Capítulo VIII

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Varios meses habían pasado ya desde que Elise había regresado a Doral, lo cual no podía estar mejor, en todos los aspectos.

Su madre se encontraba feliz, sonriente como solía estarlo antes de la guerra y consintiendo a su hija. Mientras que Symond, que había estado muy callado y solitario al principio, no hablaba con nadie, y como máximo cruzaba unas pocas palabras con Elise. Pero a medida que el tiempo pasaba y Elise se esforzaba en cuidar a su padre, Symond había vuelto a ser el de antes, o alguien parecido, a Elise le gustaba creer...

Por mas que ella insistiera, su padre no quería hablar sobre la muerte de Walter, y cada vez que tocaban el tema solo conseguían irritarlo y eso lograba que este se aislara hacia algún lugar solitario. Por lo cual Elise no había vuelto a mencionarlo, ni pensaba hacerlo en un largo tiempo.

Ese día Elise había despertado temprano y había bajado al comedor a desayunar sola. Vestía un vestido color celeste de mangas cortas y un cinturón plateado con muchos detalles en forma de flores. Lucia el cabello suelto, adornado con una pequeña tiara y tenia puesto unos pequeños aretes de plata que formaban un sol.

Caminaba lento por el castillo y vio a su padre por el otro lado de la ventana. Estaba sentado en los jardines, completamente quieto y de espaldas a ella.

Elise salió del castillo con rumbo hacia los jardines y se sentó junto a su padre.

—Buenos días —dijo ella sonriente.

No hubo respuesta alguna, lo cual llamó la atención de la muchacha.

Busco el rostro del hombre con sus ojos, y este lucia...¿Perturbado, enojado, horrorizado? Ella no supo con seguridad...

—Padre...¿Qué ocurre? —preguntó la joven preocupada, mirando fijo a los ojos café de su padre.

El hombre tardo en responder. Su boca se encontraba abierta, como si estuviera soltando un suspiro, y sus los ojos estaban abiertos como platos.

Fue en ese momento en que Elise divisó la carta entre las manos de su padre.

No pudo leer las palabras, pero vio que tenia el sello de la Casa Martell...

—¿Padre...? —repitió la muchacha y frunció el ceño. La preocupación en su voz iba creciendo, junto con su curiosidad—.¿Qué dice la carta? —preguntó ella, sin tener la insolencia de quitarla de las manos de su padre. No se atrevió.

—Ha muerto.

Fueron las palabras de su padre, que sonaron como un susurro al viento.

El hombre seguía mirando a la nada, sus ojos expresaban el dolor, el horror, sin ser capaz de creerlo...

—¿Quién ha muerto padre? —preguntó Elise, sin comprender—. ¿Quién? —repitió la joven.

Su padre se mantuvo en silencio y lentamente llevo sus ojos a los de su hija. Miedo, tristeza, enojo, todos se mezclaban en los ojos oscuros del hombre.

—Elia —dijo en voz baja, como si las palabras no tuvieran sentido alguno.

El nombre no le causo nada a Elise. «¿Elia?». Pensó unos segundos, y finalmente apareció...

El recuerdo de una joven delgada de cabellos oscuros, sonrisa dulce y mirada gentil...

«Elia Martell...».

Tenía que ser ella, además no conocía ninguna otra Elia.

—No puede ser...—logró decir ella en el asombro—. ¿Cómo ha sucedido? —preguntó Elise, sorprendida y con tristeza.

—La han asesinado...—dijo su padre sin aliento, en un hilo de voz.

Elise se mantuvo en silencio, sin creer a lo que oía.

Elia Martell...muerta. Recordaba muy poco de la mujer, solo que era muy amable y solía cuidarla de niña en los viajes de sus padres a Lanza del Sol. Pero su padre le había tomado mucho cariño en su estancia en la capital, sin duda. Y siempre hablaba de ella como una mujer muy dulce, fuerte e inteligente. Solía compararla con ella hacia tiempo...

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Elise.

—No lo se, enviar una carta con mis condolencias...supongo —dijo el hombre.

—Estoy de acuerdo. Pero creo que deberías ir a Lanza del Sol...—admitió ella, frunciendo el ceño.

El hombre la miro a los ojos y frunció el ceño.

Tardo un rato en responder, meditando la respuesta.

—Tienes razón..—admitió Symond y soltó un suspiro—. Yo y su padre solíamos ser grandes amigos...Es lo correcto. Tengo que ir...

Elise asintió.

—Estoy de acuerdo.

—Y tu vendrás conmigo.

Elise permaneció en silencio, pues no sabía que decir al respecto.



El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora