Capítulo 28

611 203 12
                                    


Juncal

El mensaje de Kala no me sorprendió, ya me olía que Clep se traía algo entre manos. Pero su preocupación me dijo que no debía subestimarlo, ni a él, ni a Crew. Tenía pensado tomar todas las medidas posibles para protegerme, pero sin alertarlos. Así que accedí mansamente y con fingida curiosidad a que me mostrase los rincones del estadio que rodeaba la arena.

Se parecía mucho a un coliseo romano, salvo por unas pocas diferencias. La parte baja de las gradas estaban protegidas por armazones de piedra, lo que les hacía parecer un bunker de la segunda guerra mundial, como desde aquellos que los alemanes disparaban a las tropas que desembarcaban en las playas de Normandía. Estas gradas se alzaban ha una altura muy superior, sustentadas por las paredes de roca de lo que anteriormente debió de ser una montaña. Debían de haber tallado los asientos para los visitantes en la misma pared de roca.

Luego estaba esa enorme red hecha con cadenas de metal que protegía la arena. Era como una enorme tapadera que protegía a la gente de lo que ocurría ahí abajo, o al menos era lo que Clep me estaba contando.

—Pero los dragones son fuertes y escupen fuego. No parece que esa red pueda detenerles. —puntualicé.

—Es lo bastante sólida para contener a los dragones que se exhiben para la venta. Suelen tener uno o dos años de vida, apenas unos adolescentes. Contra un dragón adulto no serviría de mucho, la destrozarían enseguida. —Entonces había visto a un dragón joven practicando a mi llegada a la granja. Si entonces me impresionó, ¿cómo sería ver en acción uno de esos adultos? Tendría que congelarte las venas solo escuchar su rugido.

—Tranquila, los grandes están en las bases militares. No hay ninguno cerca.

—Eso me alivia. —dije con sinceridad.

—Bueno, sí que hay uno, pero no debe preocuparte. —Lo decía con una sonrisa, por lo que no debía ser realmente un peligro.

—¿Porque está encerrado? —Traté de seguirle la broma.

—No, porque no suele alejarse demasiado de su montaña. Es una hembra, y no suelen abandonar con frecuencia su nido.

—¡Ah!, ¿no? —pregunté curiosa.

—Salvo que quiera emparejarse, o tenga que defender su territorio. Normalmente solo se aleja para ir de caza para alimentarse.

—Menos mal que no estamos en su menú. —Mi comentario le hizo reír.

—Que los utilicemos como monturas no quiere decir que estemos a salvo. Si algún día te encuentras con un dragón salvaje, será mejor que te escondas.

—O me convertiré en su comida. —Clep sonrió ante mi comentario.

—Más bien en aperitivo. Apenas llenarías su estómago pequeño. Pero para que te hagas una idea... ¿Te gustaría ver un dragón de cerca?

—Cuantifica cerca. —¿Y si la advertencia de Kala venía por ahí? ¿Y si quería convertirme en alimento de dragón?

—Tranquila, estaremos al otro lado de unos gruesos barrotes.

—El fuego puede pasar entre ellos. —Le recordé. Así todo, no dudé en seguirle de vuelta al interior de la construcción.

—Estará más centrado en su comedero que en nosotros. Además, lleva un collar de contención.

—¿Y? —¿No se daba cuenta que no sabía nada de dragones reales?

—Verás, para poder lanzar fuego, el dragón expulsa el metano de sus estómago secundario o buche, que prende cuando el choque de sus colmillos provoca chispas. El collar comprime su cuello, para que el flujo de metano sea casi inexistente, por lo que no conseguiría mucho más que una pequeña llama. —Entendí.

—Así que la distancia de seguridad es de...—Esperé su respuesta.

—Uno o dos codos desde su boca. —Vale, no me acercaría mucho a los barrotes.

—Lo de acariciarlo mejor ni lo intento. —Clep soltó una sonora carcajada.

—No, eso se lo dejamos a los jinetes.

—Tiene que ser una experiencia increíble volar sobre uno de esos bichos. —fantaseé en voz alta.

—No lo sé, nunca lo he hecho, pero puede que él si pueda explicártelo. ¿Qué se siente cuando vuelas a lomos de un dragón, lobo? —La pregunta iba dirigida a la persona que estaba dentro de una celda a nuestra derecha. Reconocí su olor antes si quiera de ver su rostro, era el lobo que me defendió de Clep la noche anterior.

—No tienes lo que hay que tener para descubrirlo por ti mismo. —Era evidente que estaba cabreado. Aunque no fue su tono de voz lo que avisaba del peligro, sino aquella manera de mirar a Clep que prometía dolor.

El lobo se acercó a los barrotes para aferrarlos con fuerza, quizás imaginando que estrujaba el cuello de mi acompañante.

—No seas grosero, hay una señorita presente. —Cuando su mirada se cruzó con la mía, sus ojos parecieron transformarse. Había una paz, una calma y un anhelo en ellos que me hizo estremecer.

—No me dijiste tu nombre. —Había vulnerabilidad, dolor en sus palabras, como si no saber mi nombre le doliera.

—¿Por qué es tan importante? —No podía decírselo, porque enseguida me descubrirían. A estas alturas, cualquier espía habría averiguado cual era el nombre de la princesa de la corona blanca.

Aferré los barrotes por encima de sus manos, ladeando la cabeza de forma juguetona. Así esquivaría aquella incómoda pregunta, fingiendo que me gustaba jugar con él, con los dos.

—Cuando muera, quiero hacerlo con tu nombre en mis labios. —Uno de sus dedos se movió para alcanzar mi mano. Un gesto casi imperceptible, pero que provocó una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Si solo un roce provocaba eso, no podía imaginar lo que conseguiría con un beso.

Entonces lo escuché, su mente estaba abierta para mí. Para él yo no era una mujer más, era la única por la que estaría dispuesto a morir, su compañera de vida, la que la Diosa había escogido para él.

—Tenemos que irnos. —Clep aferró mi mano para soltarla del barrote, alejándome de mi lobo. Mi lobo. Pero su contacto no solo me provocó repulsión, sino que me permitió escuchar lo que su envenenada mente gritaba en silencio; ella nunca será para ti. Pero había algo más, él y el general habían preparado un castigo ejemplar contra mi lobo, uno que lo alejaría de mí para siempre.

Me solté de Clep con rapidez, recordándole que no era de las que se dejaban tocar sin mi consentimiento.

—Tu nombre. —Volvió a suplicar mi lobo. No podía decírselo, aún no. Y me mataba verlo sufrir, porque él era consciente de que era la última vez que íbamos a vernos.

—Yo tampoco conozco el tuyo, así que estamos en paz. —Tuve que girarme para no ver el dolor en sus ojos, fingir que era esa joven despreocupada que jugaba con los hombres a su antojo. Y me alejé de él con paso relajadamente indolente.

—La exhibición está a punto de empezar, triple C. —Clep lo dijo bien alto para hacerle daño al lobo, para señalarle que a él si le dije mi nombre, aunque ambos sabíamos que no lo era.

—Yo soy Rise. —Lo dijo muy bajito, pero pude escucharlo alto y claro. Rise. Un nombre común entre los rojos de Bolmir, pero por alguna extraña razón, me resultaba familiar.

—Vamos, todavía tenemos que ver a ese dragón que te he prometido. —Sonreí de forma traviesa a Clep, fingiendo que dejar allí a Rise no era ningún problema para mí. Pero dolía.

Una extraña sensación recorrió mis venas, como si estuviese alejándome del calor de la hoguera en una noche fría. Pero lo peor, era saber que le había hecho daño a propósito, que le había lastimado, aun sabiendo que no lo merecía. De todos los hombres con los que me había cruzado en ese abrasador planeta, era el único que había respetado mi espacio, mis decisiones, aunque eso le había supuesto un gran esfuerzo, ahora lo sabía. Él jamás se impondría a mí, él no quería dominarme, controlarme, él... Él estaba enamorado, y haría cualquier cosa por protegerme, incluso no decirme que iban a sacrificarlo por mi culpa. Dejarlo allí, con el corazón roto, era la única forma de protegernos a los dos.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora