Max
Volaré a casa mañana —me dice mientras nos dirigimos a un pequeño mercado de libros en Canal—. Mi hermana, Alana, está a punto de tener a su bebé.
No tenía intención de invitarlo. Normalmente voy a estas cosas solo, optando por navegar en silencio, con un café en la mano y el resto del mundo dejándome solo hasta que es hora de irme.
Pero entonces me encontré enviándole un mensaje.
Y, cuando me contestó enseguida, no me sentí apagado o molesto como lo hubiera estado con cualquier otra persona.
—¿Cuánto tiempo estarás allí? —pregunto.
—Unos pocos días.
Mi pregunta es múltiple. Me gustaría saberlo para mi propia información, pero también porque quiero saber cuánto tiempo va a pasar en la misma ciudad que Grant. Ha dejado claro que no quiere casarse con él, pero la gente cambia de opinión cada día.
No puedo contar cuántos clientes se han echado para atrás en los divorcios en el último minuto, dándose cuenta de repente de que no pueden vivir sin el otro por alguna razón estúpida e imprevista.
El miedo a estar solo es poderoso.
Dicho esto, Sergio no me parece de los desesperados y solitarios. Está presente sin ser pegajoso. Escucha sin estar demasiado concentrado. No trata de impresionarme. Tampoco trata de parecer perfecto, como hacen algunas personas cuando tratan de parecer la pareja ideal para alguien que les gusta.
No debería perder el tiempo preocupándome. Fue primero de Grant.
Y nunca podrá ser mío.
Pero, en este pequeño momento, en estas tranquilas horas de la tarde con la ciudad medio vacía y el sol pintando la parte superior de nuestras cabezas mientras paseamos por las manzanas de la ciudad... es mío.
Si no puedo tocarlo, si no puedo desearlo, al menos tengo esto.
—¿Cuánto quieres apostar a que Grant aparecerá en el hospital con flores? —pregunta entre risas.
Meto las manos en mis bolsillos delanteros, un movimiento débil para calmar el dolor de no poder pasar mi brazo sobre sus flexibles hombros o apoyar mi palma en la parte baja de su espalda.
—¿Sigue tratando de recuperar tu buena opinión? —pregunto.
—Esa es la cosa... nunca la perdió. No es que haya algo que pueda hacer para que me enamore de él por arte de magia —dice—. Desearía que lo entendiera en vez de... no sé... enviarme mensajes sobre cada pequeña cosa diez veces al día. Y todavía me llama "cariño". Es casi como si tratara de manipularme para volver a estar juntos de forma casual. —Se gira hacia mí, poniendo su mano en mi antebrazo mientras camina hacia un lado—. Me preguntó si podía quedarse conmigo cuando vuelva a la ciudad la próxima semana para trabajar. ¿Puedes creerlo?
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The Best Man
RomanceNo sabía su nombre, pero escuché su risa, probé sus labios, sentí su cálida piel cuando la sostuve en mis brazos. Juntos veíamos a nuestros niños jugando en la arena, con el océano caliente lamiendo la orilla detrás de ellos mientras el sol poniente...