Capítulo II

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El día había llegado: Elise contraería matrimonio.

Había despertado muy temprano, justo antes del amanecer, y se dio un largo y relajante baño. Sus doncellas la perfumaron, cepillaron y arreglaron para que luciera perfecta...

La ceremonia se llevaría a cabo en el salón principal del castillo de Doral, al mediodía.

Cuando ya estaba limpia y seca, las doncellas la ayudaron a ponerse el corsé, y a continuación el vestido. Un hermoso vestido color marfil, de mangas largas y holgadas. Era ajustado en la parte superior, y justo al llegar a la cintura se abría en forma de pétalos de flor, decorados con perlas y pequeñísimos zafiros.

Era un vestido que quitaba el aliento, y no se reconoció a si misma cuando se vio en el espejo.

Su cabello estaba recogido en un gran rodete de trenzas formando lo que Elise creyó, era un corazón. Muy bello y elegante. Lucía unos pequeños aretes de perlas, del mismo tamaño que las de su vestido. Y una gargantilla de plata que tenía un pequeño zafiro en forma de corazón. Estaba impecable.

Su madre no estaba con ella, estaba abajo con los invitados, y Elise se sentía tan sola y nerviosa...

No había muchos invitados en la ceremonia, tan solo su madre, su esposo y un par de amigos cercanos de la familia. Elise deseaba con toda su alma que su padre estuviera allí, pero no sería así.

La joven dejó su habitación y se dirigió al salón principal en compañía de sus doncellas. Eran cuatro;la primera era alta y sumamente delgada, de cabello oscuro como el ébano. La segunda era algo rellenita, de cabello color marrón oscuro y un rostro cubierto de pecas, muy bonita. Las otras dos eran muy parecidas entre si, por lo que Elise supuso eran hermanas mellizas, de cabello color negro y un rostro algo triste, con una gran nariz ganchuda en su rostro.

Todas cotilleaban y contaban chistes a Elise, para que se relajara.

Y finalmente llegaron al salón.

La cantidad de invitados era realmente muy pequeña, y todos la miraban boquiabiertos, esbozando sonrisas y haciendo comentarios entre si.

Elise pudo divisar a su madre que estaba de pie junto a las escaleras, vestía un lindo vestido color lila de mangas cortas, lucia muy bonita.

Y también a su prometido, que lucía muy elegante en ropas color marfil que combinaban con su vestido.

Ella caminó hasta él lentamente, que la observaba sonriendo de punta a punta.

Pronunciaron sus votos frente a los dioses, y el septon dio el anuncio de que, por fin, estaban...casados.

Se dieron un leve beso. Elise había escuchado historias sobre los besos, sobre lo que provocaban. Sin embargo todo lo que sintió fue algo seco, duro y frio. «Supongo que son los nervios...Eso es todo».

Elise se sentía tranquila, feliz aunque algo triste. Hubiera querido casarse con alguien a quien amaba, como lo habían hecho sus padres...pero no sería así...

Ella bailó con su marido, y él estaba embobado por la belleza de la joven.

Los bardos tocaron canción tras canción, sin parar.

Los pocos invitados que habían asistido bailaban, reían y comían. No parecía en absoluto que afuera había una guerra...

Pasaron las horas, demasiado rápido, y la celebración término. Había sido agradable.

Elise se sintió tan feliz, por fin un momento de alegría, de risas y felicidad después de tantas cosas horrendas.

El sol se estaba poniendo en el oeste... Lo que significaba que ya era hora de marcharse.

Y cuándo la ceremonia había terminado completamente, ella debía de viajar con su esposo. Ya que un barco estaba esperándola para zarpar hacia un lugar desconocido, donde se suponía que ella viviría de ahora en más.

Su madre la abrazó y cubrió de besos, dando lo mejor de sí por no llorar. Elise también se sentía sumamente triste. Dejaría a su madre, a su compañera, su confidente...

—Prométeme que irás a visitarme cuando todo esto termine...—pidió Elise con tristeza, y sintiendo que sus ojos se humedecían.

—Lo juro por Los Siete...—afirmó su madre y le dio un fuerte abrazo a su hija, tan fuerte que por poco la deja sin aliento.

—Que así sea entonces —dijo la joven, sonriendo ante el abrazo de su madre y se despidió con un tierno beso en la mejilla.

Saludo a cada uno de los invitados con un leve beso y una reverencia, y finalmente se acerco al barco.

Elise subió a este, y se mantuvo en el borde, mirando. Y cuando el barco comenzó a moverse, ella permaneció en la borda, saludando con la mano a su madre, que a medida que pasaba el tiempo...se iba convirtiendo en un punto a lo lejos.

Y luego todo siguió ese curso; los árboles, el puerto, y por ultimo...el castillo, su castillo... Un lugar al que ella por toda su vida había llamado hogar, donde rió, lloró, gritó y vivió su corta vida hasta hoy.

Se sintió angustiada, triste, no quería eso para ella. Quería una vida en Doral, cerca de sus padres...no... esto.

Le gustaba la sensación de navegar, era relajante pero al mismo tiempo algo excitante.

Miraba al océano, de aguas oscuras y profundas. Y se preguntó cuántos misterios había en él, ocultos.

Sintió el brazo de su esposo cubriendo sus hombros, con cariño.

—¿Te gusta? —preguntó el anciano, de forma tierna.

Elise asintió. Sin duda alguna le gustaba...

—Me encanta —dijo ella y le dedicó una sonrisa a su esposo. Se sentía algo incomoda ante su tacto.

El anciano le dio un tierno pero torpe beso en los labios, el segundo beso que se habían dado, y uno de los muchos que se darían en toda su vida.

Se sentía raro, sus labios eran...insulsos. Elise se pregunto como seria un beso de verdad, esos de pasión y amor, y el solo pensarlo la hizo sonreír. «Creo que nunca lo sabré...» pensó triste.

Tenia que dejar de pensar tanto en todo.

«Muchas deben haber estado en mi lugar, y ahora son felices, creo.»

La joven sonrió algo incomoda y llevó sus ojos nuevamente al océano.

—¿Como es tu hogar? —preguntó ella, curiosa.

El anciano tardó en responder, se notaba que estaba algo perdido...

—Esta ubicado en las montañas. Es bonito, cálido, lleno de árboles. Es algo parecido al tuyo, te va a gustar. Y ahora es nuestro hogar... —corrigió el anciano y le dedicó una dulce sonrisa a la muchacha.

Ella le devolvió la sonrisa, fingiendo que estaba feliz ante la idea. Pero no era así. ¡No quería un marido, no quería hijos, no quería un nuevo hogar! Solo quería que las cosas fueran como antes, antes de la guerra.

Aunque no sería así... nada volvería a ser como lo había sido una vez...


El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora