Capítulo XXXVIII

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La brisa calurosa de Lanza del Sol rozaba su rostro con delicadeza, provocando que sus largos cabellos danzarán levemente y sus mejillas se sonrojaran. Con sus ojos cafés mirando hacia la nada, Elise Dorlaihs se encontraba pérdida en sus pensamientos en el jardín del palacio.

Sus manos se posaban grácilmente sobre su regazo mientras jugueteaba con sus dedos. Se sentía...sola, vacía. Y se encontraba tan preocupada por todo lo que le estaba pasando últimamente...

Extrañaba a sus padres, extrañaba Doral, y ya no quería tener que ver la cara de un Martell jamás, pues había tenido suficiente de ellos.

Justo cuando ese pensamiento cruzó su mente, como si fuera una ironía del destino, Oberyn Martell se sentó a su lado.

Ella no le dirigió la mirada, al contrario de él que la miraba fijamente. Podía sentir aquellos ojos de serpiente clavados en ella como puñales.

El silencio era aturdidor hasta que finalmente Oberyn habló y lo rompió.

—Elise...¿podemos hablar? —preguntó el príncipe en tono precavido.

La tensión entre ambos era inconfundible y había aumentado aún más desde aquel día en que discutieron sobre las niñas. No habían vuelto a pelear, pero sin dudas no se andaban tomando de la mano tampoco.

Ella hizo el mayor esfuerzo por no mirarlo a la cara, pues si lo veía a aquellos ojos negros todo su enojo y sus argumentos válidos se esfumarían en aquella oscura y hermosa vista.

—Te escucho —afirmó la joven sin expresar emoción alguna.

Oberyn prosiguió.

—Lo que ocurrió el otro día en el patio...—hizo una pausa — No debí tratarte de ese modo, y lo lamento de verdad Elise.

Como acto de reflejo, Elise no pudo evitar llevar sus ojos a él, y se odio a si misma por eso. Pero quería comprobar si decía la verdad, si había honestidad en sus palabras. Lo conocía tan bien que de tan sólo mirarlo a los ojos era capaz de descifrar lo que escondía en aquellas palabras seductoras y sonrisas divertidas...

En éste caso parecía estar diciendo la verdad, algo que lo hacia irresistible a sus encantos.

—Oberyn, no quiero tus disculpas. Quiero que entiendas, que te pongas en mi lugar...—pidió ella sintiéndose sin humor de otra de estas conversaciones.

Oberyn la observó algo sufrido, sin comprender en su totalidad el asunto.

—Elise, no puedo explicar lo mucho que te aprecio... —informó él, pero ella no lo dejó continuar.

—No lo dudo, no lo hago. Y yo te amo más de lo que nunca seré capaz de amar a nadie Oberyn —su corazón le dolía al decir aquellas palabras —. ¡Pero me destroza el hecho de que seas capaz de sacrificar tu vida o la de tus hijas por venganza! Nada de lo que hagas va a hacer que Elia vuelva a la vida, nada —el enojo comenzaba a notarse en el tono de su voz. Y supo que aquello podría herir a su amante, pero ya no importaba. Si quería que él comprendiese tenía que ser clara y directa, incluso si eso podía significar lastimarlo.

Los ojos de Oberyn brillaron de forma extraña.

—Elise, si me amas lo suficiente comprenderás que no hay nada que puedas hacer para cambiar mi opinión —informó él con demasiada seriedad —. Nada.

Ella sintió su corazón romperse ante la cruda y esperable verdad...

—Y si tu me amas lo suficiente comprenderías que no puedo vivir de esta forma Oberyn —replicó ella y tragó saliva —. Dime Oberyn; si tuviéramos un hijo en un futuro, ¿acaso también lo entrenarías como otro de tus "soldados" para asesinar? —preguntó ella, realmente interesada en la respuesta de su príncipe.

El Sol de DorneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora