Capítulo 32

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Juncal

La armadura me protegió, pero no lo suficiente como para evitar que algo se rompiese dentro de mí. Por fortuna, mi gema se encargaría de regenerar los tejidos y huesos dañados. Lo peor era el dolor. Pasaría, lo sabía, pero no podía detenerme hasta que eso sucediese. Así que me puse en pie, tanteando las partes que podían no responderme todavía. Como esperaba, mi brazo izquierdo y mi hombro se habían llevado la peor parte.

Lo primero que aprende un guerrero no es a golpear, sino a esquivar los golpes, y sobre todo, a caer bien. Utilizar la fuerza del enemigo en tu beneficio es importante, tanto como saber qué hacer con ella. Yo utilicé la velocidad y energía cinética de mi caída para golpear aquella bestia, y después rodé para no caer al suelo como una piedra. Es algo parecido a eso que hacen las piedras en un estanque, o caen de una, o van rebotando frenando su caída.

Mis pies resbalaron sobre la arena mientras trataba de quedarme en pie en el último giro. Antes de detenerme, ya estaba corriendo hacia Rise. Tenía que soltar aquellas cadenas para dificultarle al dragón su captura. No es lo mismo perseguir una presa atada, que tratar de atraparla en campo abierto. Bueno, mucho terreno no teníamos para correr, era la pista de un circo romano, pero digamos que nos habíamos conseguido una ampliación del espacio.

Tuve la previsión de lanzar el sable Solari hacia Rise, para que él mismo se liberase en un principio. No tenía todas las garantías de salir medianamente bien de aquel encontronazo con el dragón, y llevar un arma en la mano podría resultar un problema. Es como escuché una vez a mamá; "nunca corras con unas tijeras en la mano", era una advertencia de que esa caída podía ser mortal, mejor evitarlo.

Comprobé el estado del dragón después del golpe. Bien, estaba algo aturdido. Tendríamos tiempo de cortar algunas cadenas para soltar lastre. Mi primer paso fue directo a por Rise, teníamos tiempo, pero no mucho, apenas unos segundos. Corrí hacia él, haciendo a un lado el dolor que cada zancada me provocaba.

Apenas teníamos tiempo, el dragón luchaba por recuperar el control de sí mismo, así que tuve que tomar el mando. Arrebaté el sable de las manos de Rise y le apremié a obedecerme.

—Arrodíllate. —Él no vaciló, obedeció, comprendiendo enseguida lo que pretendía. Extendió la cadena y se preparó para el golpe.

Igual que había visto en incontables películas de samuráis y ninjas allí en la Tierra, me preparé, tomé aire y lancé el filo contra el punto que tenía fijado en mi mente. Cuando el sable partió el metal con aquella profusión de chispas, agradecí el haber escuchado todas las historias que mi padre me contaba antes de dormir. Él creía que estaba casi en brazos de Morfeo, pero no olvidaría sus historias. Eran sus recuerdos, aquellos que yo sabía no había contado a nadie porque había un poco de nostalgia y dolor en ellos, como cuando mencionaba al abuelo Graeme.

Me estaba preparando para lanzar el siguiente golpe sobre el otro extremo, cuando el rugido a mi derecha me dijo que el tiempo se había acabado. El dragón estaba lo suficientemente despabilado como para seguir atacando.

Aquella bestia cabreada empezó a hacer ese extraño ruido, como un silbido, mientras veía como su pecho se hinchaba a gran velocidad. ¡Mierda!, sabía lo que iba a pasar. Tomé posiciones con rapidez; ambas piernas flexionadas, una atrás para contrarrestar la fuerza del empuje, y el antebrazo arriba, frente a mi cara. El escudo de deflación se activó rápidamente, justo a tiempo para repeler la llamarada que nos golpeó.

No sé qué me asustó más, escuchar el crepitar del fuego a mi alrededor, mientras derretía todo lo que estaba a su alcance, o el grito de mi escudo por el sobreesfuerzo que estaba realizando para contenerlo. Con el uso del salto y éste, dudaba mucho de que le quedase energía para activarlo de nuevo, y sin él, no sobreviviríamos a otro ataque de aliento de dragón. Mal momento para ponerse poética.

—No aguantaremos otra llamarada. —verbalizó Rise a mi espalda.

Sus manos aferraban mis cadenas como si fuesen un arma arrojadiza, lista para golpear. Sus palabras me hicieron recordar mi visita a las mazmorras del estadio.

—Hay que obstaculizar la salida de metano. —Busqué con la mirada algo que pudiésemos utilizar para comprimir su cuello. El cinturón y la vaina del sable Solari no estaba lejos y afortunadamente no había sufrido daños. —El cinturón. —Corrí para recogerlo, pero al agacharme sentí una fuerte punzada de dolor que casi me hace trastabillar.

—Lo tengo. —Rise estuvo a mi lado en tiempo récord, no solo recogiendo el cinturón, sino sosteniéndome.

—¿Podrás trepar y ponérselo? —En mi estado no podía realizar esa hazaña. Sentía el calor reconstituyente recorrer mi cuerpo, estaba sanando, pero el que no estuviese en reposo no facilitaba el proceso. Tendría que hacerlo él, era nuestra mejor oportunidad.

—Aunque me cueste la vida hacerlo. —¿De verdad estaba bromeando con eso?

Me guiñó un ojo antes de salir disparado hacia el costado del dragón, gesto que el animal percibió, por lo que se movió para enfrentar a Rise. Tenía que ayudarle, así que hice lo único que se me ocurrió, llamar la atención del dragón para que se centrase en mí y no en él. Por suerte, su buche había dejado de hincharse, le habíamos interrumpido.

—¡Eh! —grité, pero no me hizo caso, estaba más pendiente de Rise tratando de subir a su grupa por alguno de sus flancos.

Tenía que ser una amenaza mayor que Rise, o no me haría caso. —Vi el sable en el suelo, pero la idea de agacharme para recogerlo me frenó. Más dolor no, por favor. Pero me sentí osada, así que hice eso que solía cabrear a Kala cuando practicábamos peleas con espada, algún día hablaré sobre eso. Como decía, con la puntera de mi bota, lancé la espada al aire y la atrapé con mi extremidad sana. Y con el arma en la postura de ataque de un auténtico samurái, pensé en algo que me animase a lanzarme contra esa enorme mole de escamas que estaba preparada para lanzar fuego.

—Tú eres el elefante y yo el ratón. Y en cuanto me veas corretear entre tus patas, vas a gritar como una nenaza. —Y sin pensármelo más, me lancé contra él, dispuesta a cortar todo lo que encontrase en mi camino. No era una gran fase motivadora, pero me recordó a una fábula o una historia que escuché narrar a mi madre.

Es curioso lo que ocurre cuando tratas de impedir que un dragón te aplaste o te desgarre, sin contar que te mastique, te achicharre y todo eso que podía hacerme. El caso es que no me había dado cuenta de lo que ocurría en las gradas, como el hecho de que la gente gritase emocionada y asustada por lo que estaba viendo. Pero justo en ese instante en que esos gritos se convirtieron en pánico, me dio por prestar atención a lo que ocurría más allá. Algo había atravesado la red de metal sobre nuestras cabezas, algo enorme que se estaba lanzando como un misil sobre el dragón que casi estaba encima de mi cabeza.

No me importó lo que fuese, porque de repente esa bestia dejó de perseguirme, y se centró en salvar su propia vida.

Me alejé cuanto pude de aquella nueva pelea, para apreciar lo que tenía ante mí. Si antes pensaba que el dragón que tenía delante era una bestia enorme, lo que le estaba destrozando en aquel momento era un... un..

—La madre que...

—Salgamos de aquí. —Noté como Rise tiraba de mí para alejarnos de aquel sangriento campo de batalla. Solo esperaba que aquel dragón descomunal no se quedase con hambre después de terminar con el pequeño, o que tal vez deseara tomar un postre humano para terminar su cena.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora