las niñas jugando. Una sonrisa se escapo en sus labios. Doran lo notó.
-Son de Oberyn, ¿sabes? -preguntó Doran algo serio.

Elise no supo de que estaba hablando, y confundida, frunció el ceño.

—¿Qué cosa? —preguntó Elise sin comprender.

Doran dejó escapar una leve risa.

—Las niñas...—respondió él.

Elise llevó los ojos a las pequeñas que correteaban por todo el jardín junto con Arianne. No tenían nada de él en absoluto, salvo... Sus ojos. O eso le pareció.
—No tenía idea —respondió Elise, sorprendida y algo enternecida al mismo tiempo. Sabia sobre la existencia de los bastardos de Oberyn. Pero nunca se hubiese imaginado que vivían en el Palacio, junto a él. No era algo común en Dorne, ni en cualquiera de los Siete Reinos.
Doran asintió, serio.
—Elise...—dijo Doran algo preocupado, y Elise pudo ver cierto disgusto en sus ojos.
—Dime Doran...—dijo ella, quien también se había preocupado ante el tono en las palabras del príncipe.
—Mi hermano Oberyn... Puede ser alguien muy... intrigante. Pero como todos sabemos: la curiosidad mató al gato. Él es alguien...peligroso, por así decirlo. Ten cuidado con él —dijo Doran, mirando a los ojos de la joven.

Elise se mantuvo perpleja. «La Víbora Roja, ¿peligroso? Cualquier persona en Poniente sabe eso...». Sin embargo, lo que más sorprendió a Elise fue que quién estuviera diciéndole esas palabras era Doran, hermano de Oberyn.
Y cuando quiso responderle, se dio cuenta de que se Doran se había marchado.

Elise miró con cautela a su alrededor, y pudo ver a lo lejos a las niñas, corriendo y jugueteando. Regresó hacia los adentros del palacio, y buscó con la vista a alguien, pero no encontró nada.

Dio vueltas por el palacio, contemplando los cuadros, las plantas, los tapices. Daba pasos lentos y cautelosos, pensando todavía en las palabras de Doran sobre Oberyn. Algo de ellas le preocupaba, y le ofendía. Pero al mismo tiempo le dio mucha curiosidad; sabía que Oberyn no era bueno, ¿pero en que sentido se lo decía?

«Basta, no puedes pensar todo el día en eso».Sin embargo, eso fue todo lo que ocupó su mente en lo que restó del día.



El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora