Juncal
Tenía que reconocer que el anfitrión, o a quién hubiese encargado de nuestra atención, estaba en todo. No solo llevaba encima un hermoso vestido de seda, que habría hecho enrojecer de envidia a cualquier emperatriz del gran Imperio Romano, sino que mis pies caminaban sobre unas hermosas sandalias de piel suave. Mi melena hondeaba suelta a la espalda, luciendo por primera vez, desde que regresamos de la Tierra, aquellas hondas que eran la envidia de las chicas y sobre todo de Kala. Ella tenía el pelo lacio, de color rubio claro, muy apreciado entre los verdes. Pero el mío era una explosión pelirroja de rebeldía, una declaración de belleza indomable.
El trayecto hasta la habitación de Kala lo hice en un elegante silencio, algo fácil para una gatita roja con aquel calzado tan suave.
No tuve que llamar a la puerta, porque la sirvienta asignada a Kala salió de la habitación en aquel momento. No me hizo falta establecer contacto con ella para percibir el miedo en ella; Kala la asustaba, y sabía perfectamente por qué.
—No va a hacer desaparecer tu ropa, solo dile lo que quieres, y ella lo hará. —le informé a mi compañera.
—Ya, no todos somos tan perceptivos como tú. —Kala no solía ser tan incisiva, por lo que era más que evidente que estaba nerviosa.
Recogí una de las tobilleras que le quedaba por colocarse, y se la tendí para que se pertrechara con ella. Una cosa era dejar el traje de combate de lado, pero las protecciones eran otra cosa.
—Espera. —Me acerqué a Kala para colocar mejor la diadema sobre su cabeza. Podría parecer solo un utensilio para mantener el pelo alejado del rostro, pero realmente era un mecanismo sofisticado, que se transformaría en un casco de protección llegado el momento.
Todas y cada una de las partes de nuestra armadura de combate estaban sintetizadas en pequeñas piezas repartidas en zonas estratégicas de nuestro cuerpo; tobilleras, pulsera, diadema y cinturón. Incluso el brazalete de comunicación, ese que nunca se quitaba alguien como nosotros, había sido complementado con un pequeño escudo deflector. En el cuerpo a cuerpo estábamos cubiertas.
—Te ves preciosa. —La mano de Kala alcanzó mi cabello, para acariciar uno de mis rizos.
—Y tú estás espectacular. Vas a tener a ese viejo babeando toda la cena. —Mis dedos se deslizaron con cariño entre las hebras doradas de su pelo. Puede que prefiriese a los hombres, pero ella siempre tendría un lugar en mi corazón, era especial para mí, tenía que saberlo.
—Mi señora. —La mujer que parecía al mando de los otros sirvientes, llegó en ese momento llamando nuestra atención.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kala con todo autoritario. La mujer bajó la mirada mostrando sumisión.
—El amo las espera. —Kala la observó con dureza.
—Tengo hambre. —dije para animarla a responder.
—Indícanos el camino. —ordenó Kala. Nada como una hembra Alfa para marcar el ritmo, cualquier verde, o siervo de un verde, respetaría eso.
Caminar por la enorme mansión con aquella ropa, y aquel diseño tan vaporoso, me llevaba a los tiempos en que Egipto estaba colonizado por Roma. Si cleopatra hubiese sido pelirroja o rubia, se parecería a una de nosotras. Bueno, yo era una princesa, ¿qué malo había en sentirse como la reina de Egipto?
—Ah, ya estáis aquí. —dijo con voz alegre Crew. —Sentaos, por favor. —Señaló las sillas contiguas a la suya, una frente a la otra. —¿Estáis cómodas? —Sus ojos se desviaron directamente hacia la zona de mi pecho. Algo extraño si no olvidaba que las mujeres verdes, al igual que las azules, no tenía pechos. Su apreciación no debía ser sexual, salvo que estuviese tratando de imaginar la gema incrustada en mi esternón, cerca del nacimiento de mis senos.
ESTÁS LEYENDO
Jinetes de dragón - Estrella Errante 5
RomanceSolo hay una mujer por la que todo rojo sería capaz de entrar en batalla, la reina blanca. Pero antes que ella, está la hembra a la que se unirán de por vida, aquella sin la que no pueden vivir. Un aroma endiabladamente intenso, unos instintos prima...