Capítulo 17

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Rise

Hay momentos en que la vida no es tan mala, como cuando saboreas una cerveza fría en compañía de un amigo. Rasha no es que fuese ese tipo de personas que escogiese para tener cerca, pero era un rojo, y ambos teníamos el mismo objetivo; no acabar devorados o destrozados por un dragón. Así que supongo que de alguna manera nos unía un compañerismo de subsistencia, por así decirlo. El me ayudaría a no morir, y yo haría lo mismo por él. Si los rojos no nos apoyamos, los terratenientes verdes acabarían ganando, como siempre.

Trabajadores especializados. Cada vez que escuchaba a uno de ellos llamarnos así es que me daban ganas de romper a reír. A un trabajador especializado le pagaban mucho más que a nosotros, y además ponían a su alcance todos los medios para evitar perderlos.

Pero sí, éramos valiosos, porque un verde no era capaz de hacer lo mismo que nosotros, no con la misma eficiencia. Nuestra tasa de bajas era mínima con respecto a la suya, y eso les cabreaba, y mucho. ¿Un rojo siendo mejor que un verde? Su ego no se lo permite creer, pero es así. Ellos pueden ser fuertes y resistentes, como rocas, pero nosotros somos ágiles, y trepamos y nos aferramos a esas monturas endemoniadas hasta domarlas para ellos.

Nos toleran porque conseguimos hacer el trabajo que a ellos les resulta difícil. Pero no nos equivoquemos, nos tratan de esta manera porque nos tienen envidia. Aunque creo que lo que más les cabrea es que las monturas nos respeten más a nosotros que a ellos.

Lo que los verdes no entienden es que tenemos un vínculo especial con los dragones, ambos conservamos esa parte salvaje que nos une a la tierra. Después de trabajar varios meses con un dragón, de domarlo, acabamos creando un vínculo de mutua confianza. Los verdes no entienden que realmente somos compañeros de batalla, no existe un dominio absoluto del uno sobre el otro. Pasamos de ser jinete y montura, para convertirnos en una unidad de batalla. Ellos siempre los han visto como herramientas, no como compañeros.

—Aquí tenéis. —La camarera depositó la ronda de cervezas sobre la mesa, derrochando sensualidad con cada gesto. Los rojos teníamos una fama en el lecho que a los verdes tampoco les gustaba, otro motivo más para odiarnos. Ellas nos prefieren a nosotros como amantes.

—Le gustas. —susurró Rasha hacia mí. Sonreí ligeramente antes de darle un trabo a mi botella.

—Lo sé. —No iba a confesarle que ya nos habíamos encamado más de una vez, eso es algo que queda entre ella y yo, y el almacén de la parte de atrás. Si los sacos de harina hablasen...

—Daría un brazo por tenerlas tan locas como tú. ¿Qué las das? —Ese era el problema, que no les daba nada, solo sexo y me iba.

Sentí una presión en mi pecho, como si mi corazón se encogiera de dolor. Quince malditos años, docenas de mujeres diferentes, y todavía seguía atrapado por el recuerdo de su olor. El único momento en que me sentí vivo era cuando luchaba por no morir a lomos de una bestia alada.

Graeme pensó que negocié su liberación ofreciéndome como domador en su lugar, pero no fue la única razón. Sí, era el padre biológico de mi hermano Rigel, liberarlo del contrato de servidumbre con la granja del general era lo correcto. Pero no solo pensé en él, sino en mí. Necesitaba vivir al límite cada día, sentirme vivo mientras la adrenalina recorre mis venas, y eso solo lo pueden conseguir dos cosas, la batalla y la doma de dragones. Las batallas acaban, hay un período de descanso entre una y otra. Con la doma de dragones no es igual, aquí cada día te juegas la vida.

Bueno, hay tres cosas que te mantienen vivo, pero esa tercera no está a mi alcance. Mi hermano la reclamó primero. Y no le culpo, un rojo no dejaría que otro macho se acercase a su elegida, su mitad. La maldita llamada tuvo que funcionar con los dos. Una misma mujer para dos hombres, una locura.

Pero no podía luchar con él por ella, era mi hermano, y lo amaba más que a mi vida. ¿Y como pagarle a su familia el sacrificio que hicieron para salvarme? No podía convertirle en un ser vacío. Es lo que ocurre cuando pierdes a tu mitad, a la mujer que la Diosa a escogido para ti. Esa misma maldita Diosa que había jugado con los dos. Apreté los dientes para evitar maldecir en voz alta. Era mi prueba, y viviría con ella hasta el fin de mis días. Con un poco de suerte, uno de esos dragones acabaría el trabajo de esa caprichosa Diosa.

Aquí, a mundos de distancia, en Krakatoa, su olor no me alcanzaría, no me tentaría, no susurraría en mi mente locas ideas de pelear con mi hermano para arrebatársela. Su olor, su delicioso y subyugante olor... Su maldito recuerdo se había apoderado de mí, despertando cada una de las células de mi cuerpo, haciendo rugir al animal que todo rojo alberga en su interior, ese depredador salvaje que nadie puede controlar.

Mi traicionera memoria era cruel, porque no tenía suficiente con traerme el recuerdo de la última vez que la olí, aquella vez que decidí alejarme de ellos. No, esta vez era un aroma más intenso, más salvaje, más tentador. La distancia no había hecho más que empeorar mi locura, porque podía saborearlo en mi boca como si ella estuviese allí.

No quería asustar a nadie, por eso cerré los ojos con fuerza, para evitar que pudiesen ver lo que me estaba ocurriendo. Si Rahan viese en mis ojos en lo que me estaba convirtiendo... Mala idea, porque podía verla. Su piel suave y clara, sus manos delicadas y elegantes, su sexo maduro y dispuesto, y su cabello rojizo ondeando al viento, impregnando el aire con aquel perfume que invitaba al pecado más oscuro, más... ¿rojizo?

Abrí los ojos bruscamente, encontrando a lo lejos a la mujer que mi mente estaba imaginando. No era Nydia, era una amazona de cabellos caobas que entraba en ese momento en la taberna. Ella no era Nydia, ella era... Mi segunda oportunidad.

La fiera que contenía en mi interior se liberó, lanzando al aire un rugido posesivo, advirtiendo a todos que iba a pelear por esa hembra, y que aquel que se interpusiera en su camino sería descuartizado. Ella era mía, iba a serlo, y nada ni nadie podría impedírmelo. Aquel desafortunado verde que trataba de seducirla no tenía ninguna posibilidad, porque no se lo permitiría. Podía olerlo desde aquí, estaba babeando como un cachorro frente a ella. Demasiado cerca, demasiado...

Aparté la mesa y todo aquello que estaba en mi camino. Necesitaba llegar a ella antes de que otro se interpusiera. Necesitaba desesperadamente hacerla mía, marcarla, dejarles claros a todos ellos que estaba emparejada. Cualquier rojo entendería y no se acercaría a ella, y aquel verde... Lo destrozaría miembro a miembro si se atrevía a tocarla.

No recuerdo cómo llegué hasta ella, ni lo que dejé inservible a mi paso. Solo me detuve cuando pude ver sus increíbles ojos verdes, cuando se estrecharon seductoramente felinos ante mi presencia. ¡Por la Diosa!, su olor era el paraíso y el infierno en una sola inspiración, era y siempre sería mi perdición. Y esta vez no podría luchar por negarlo, ella me había atrapado en su red como un inocente insecto presa de una planta carnívora. Y moriría feliz, yo lo haría.

—¡Maldito rojo! Apartate de ella. —Lo intentó, el estúpido verde lo intentó. Trató de alejarme de ella, pero no era lo suficientemente fuerte como para moverme. Nada pude superar a la bestia interior de un rojo que ha despertado.

—Tu nombre. —susurré junto a su boca, aquella jugosa y apetecible boca que me moría por dibujar con mi lengua.

Ella no respondió, solo elevó una de las comisuras de su boca para sonreír de forma traviesa. Y de esa manera aniquiló cualquier posibilidad de huida. Si existía una parte racional en mi ser, acababa de ser aniquilada.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora