Kala
No me gustaba nada el dejar a Juncal sola en manos de ese Clep, pero no debíamos levantar sospechas precisamente en ese momento. Si habíamos ido a vender radonio de contrabando, no podíamos largarnos de allí sin haberlo hecho.
Lo único que nos quedaba era recurrir al plan de emergencia; recoger el transporte y salir de allí a toda velocidad. Pero con Juncal en la arena, tendría que hacer un viaje hasta ese lugar para recogerla. Toda nuestra estrategia había cambiado por culpa de lo que había conseguido averiguar con Clep. Cuando me lo contó, supe que debíamos avisar a sus padres lo antes posible. Pero teníamos un problema que superar, era de noche, y se suponía que debíamos ir a por el radonio al día siguiente, no en plena noche. Sería sospechoso si cambiábamos los planes de esa manera.
¿Por qué demonios no preparamos una estrategia de comunicación a larga distancia? Con los comunicadores personales podíamos lanzar un mensaje de emergencia, que rebotase en el comunicador de nuestra nave y lo lanzase al espacio en busca de ayuda. Una baliza de emergencia al estilo más básico. Apenas había un rastro que seguir.
Pero enviar un mensaje a la avanzada de la Reina Blanca, advirtiéndoles de lo que ocurría, no podía hacerse con un simple toque de auxilio, había que identificarse, explicarlo, y además esperar una respuesta. Teníamos que sincronizar nuestra respuesta para evitar la desgracia que estaba a punto de ocurrir. No teníamos idea de qué iba a ocurrir, pero sí que Juncal había conseguido descubrir que se había orquestado una trama para atraer a la Reina Blanca hasta el planeta. Clep no había venido al planeta por casualidad, era el cebo que los rastreadores de la policía de la confederación tendrían que seguir.
Pero al tratarse de un preso cuyo encarcelamiento era secreto, y gestionado por la corona Blanca, esta se encargaría personalmente. Traer un equipo externo a las fuerzas de seguridad del planeta, requería muchos trámites burocráticos, y se encontrarían con muchas trabas. Es sabido por todos, que un preso fugado podía desaparecer en su planeta originario, si la corona de su casa no colaboraba para atraparlo. Con los verdes era incluso peor. Ellos no admitían la autoridad de otros en su territorio, aunque lo disfrazasen de falsás colaboración. Y eso todas las casas lo sabían.
La única maniobra posible, era recurrir a un subterfugio para traer un equipo militar al planeta, y ese era una visita diplomática. Tratándose de la corona blanca, el contingente sería grande, y nadie se interpondría en su camino; la seguridad de la corona blanca estaba por encima de todo.
Tenía que avisarles, tenía que advertirles de que se acercaban a una trampa.
—¿Vas bien? —giré la cabeza hacia Timun. Esa era otra, él había sido designado para llevarme a los hangares donde había dejado nuestra nave.
Esperaba que aquella decisión fuese una maniobra, que asegurarse que el radonio llegara a manos de Crew. Pero la presencia de Timun era mucho más significativa de lo que podría parecer a primera vista. Crew había enviado al capataz de la finca, alguien de su completa confianza, alguien militarmente muy capaz, y sobre todo, alguien con independencia, con libertad de decisión en situaciones comprometidas. ¿Significaba eso que buscaría el momento para quitarme de en medio y quedarse con la mercancía? Ya había conseguido dividirnos, mermando nuestra capacidad de defensa ante un ataque. Además de conseguir un rehén en caso de que Timun fracasase.
Ojalá tuviese el don de Juncal, porque sabía que todas las respuestas a mis preguntas estaban en su cabeza. Lo sé, mis dones como reveladora me garantizaban saber si el hombre decía la verdad, pero no podía obligarle a decirla.
—Creí que el capataz tendría un transporte mejor que esta chatarra. —Nada como atacar el ego de un verde para conseguir que se cabreé y pierda en control.
—Los días de exhibición en la arena dejan pocos recursos libres, he tenido que arreglármelas con lo que quedaba libre. —Buena excusa.
—Siendo el capataz, ¿no tendrías que estar controlándolo todo? Hacer de niñera de una contrabandista no me parece algo a tu altura.
—Sería una falta de respeto no atender a una invitada del general como se merece. —Eso era verdad, pero no toda, lo intuía.
—Podría haberme acompañado el mismo hombre que nos llevó a la granja, su transporte no era tan lento como esta cosa. —Sabía que Timun tenía una rivalidad con el lobo.
—Él tiene una tarea especial que cumplir. —Era verdad. Con lo ocurrido la noche anterior, me imaginaba que no sería algo agradable. Ya saben lo que se dice; el amo se entera de todo, y no perdona.
—Quería parar en la cantina a tomar algo que me quite el reseco, pero no sé si nos dará tiempo a este ritmo que vamos. —dije con la cabeza ladeada. Era un reto que esperaba acpetase.
—Yo tampoco quiero perderme la exhibición. —Noté como el vehículo aceleró considerablemente. Timun nos estaba retrasando a propósito, pero presenciar la exhibición de dragones era algo que deseaba. Había dicho la verdad. Tendría que estar acostumbrado a verlas, lo que me indicaba que en esta iba a ocurrir algo que no quería perderse. Un mal presentimiento llegó a mi mente, ¿tendría algo que ver con el lobo? ¿o sería por Juncal? Distraídamente pasé los dedos sobre mi brazalete, para enviarle un mensaje "ten cuidado, traman algo en la arena".
Tenía prisa por llegar a la nave, pero la parada en la cantina tenía un porqué: necesitaba un espacio donde Timun estuviese relajado, y una cerveza fría podría ayudar.
—¿Qué vas a tomar? —me preguntó nada más alcanzar la barra de la cantina.
—Algo frío, pero que no sea esa cerveza que tomáis vosotros, he oído cosas que no me convencen. —Puse gesto de asco, para que supiera a qué me refería. Él soltó una carcajada.
—¿Escuchaste que está hecha con pis de "patas cortas"? —Timun hizo un gesto al cantinero, que rápidamente cumplió su pedido. Estaba claro que le conocían y sabían quién era.
—¿Acaso es mentira? —Sabía que no era así. La cerveza krakotiana se elaboraba a partir de los orines de uno de esos animales que vimos en la granja, justo los que transportaban las cargas pesadas. Les alimentaban con unos frutos que no digerían bien, lo que provocaba una orina con alto contenido de azúcar. Solo la dejaban fermentar durante tres meses en tinajas de barro, para conseguir esta cerveza que les volvía locos. Una delicatesen, según ellos.
—No, no lo es. El que sirven aquí lo elaboramos en la granja. —dijo con orgullo.
—Quiero de eso. —Señalé con el dedo un vaso que estaban sirviendo a un cliente detrás de Timun.
—¿Estás segura? —dijo al volverse de nuevo hacia mí.
—No me digas que también viene de las tripas de algún animal.
—Se mastica el tallo de una planta y el jugo se escupe. Luego se fermenta durante unas semanas. —explicó divertido.
—Entonces mejor no. Agua, quiero agua. —Timun volvió a carcajearse con más ganas.
Después de refrescar la garganta, fuimos hasta el hangar de nuestra nave. Noté que me seguía para entrar detrás de mí.
—¿Dónde vas? —pregunté.
—Tengo curiosidad por ver vuestra nave por dentro. —Hice un gesto de disgusto.
—Vale, pero no toques nada. —Timun sonrió satisfecho.
—No lo haré. —Era una mentira. Aunque él no lo supiera, ya estaba preparada para ello.
—Aquí entraré yo sola. —dije en la puerta de mi habitáculo personal. Él asintió, aunque desconfió. Seguro que pensaba que iba a sacar algún arma de allí dentro.
Tardé unos minutos en salir del cuarto, lo justo para ver como su cuerpo se desplomaba en el suelo. La droga que había vertido en su cerveza había hecho efecto. Solo tuve que atarlo a conciencia, inyectarle un sedante ajustado a su fisonomía y peso, y encerrarlo en una caja de reclusión. Ya no causaría problemas durante al menos cuatro o cinco horas. Primer escoyo salvado. Era hora de avisar a Rigel.
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Jinetes de dragón - Estrella Errante 5
RomanceSolo hay una mujer por la que todo rojo sería capaz de entrar en batalla, la reina blanca. Pero antes que ella, está la hembra a la que se unirán de por vida, aquella sin la que no pueden vivir. Un aroma endiabladamente intenso, unos instintos prima...