Juncal
Shun no apartaba su mirada acusatoria de mí, como si de esa manera no solo constatase su desagrado con lo que estaba ocurriendo, sino que esperaba el milagro de que cambiase de idea. No iba a hacerlo.
—Puedo hacerlo yo. —Kala tampoco estaba muy contenta, pero al menos había conseguido que la dejase acompañarme.
—¿Quieres que te dé las razones aquí o prefieres que lo haga en privado? —No necesitaba decir mucho más para que me entendiese. Ella era tenía los mismos dones que una reveladora, pero ese secreto no era de conocimiento público, solo sus superiores tenían ese conocimiento, como debía de ser en un agente especial como lo era ella. El que yo lo supiera decía mucho de mí; o me habían contado o lo había averiguado por mí misma, y sospechaba que ella ya sabía la respuesta.
—No necesitas hacerlo. —dijo con voz dura. A diferencia de Shun, ella entendía el por qué debía ser yo.
Como Reveladora, ella podría obligar a una persona a decir la verdad, aunque no obligarla a hablar. En mi caso, yo conseguía esa confesión de la fuente, no necesitaba que las palabras llegasen a salir, aunque eso ella estaba empezando a descubrirlo. Pero había sido entrenada para dominar su don. Esa era su ventaja, de momento, o al menos era lo que pensaba. No tenía idea de hasta dónde yo era capaz de escuchar los pensamientos de una persona.
—Entonces vamos a hacerlo.
Dejé que Shun colocase los grilletes en mis muñecas, comprobando que el cierre no estuviese bien cerrado. Si la cosa se ponía fea, al menos podría defenderme hasta que la ayuda del exterior llegase. A veces, unos segundos podían ser suficientes para acabar con la vida de una persona. Ni siquiera un bendecido sobreviviría si le rompían el cuello.
—¿Recuerdas la señal? —Asentí hacia la pregunta de Shun.
—Cabrón. —repetí. Era una palabra que habíamos escuchado infinidad de veces en nuestro último destino, un insulto que ellos no entenderían porque lo decíamos en una de las lenguas que aprendimos en la Tierra.
—¿Listas? —Protea entró en la habitación, vestida con su traje de oficial. Nada como verla con aquella armadura para sentirme más segura.
—Sí. —Le aseguramos ambas.
—Si tenéis alguna pregunta está es la última oportunidad para hacerla. Cuando salgamos de esta habitación, seréis unas prisioneras a los ojos de todos.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? —Ya había ido al baño, pero si la cosa se alargaba mucho, prefería hacer mis cosas en un sitio que tuviese unas medidas higiénicas adecuadas, y por lo que había escuchado, en este tipo de cárceles ese tipo de cosas no se contemplaban como algo esencial.
—En veinte minutos lo tendréis delante. —Aquello me extrañó, pero no fui la primera en preguntar.
—Estamos a más de una hora de viaje de Unthur.—dijo Kala.
—Él no está allí. —No le había dado tiempo a trasladarle, además de que esa maniobra no era aconsejable para nuestro plan. Solo había otra opción posible.
—Nunca ha estado en Unthur. —deduje, provocando una sonrisa en los labios de Protea.
—Si quieres esconder algo, nada mejor que hacerlo donde los demás ni siquiera se molesten en buscar. —explicó.
—Espero que no sea en una prisión de mínima seguridad. —Protea no se arriesgaría a algo como eso. Si era tan peligroso, nadie se arriesgaría a ponerle fácil la huida.
—No, pero pasa desapercibido, que es lo que importa. —Aquella sonrisa enigmática me intrigó.
Protea dio orden de que abrieran la puerta. Al otro lado, un grupo de militares esperaba para nuestro traslado. Nadie dijo nada, todos sabían cuál era su cometido. No volvimos a ver a Protea ni a Shun desde ese momento.
El trayecto lo realizamos en un transporte terrestre, y como dijo Protea, llegamos en poco tiempo. Casi diría que nos llevó más la inscripción en el registro de la prisión, que el viaje en sí.
—Permaneceréis aquí hasta que llegue la vista de vuestro juicio. —El funcionario hablaba mientras nos guiaba por una estrecha pasarela. No podía dejar de mirar lo que había más abajo, era imposible no hacerlo. —La comida cae una vez al día. Si no la atrapas, siempre puedes comerla del suelo. —El tipo sonrió de forma arrogante mientras se giraba hacia nosotras. Era evidente que habíamos llegado a nuestro destino. —Esta es vuestra habitación, señoritas. —Aferró el extremo de una cuerda a los cinturones de Kala y el mío. Fuera donde fuésemos, iríamos juntas. —No os pongáis demasiado cómodas. —El tipo sonrió al tiempo que nos empujaba hacia el orificio a nuestra izquierda. La cuerda nos frenó a unos pocos metros, para después realizar un lento descenso a la que sería nuestra celda.
A medida que descendíamos, pude observar mucho mejor nuestro entorno. Descendíamos en medio de una enorme estancia esculpida en la roca, con barrotes como separaciones entre celdas. Barrotes que ascendían unos cuatro metros, y que terminaban abruptamente en mitad del vacío. Si conseguías escalar esa pared, acabarías en otra celda. La única diferencia entre ellas, eran las celdas pegadas a la lisa pared de roca, ya que tenían una superficie más alta, que culminaba en un techo a unos 15 metros de alto, por el que se filtraban algunos rayos de luz a través de varias claraboyas.
La cuerda nos liberó con una brusca sacudida a dos o tres codos de distancia del suelo. Nuestras botas resonaron contra el suelo cuando tomamos tierra. De no ser alguien ágil, la caída podría haber resultado bastante dolorosa. Algo que al tipo de arriba no le preocupaba, ya que sonreía como un idiota. Mientras caminaba de regreso a la única puerta de acceso a la cámara, la pasarela iba recogiéndose hasta desaparecer.
Rápidamente estudié el lugar. Conocer cada detalle de mi entorno y de las personas que estaban allí, era lo que cualquier buen soldado haría, y lo quisiera o no, yo había a prendido a serlo.
Desde el suelo, la cueva en la que nos habían metido parecía enorme, efecto que provocaba su altura y el corte brusco de los barrotes que separaban a los presos. A parte de un agujero en el suelo, protegido con algún tipo de metal, no había nada más que se pudiese utilizar, ni siquiera un jergón o una manta con la que pasar la noche. ¿Cómodas? Ni las cucarachas estarían cómodas aquí.
—¡Vaya! ¿qué nos ha traído el carroñero? —El hombre que habló nos observaba con curiosidad, mientras se acercaba a los barrotes de su celda. Estaba a dos cubículos de distancia, pero al no ser demasiado grandes podía percibir sus rasgos perfectamente; dos protuberancias en su cabeza, una barba rala en los costados y puntiaguda bajo la barbilla. Si pudiera ver sus pies seguramente encontraría la versión con pezuñas de mi propio pie. No cabía duda, era un naranja.
En las otras celdas encontré la razón por la que Protea aseguraba que nuestro hombre pasaría desapercibido. Había dos verdes de aspecto envejecido, y por lo que vi asomando de las ropas de la mujer era evidente que su deslucido aspecto era resultado de algo más que de estar aquí encerrados: su piedra era negra. Verdes malditos, algo muy poco común. Recordé las historias que me contó mamá sobre aquella aventura que vivió en Adelfia, donde encontró a un grupo de verdes con piedras negras. La mujer me miró desafiante, como si acabase de entrar en sus dominios. ¿Le molestaba que otra hembra llegase a este particular rebaño de despojos?
Pero ella no me interesaba, debía centrarme en el verde que había venido a interrogar. Por la posición de nuestro cubículo, el hombre que buscaba tenía que estar cerca. Y ahí estaba, agazapado entre las sombras, observando con sus ojos oscuros a las recién llegadas. Los carceleros lo habían mantenido alejado de los otros verdes.
—Más vale que sea rápido, porque no pienso cagar ahí. —Giré la cabeza hacia Kala, que me habló en la lengua terrestre natal de mi madre. Me pareció apropiado. Ellos no nos entenderían, al menos de momento, porque en sus piedras nunca estuvo registrada esta lengua. Aprenderían, pero nos habríamos ido antes de que lo hicieran. Por tanto, jugábamos con una pequeña ventaja.
—Lo peor no es hacerlo, sino el no tener con que limpiarte después. —dije echándole un vistazo al que ahora estaba segura que era nuestro retrete. Yo tampoco tenía ganas de enseñarle el trasero a ese naranja que me miraba con interés lujurioso. No necesitaba tocarle para saber lo que pensaba: carne fresca.
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Jinetes de dragón - Estrella Errante 5
RomanceSolo hay una mujer por la que todo rojo sería capaz de entrar en batalla, la reina blanca. Pero antes que ella, está la hembra a la que se unirán de por vida, aquella sin la que no pueden vivir. Un aroma endiabladamente intenso, unos instintos prima...