Capítulo III

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Habían llegado después del mediodía, por lo que almorzaron en el camino al castillo.

Elise no supo con seguridad donde era que se ubicaba este con exactitud, solo que era en alguna parte de las Marcas de Dorne con mucha montaña. Tuvieron que subir a caballo la mayoría de la trayectoria, lo que a Elise le fascinó, amaba cabalgar.

Su marido, no hablaba mucho después de todo, y menos lo hacía mientras cabalgaba. Parecía que caería muerto del caballo en cualquier momento.

Luego de unas horas llegaron. Era un castillo, no muy grande, que contaba con cuatro torres altas y en cada cima flameaba el emblema de la casa Jordayne. Estaba construido en piedra color grisáceo-negro, apiladas a la perfección una sobre la otra, y en medio de las dos torres principales se ubicaba un enorme portón de un color marrón cubierto en rejas, se veía muy resistente. El resto del terreno estaba cubierto por unas murallas del mismo material que el castillo.

El lugar estaba repleto de árboles con frutas y una cantidad abundante de flores montañesas. El clima era mucho mas frío ahí arriba, aunque el aire era puro y refrescante.

Elise bajó del caballo ansiosamente, esbozando una pequeña sonrisa. Y cuando estaba por entrar al castillo, pudo ver que su marido todavía estaba en el intento de bajarse del caballo, por lo que Elise se acercó a ayudarlo, como era típico en ella.

El hombre le dedicó una dulce sonrisa, y ella notó que respiraba con dificultad, «es muy anciano...». Pensó con tristeza. «No creo que sea capaz de...». La idea le puso los pelos de punta, pero tarde o temprano tenía que aceptarla...

—¿Te encuentras bien querido? —preguntó, y las palabras le sonaron ridículas en su lengua. Tomo el brazo de su marido y lo guió hacia la entrada del castillo.

—Si mi niña, gracias por preocuparte —respondió el anciano con una sonrisa.

¿Niña? «¡Soy tú esposa! ¡Y como si fuera poco esta noche...!». Elise torció el labio.

Entraron al castillo a paso sumamente lento, lo que solo aumento la ansiedad de la muchacha.

Al entrar, el aire se torno cálido y pudo sentir el olor a leña que rodeaba el ambiente. La decoración era algo insulsa, anticuada, pero el entorno era acogedor.

—¿Qué te parece? —preguntó el anciano, mirando a los oscuros ojos de su joven esposa.

Ella sonrió.

—Es muy bonito —admitió, y rogó que sus palabras hubieran sonado honestas. Pues lo eran.

El anciano sonrió satisfecho y, nuevamente, tomó del brazo a su esposa.

—Sígueme, voy a mostrarte el castillo —dijo el hombre y la guió por cada habitación en el edificio.

Le costaba tanto trasladarse, tardaron aproximadamente dos horas en recorrer todo el castillo, a pesar de que no era grande, en absoluto.

Era bonito. Lo que mas le había agradado era el baño; hecho en una pared de piedras azules oscuro, que brillaban sin cesar, y en el centro de la habitación se ubicaba una enorme bañera color dorado. Un aroma exquisito volaba en el aire.

El baño y también su habitación, de ella y su esposo; era grande, con muchos muebles de madera color claro y una enorme cama de sábanas color carmesí, muy bella. El emblema de la casa Jordayne se encontraba por todos lados, sobretodo en las paredes, que hacían juego con unos retratos muy bellos de mujeres y hombres.

—Es hora de la cena. ¿Recuerdas dónde está el comedor?—.

Elise asintió. Tenía una buena memoria, cuando quería...

El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora