Capítulo 35

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Nydia

Solo tuve que verle para saberlo; él era el que estaba detrás de mis intentos de asesinato, de todos ellos. Pero había algo más de lo que parecía a simple vista, ocultaba secretos que estaba segura nadie conocía. ¿Y si esos secretos lo destruían?

El problema es que estábamos allí por que así lo había deseado, el por qué lo averiguaríamos enseguida. Aquel lugar olía a muerte, y él se sentía poderoso gracias a ella. El eterno; un ser que se había perpetuado en el poder gracias a su don, ¿reencarnación? Sus adeptos así lo creían.

De lo único que estábamos seguros era de que era poderoso, muy poderoso. El resto eran solo suposiciones, rumores, leyendas. No debíamos subestimar ninguna de ellas, porque todos ellos siempre tienen algo de verdad, y como prueba, estaban todas esas que yo misma había creado, y eso que la gente no sabía ni la mitad. El Eterno seguramente era excepcional, y había fomentado aquello que le convenía, ocultando aquello que no quería que nadie supiese.

—Esa es una acusación muy seria. —dijo con una sonrisa arrogante, mientras se recostaba en su sillón como si estuviese solo en la sala. Arrogante era un calificativo que se quedaba corto, era petulante, maleducado y egocéntrico. Supongo que todo ello era resultado de estar tanto tiempo ostentando el poder.

—¿Acaso es mentira? —pregunté directa.

—No, no lo es. —¿No lo dije? Se creía intocable.

Seguramente todos sus excesos y excentricidades quedaban fuera de la ley de este planeta, pero yo representaba otro tipo de ley, una que podía ejecutar si fuese necesario. ¿Una lucha de poderes? Seguramente era eso lo que pretendía al atraerme aquí, y se creería preparado. Pero él no era el único que tenía secretos.

—Me asombra que aun sabiéndolo hayas accedido a venir hasta aquí. —El caso es que no lo había averiguado hasta que estuvo frente a mí, por eso aquellos que me acompañaban también se habían visto sorprendidos, pero no lo demostraron. A fin de cuentas, estábamos preparados para cualquier tipo de sobresalto.

—Me he cansado de ser el ratón. —reconocí.

—¿Y has venido a pelear? —Se incorporó en el asiento, como si estuviese dispuesto para la batalla. Aquel gesto puso a mis acompañantes en alerta.

—No, he venido por respuestas, y me las vas a dar. —le aseguré.

—¿Qué te hace estar tan segura de que voy a dártelas? —dijo con diversión.

—¿Tienes miedo? —le reté.

—No. No eres rival para mí. —Estaba realmente convencido de ello.

—Entonces empecemos.

—Adelante. —Se recostó relajadamente en su trono.

—¿Por qué? —Fui directa.

—¿Por qué tienes que morir? —asentí ante su pregunta. —Bueno, digamos que teníamos previsto hacernos con el trono blanco esta legislatura. Tú solo te interpusiste en nuestros planes. —Había mucho más, y tenía que descubrirlo.

—Eres eterno, ¿no es así? ¿Qué te habría importado esperar a que yo no estuviera? —Yo misma sabía la respuesta, porque ahora había acaparado la corona blanca para mí, mi linaje, mi familia. Nadie de otra casa podría sentarse allí de nuevo, salvo que toda mi estirpe desapareciera.

—Llevo mucho tiempo esperando, demasiado. Es el momento de que mis fieles tomen el lugar que les corresponde.

—Si no me equivoco, la corona verde alguna vez se sentó en el trono blanco. Pero ese no es el lugar del que estás hablando, ¿verdad? —Él sonrió.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora