Capítulo 19

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Rise

En cuanto me liberé de los idiotas que no me dejaban llegar hasta ella, salí detrás de su rastro hasta encontrarla. Para mí era tan fácil como seguir una cuerda luminosa que me llevaba hasta su persona. No necesitaba ni pensar, mis pies ya estaban detrás de su rastro sin que yo se lo ordenase.

Cuando alcancé la tienda de reparaciones me tomé mi tiempo para tranquilizarme. No podía asaltarla de la misma manera que en la cantina, estaba claro que la había asustado, por eso salió corriendo. Y tampoco podía pelearme con todos los desgraciados que se sentían atraídos por su olor, eso dejaría en evidencia mi poco autocontrol, y una mujer nunca aceptaría a un salvaje como pareja, por muy predestinados que estuviésemos.

Yo sabía que ella era mi destino, pero ella no era una roja, probablemente no sabría cómo lidiar con alguien en mi situación. ¡Diablos! Puede que incluso una roja tampoco podría. Todo era tan intenso, tan demoledor... Pero no podía permitirme perderla, a ella no. Sobreviví a duras penas la perdida de Nydia, esta mujer no se me iba a escapar, aunque tuviese que cortarme las manos para no tocarla antes de que estuviese preparada para recibir mis caricias.

Si todo salía bien, con el tiempo ella respondería con la misma pasión que en ese momento hacía hervir mi sangre. Solo paciencia, contención y paciencia.

Mientras me acercaba a la puerta pude oír la conversación que se desarrollaba dentro. Los lobos tenemos muy buen oído.

—Hemos oído que por aquí encontraremos algún comprador interesado para nuestro producto.

—¿Radonio?

—Recién extraído de una mina flotante de Foresta.

Ahora tenía claro lo que eran y lo que habían venido a buscar al último lugar que uno vendría a visitar. Radonio. Era un material que cualquier criador de dragones de batalla estaría interesado en adquirir. Ese mineral radiactivo tenía la suficiente capacidad para mantener en activo un collar de control, solo una pequeña piedra, y estaría operativo durante unos cuantos años, puede que incluso décadas, todo dependía de lo indomable que resultase el animal.

Y si lo habían extraído de una mina flotante de Foresta, estaba claro que lo habían sacado del planeta de forma ilegal. Aquellas dos mujeres eran contrabandistas.

Que mi futura esposa fuese una contrabandista no me importaba, yo mismo había estado en ese oscuro lado de la ley durante más de cien años. Lo único que necesitaba era estar cerca de ella para poder seducirla, hasta convencerla de que no podría vivir sin mí.

—Yo puedo conseguirte un comprador. —me ofrecí, irrumpiendo en aquella particular reunión de negocios. El tipo de detrás del mostrador me miró como si fuese a desmembrarme. Lo sabía, si aceptaban mi oferta él perdería su comisión por hacer de intermediario, y eso no le gustaba ni un pelo.

—No te metas en esto, sucio rojo. —Su insulto vejatorio no conseguiría amedrentarme, y tampoco provocaría en mí una reacción que acabase conmigo en un calabozo, que seguramente era lo que pretendía. Si un rojo atacaba a un verde ya podía prepararse para una larga temporada entre rejas, aunque él no tuviese la culpa, lo que me llevaba a pensar... Solo esperaba que el altercado de la cantina no acabase con ese resultado.

—Te escucho. —La otra mujer parecía estar al mando de la negociación.

—Trabajo en un criadero de dragones. Seguro que a mi patrón le interesará hacerse con alguna de ellas a buen precio. —El viejo general y yo habíamos llegado a un pacto, yo me encargaba de sus dragones y él a cambio me suministraba todo el material que necesitase, así que esperaba que aceptase de buena gana la posibilidad de una compra de radonio, aunque fuese de contrabando. ¡Qué digo!, el contrabando era la única manera de conseguirlo sin que nadie preguntase para qué lo querías.

Mantuve mis instintos a raya, no quería asustarla y hacerla salir corriendo como antes. Esta vez debía conseguir que se quedase a mi lado. Con cautela me acerqué a ellas, dándoles tiempo a acostumbrarse a mi presencia.

—Si nos consigues una cita con el dueño te recompensaríamos. —La negociación iba por buen camino.

—No podéis iros con él, no es de fiar. —Me cabreó que aquel idiota siguiese intentando fastidiarme el plan.

—Si él nos falla, siempre podemos volver aquí. —La mujer bajita sabía como hacerse entender, nadie pasaría por alto una amenaza como la de acariciar su arma. Era lista, y sabía como moverse a este lado de la ley.

—No te fallaré. —La miré fijamente a ella, a mi mujer, dejándole claro que era a ella a la que jamás fallaría.

—Muy bien, entonces te seguimos. —Lo dijo la jefa, pero lo que me gustó más fue ver la sonrisa ladeada de mi chica. ¿Sabía ella lo que ese gesto les provocaba a mis pelotas? Más valía que no, porque no quería que me las rompiese de una fuerte patada.

—Tengo mi transporte en el establo. —Mi guerrera alzó una ceja de forma inquisitiva mientras me seguía.

—No me digas que has venido en un carro tirado por mulas. —El que no entendió fui yo esta vez.

—¿Mulas? —¿De dónde venía esta mujer? ¿Mulas? No conocía ningún animal de tiro con ese nombre, y eso que había viajado por todos los mundos conocidos de la confederación.

—Animales apestosos y tozudos que tiran de una carreta. —explicó. Al menos tenía sentido del humor.

—El único animal tozudo de mi transporte soy yo, pero te prometo que no apesto. —Apreté los dientes, maldiciéndome por esa estúpida apreciación. ¡Por supuesto que apestaba! Convivir a diario con animales acababa impregnándote de su olor, aunque uno al final se acostumbre a ello. —O al menos nada que no pueda solucionar un buen baño. —Intenté olerme, pero su aroma lo eclipsaba todo a mi alrededor. Sería un maldito tormento hasta que me acostumbrase.

—Sí, lo necesitas. —Ella acercó ligeramente su naricilla a mi cuerpo para inspirar, gesto que me hizo apretar el culo. No me tientes pequeña guerrera.

—Siento si no es no elegante, pero es lo que tengo. —me disculpé cuando estuvimos frente a mi desgastada carreta. No era mucho, solo un rudimentario vehículo para transportar herramientas o pienso. Algunas veces llevaba a alguno de los jornaleros, por eso tenía equipos de protección. ¡Mierda!, Rahan. Con rapidez le envié un mensaje de disculpa, tendría que buscarse la vida para regresar al rancho, yo tenía una emergencia que solventar.

—¿Queda muy lejos? —Mi guerrera evaluaba los rústicos asientos traseros con mala cara.

—Media hora, pero puedo ir más despacio si tienes unas posaderas sensibles. —bromeé con una sonrisa.

—No te contengas por nosotras. —dijo la jefa.

—Será mejor que os protejáis, la tierra se mete por todas partes. —Les tendí un par de juegos de protectores oculares y una máscara para respirar. Eso sí que olía mal, a sudor y poca higiene, pero era lo que había. Pero a ella no podía darle la de cualquier otro, ella llevaría la mía, porque olía a mí. Creo que se dio cuenta del cambio de intenciones.

—No te preocupes, venimos preparadas. —Alzaron sus capuchas, y después vi como accionaban unas viseras transparentes que cubrieron todo su rostro. Podían ser contrabandistas, pero estaban bien pertrechadas para cualquier contratiempo, como unas mercenarias. No me sorprendía, ambas ocupaciones usualmente se cumplimentaban. En mis tiempos mi hermano y yo navegábamos en ambos mundos. Cualquier cosa con tal de llevar dinero a casa.

—Muy bien, entonces agarraos fuerte, no quiero perderos por el camino. —Me senté tras los mandos de la carreta y pisé el acelerador.

Aunque ellas viajasen detrás de mí, podía sentir su presencia, su olor, y sobre todo oírlas. Si intentaban algo que no me gustaba, mis orejas direccionables me alertarían. Interiormente recé para que mi guerrera no fuese una de esas. Ella no podía serlo, ella tenía que ser perfecta.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora