Juncal
El dolor pasó. Se fue, igual que la incertidumbre. No tuve miedo, mi madre estaba cerca, pero no puedo decir que no estaba soportando una fuerte sensación de inquietud cuando me tumbaron sobre esa mesa de piedra, para ofrecerme como una virgen vestal en sacrificio. ¿Ella pasó por esto sin sentir miedo? No lo creo. Silas me explicó que la situación por aquel entonces era muy tensa, inestable, y ella era una pieza incómoda que muchos querían quitar de en medio. Pero lo hizo, pasó por esto, porque sabía que debía hacerlo para cambiar las cosas.
—Un momento, alteza. —El hombre se detuvo frente a mí para colocar aquel velo sobre mi cabeza y cubrir con él mi rostro. ¿Se sentirían así las novias de antaño? La verdad, es que el labrado dorado era precioso, pero apenas podía ver lo que tenía delante. Por suerte era lo suficientemente corto como para ver lo que había a mis pies y no tropezar.
—On'tori electa, e'kora tori.—Empezaron a recitar como un coro a mi alrededor.
—El rey ha elegido, este es el heredero del rey. —dijo con orgullo la voz de mi madre cerca de mí.
—Vamos Kora-nah, es hora de que te presentes ante tu pueblo. —Aquella era la voz de la anciana que me rajó como un pescado. En ese momento no me caía bien, pero la obedecí. Tomé su mano y me dejé guiar hacia el lugar desde el que llegaba la luz exterior. Si no recordaba mal, era el balcón con los grandes ventanales.
Escuché un enorme griterío cuando la figura de mi madre apareció en aquel balcón. Era como estar en un concierto de Taylor Swift, y ver a sus fans gritar cuando ella sale a escena. Te ponía los pelos de punta, y eso que no entendía lo que decían, porque era diferente a lo que recitaron los del interior, era algo así como "On'tori güino, e'tori batghvar cola nün".
Noté como la figura de mi madre alzaba los brazos, como saludando a la gente, o quizás trataba de hacerla callar para transmitir su mensaje.
—On'tori electa, e'kora tori.—gritó al viento, provocando otro intenso griterío proveniente de su súbditos.
Sentí un fuerte golpe de viento, unido a un ruido de tela gruesa golpeando el aire al estirarse. Si no me equivocaba, a mi espalda había sido desplegado el enorme estandarte que proclamaba la inserción del sello real en mi persona. No necesitaba verlo para saber que una enorme tela azul, que simulaba mi marca, había sido desplegada junto a la que simbolizaba a mi madre. Pero la mía era más corta, un cuello más corta para ser exactos. Su marca era visible en su nuca, la mía solo sería visible si llevaba la espalda descubierta, pues moría en la cruz que marcaban mis hombros y mi cuello. Si algún día me convertiría en reina, volvería a sufrir el mismo proceso, donde alargarían esa marca hasta la base de mi cabeza.
—On'tori electa, e'kora tori.—corearon como posesos la gente del exterior, e incluso los del interior se unieron. Sentir aquella devoción, aquella alegría desbordante, hacía que en parte el dolor hubiese merecido la pena. En ese instante, se sentí imbuida por el sentimiento regio de ser parte importante de este pueblo, mi pueblo. Debía tener cuidado, porque esto podía ser adictivo, y lo peor, hacer que me creyese una diva como Tylor Swift y dos o tres ganadores más de los Grammys al mismo tiempo. ¡Qué porras!, era como la actriz de moda, la princesa del cuento, y la mujer más rica del mundo, todo al mismo tiempo.
—Es hora de presentarte ante el gran kupai, Kora-nah. —No quería irme de allí, pero era lo que tocaba, la siguiente parte de la ceremonia. Así que me dejé guiar fuera de allí.
—¿Qué tal lo lleva mi princesa? —preguntó la voz de mi padre a mi oído. Esto de no ver bien me tenía de los nervios, menos mal que no estaba sola, que los tenía a ellos cerca, porque si no...
—De fábula. —respondí. —Pero lo llevaré mejor cuando me quiten esta mierda de la cara. —Soplé con fuerza para distanciar el elaborado encaje frente a mi rostro, provocando una carcajada de mi progenitor.
—Gatita impaciente. —Esa era Protea, y también noté diversión en su tono.
El transporte no tardó demasiado en llevarnos a la ubicación del kupai azul. Los nativos podían llamarlo "el gran kupai", pero no estaba bien dicho, el auténtico "gran kupai" estaba en Naroba, y era el padre de todos los demás.
A medida que nos acercábamos, podía escuchar el grito de On'tori electa, e'kora tori, como un ensordecedor tronío que se hacía cada vez más intenso.
—¿Hay mucha gente ahí abajo? —pregunté con curiosidad.
—Más de los que esperábamos con tan poco tiempo de aviso, pero es normal, todos quieren ser bendecidos, y esperan cualquier oportunidad con desesperación. A veces un año se hace eterno. —Silas, nadie como él para calcular cuantos ciudadanos se habían apiñado a las puertas del kupai para entrar.
—Debe haber como más de 500 personas ahí abajo. —dice con asombro una voz juvenil que me resulta familiar. ¡Ah!, ya, mi contrincante por el puesto de heredero, el que nunca lo conseguirá. ¿Como es que no lo había escuchado hablar antes? Seguramente estaría enfadado conmigo, porque se suponía que mi madre sería la última reina.
El que yo fuese nombrada heredera solo era una póliza de seguros si había problemas y no acataban sus últimos deseos de terminar con la monarquía. Milenios de trayectoria monárquica son difíciles de borrar. Si querían un rey, yo sería la encargada de continuar con el trabajo de mi madre. Pues ya le valía vivir mucho, porque no me entusiasmaba convertirme en reina, demasiadas preocupaciones.
—¿Lista para el descenso? —¿Qué quería decir Shun?
—¿Descenso? —Noté como me aferraba fuertemente por la cintura.
—Tranquila, no te dejaré caer. —Y dicho esto nos lanzó al vacío.
Esta vez sí que grité, aunque no lo hice por mucho tiempo, porque mi velo se alzó despejando mi campo de visión. Y no, no caía, estaba planeando, como un buitre sobre un cadáver, haciendo círculos sobre la abertura superior del cenote que albergaba al kupai azul.
Con una maestría propia de quien lleva volando toda su vida, Shun nos introdujo por el agujero y después nos llevó planeando hasta el interior de la caverna de roca.
—¡Wow! —grité después de tocar el suelo.
—Cuando quieras podemos repetirlo. —Sabía que no se refería a entrar en el kupai así, si no a lo de volar juntos.
No me dio mucho tiempo, apenas pude ver que otros ángeles de alas índigo descendía de la misma manera que nosotros, portando a Protea y a mi padre. El velo que cubría mi rostro me tapó la visión, justo cuando vi a mi madre descender. Pero su ángel no tenía las alas azuladas, sino que eran de oro; Kalos, no podía ser otro. Con razón la gente estaba como loca, esto sí que era una espectacular puesta en escena.
Sentí la vibración del suelo cuando Kalos tomó tierra no muy lejos de nosotros, al mismo tiempo que el viento provocado por sus alas golpeaba mi cuerpo. Era poderoso, un guerrero de pies hasta la punta de sus alas. Me mordí el labio inferior, conteniendo las ganas de girarme hacia mi propio ángel guerrero y devorarlo allí mismo. No era apropiado, pero vaya que me ponía aquella imagen. ¿Le pasaría lo mismo a todas las mujeres que nos estaban observando? Por el griterío que escuchaba a mi espalda podría decir que incluso algún hombre también se sentía tentado.
—Bien, cariño. Hora de presentarte. —Mamá tomó mi mano, y con cuidado me llevó hasta el kupai azul. Era imposible escapar de su intensa luz y de la agradable sensación que recorría mi cuerpo mientras me acercaba. Era... era... como reencontrarse con un viejo amigo, alguien que hacía una eternidad que no veía. Y es extraño porque nunca antes había estado cerca de este kuapai. De los rojos sí, pero no de ninguno de los demás, y había seis. Tendría que preguntarle a mi madre por qué.
Pero todos mis pensamientos quedaron a un lado cuando mi mano tocó el tronco. Su energía me invadió, me recorrió como si fuese el filamento de una vieja bombilla, hablándole a cada célula de mi cuerpo. Como dije, era como el reencuentro de dos viejos amigos, y él me estaba dando la bienvenida.
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Jinetes de dragón - Estrella Errante 5
RomanceSolo hay una mujer por la que todo rojo sería capaz de entrar en batalla, la reina blanca. Pero antes que ella, está la hembra a la que se unirán de por vida, aquella sin la que no pueden vivir. Un aroma endiabladamente intenso, unos instintos prima...