Capítulo 11

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Juncal

Ya tenía lo que había ido a buscar, sabía quién le había dado las órdenes, y sabía dónde encontrarlo. Ahora solo debía ir a por él y... No podía ir sola, y no podía mandar a un ejército sin tener más pruebas. Pero al menos tenía la información que deseaba Protea. Era el momento de salir de allí.

Me alejé con agilidad de él, soltándome de su férreo agarre con facilidad. El pobre no estaba preparado para mi huida.

—Tengo planes, tigre. Y no voy a aplazarlos por ningún hombre, por interesante que parezca. —Le sonreí, ganándome un gesto de desagrado y contrariedad. Aunque no estaba enfadado, sino esperanzado. Ahora no, pero quizás más adelante.

—¡Ja!, te ha dejado plantado, tigre. —El naranja se mofó de él. Entonces Cep sí que se enfadó. No le gustaba que ese parlanchín se mofara de sus fallos.

—¿A qué hora dan de comer aquí? —pregunté directamente al naranja. No lo hice para picar a Cep, sino porque parecía que el naranja me diría lo que quería más rápidamente. Además, él me quedaba en la trayectoria de visión de Kala. Fue solo un segundo en el que se cruzaron nuestras miradas, pero fue suficiente, ella entendió que allí ya habíamos terminado.

—Antes del anochecer. Creen que si tenemos la tripa llena no les daremos problemas. —indicó el naranja con sorna, mientras cruzaba los brazos frente a su pecho. Alcé la vista hacia el enorme tragaluz del techo. No había estado antes en el planeta, así que no sabía cuantas horas de luz nos quedaban.

—Entre 20 y 30 minutos. —dijo Kala en lengua terrícola.

—Bien, entonces será mejor que nos pongamos en marcha. —Las cejas de Kala se fruncieron, ese no era el plan.

Me alejé tanto como pude de la pared, mientras profundizaba mi respiración. Necesitaba un gran aporte de oxígeno para mis músculos. Hice un rápido precalentamiento, consistente en dar pequeños saltos y sacudir mis manos. No necesitaba nada más.

—No puedes...—empezó a decir Kala.

Giré la cabeza hacia Cep, mientras le dedicaba una sonrisa de suficiencia, de esas que decían «mira y no te pierdas nada». Él frunció el ceño intrigado. Cerré los puños con fuerza y me lancé a la carrera contra la pared, saltando sobre ella en el último minuto, calculando los pasos que podía caminar sobre ella; di dos antes de caer de nuevo al suelo. Sí, podía hacerlo. Rectifiqué el ángulo, para saltar sobre una de las paredes, y después lanzarme sobre la otra. Trepé a base de grandes impulsos, de la misma manera que vi en una de aquellas películas de artes marciales chinas. Mis dedos consiguieron atrapar el final de los barrotes, que como había visto, terminaba en una superficie plana. Algo que tendría que decirle a Protea que cambiaran, si no querían que otro utilizase mi mismo método para salir.

Me impulsé con la fuerza de mis brazos, hasta que mi abdomen alcanzó la cúspide del muro de barras metálicas. Tumbada sobre la línea de barras, dejé que una de mis piernas, la que quedaba dentro de nuestra celda, se deslizase hacia abajo. Miré a Kala, que enseguida entendió mi intención. Ella era más baja, y no tenía la agilidad de un gato, como era mi caso, así que no podría llegar tan alto como yo. Le estaba dando la posibilidad de usarme como cuerda para trepar hasta donde yo había llegado.

Kala entendió. Asintió con la cabeza y se dispuso a realizar la misma maniobra que yo. Me anclé a los barrotes, metiendo mi otra pierna entre ellos tanto como pude. Kala consiguió alcanzarme después del tercer intento.

En el calabozo no se escuchó ninguna voz de ánimo, ningún alboroto que pudiese alertar a los guardianes. Tan solo los amortiguados jadeos de Kala mientras trepaba por mi cuerpo. Dolía, y mucho, pero podía aguantarlo, y lo mejor, sabía que los moratones que quedarían como recuerdo no durarían mucho.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora