Capítulo 21

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Juncal

Primer detalle, nos dieron habitaciones separadas. Podría parecer una cortesía, pero no éramos tan importantes como para que tuviesen esa deferencia con nosotras. Ese simple gesto nos dijo mucho sobre lo que pretendían; mantenernos separadas. ¿La razón? Había pocas posibilidades, pero ninguna era buena, y las dos lo sabíamos.

Pero no rechazamos su cortesía, sería una afrenta para un verde. Crew sabía perfectamente como jugar sus cartas, aunque no contaba con que nosotras hiciésemos trampas, o no estaba preparado para las que podíamos hacer.

—El mío queda al final del pasillo. —dijo la voz de Kala a mi espalda.

Divide et vince. —Como dijo Julio Cesar; "divide y vencerás".

—30 metros son una buena carrera. —Hablar en una lengua de la tierra, y utilizar sus medidas estándares, nos daba un extra de seguridad. Si nos estaban escuchando, no podrían entendernos, al menos al principio, hasta que tuviesen una buena base de datos para poder traducir.

Escuchamos ruido en el pasillo, demasiado para considerarlo una amenaza, porque nadie que fuese a atacar sería tan tonto como para armar ese escándalo. Esperamos a qué los causantes llegaran hasta nosotras, no sin estar listas para defendernos si era el caso. En tierra hostil nunca hay que confiarse.

—Mi señora. —Saludó una mujer menuda con la cabeza gacha. Sus ojos apenas se atrevían a mirarnos. —El amo solicita su presencia en la cena.

No me dio tiempo de responder, cuando un batallón de sirvientes entró en la espaciosa habitación, acarreando una enorme bañera, que empezaron a llenar con cubos de agua humeante. En menos de dos minutos ya estaba llena.

—El amo pensó que desearían asearse. —Con un gesto de su mano apremió a los sirvientes para que saliesen de la habitación, dejando toallas, jabones y aceites para mi uso, además de una doncella que me asistiría. Tampoco me pasó desapercibida la presencia de ropa limpia y elegante sobre el lecho.

Esperamos a quedarnos solas antes de decir nada. La criada parecía no estar bendecida, ya que sus ropas eran ligeras y no parecía revelar la presencia de una gema incrustada en alguna parte de su cuerpo. Hablar frente a ella no resultaría peligroso.

—Esto no me gusta. —dijo Kala, sin dejar de mirar por el enorme balcón abierto frente a nosotras. ¿Se sentirían así las princesas hindús?

—A mí tampoco, pero ya que estamos aquí, no voy a desperdiciar un buen baño. —¿Quién rechazaría un baño con aceites aromáticos después de un largo viaje?

—Media hora. —Sabía lo que quería decir con eso. Si no teníamos noticas la una de la hora, activaríamos el protocolo de emergencia, es decir, búsqueda, rescate y salida de allí a toda velocidad.

—Lo tengo. —Activé el cronómetro en mi reloj. Por fortuna no tendría que quitarme el brazalete para sumergirme en aquella sugerente bañera. Si estuviese en casa lo haría sin dudar, aquí no me lo quitaría ni loca, pues era mi seguro de vida.

Kala abandonó mi habitación, para ir a la suya y disfrutar de las mismas atenciones que las que me dispensaban a mí. Sería demasiado raro que ella no recibiese el mismo tratamiento. A menos claro, que supieran que yo era una princesa, y ella mi guardaespaldas. Entonces todo este despliegue no sería algo excepcional, sino lo diplomáticamente correcto.

Con la puerta cerrada, me acerqué hasta la bañera y empecé a desnudarme. En ese momento me di cuenta de cual era el motivo de todo este despliegue de hospitalidad, era verme desnuda. No por el placer de admirar mi cuerpo perfecto, dudo que tuviesen en cuenta los deseos de aquella joven sirvienta. Sino que el simple acto de quitarme de encima todo lo que llevaba puesto, dejaría expuesta mi gema.

Ya podía ser por lo que les contase después la sirvienta, o por las cámaras que podían haber ocultado en las dependencias, cualquier observador sacaría mucha información solo descubriendo si tenía o no una gema en mi cuerpo, pero sobre todo, del color que sería esta. En mi caso, no podía permitir que descubriese que era blanca, eso sería como gritar fuerte y alto que era hija de la reina blanca. Solo una descendiente directa, y bendecida en el gran kupai, podría llevar una gema blanca.

Me desprendí con cuidado de todo mi equipo: mis botas, mis protecciones, mi traje de protección, y por último de mi ropa interior. ¿Quién se metería en la bañera con ropa sucia encima? Nadie que no aculatase algo. Se suponía que yo no lo hacía, así que me mostré desnuda ante la joven, aunque ella no alzó la mirada del suelo en ningún momento, como si me estuviese dando privacidad. No me engañaba, en algún momento pondría sus ojos sobre mí, y notaría el color azul de mi piedra.

Sí, he dicho azul. ¿Pensaban que habría venido hasta aquí sin tener en cuenta todos los detalles que podrían delatarme? En la tierra aproveché para tomar el sol y darme algún baño en la playa. Mi piedra no solo era una peculiaridad extraña incluso para los terrícolas más excéntricos, así que ideamos un pequeño truco para camuflar su presencia, solo un pequeño marco dorado que la rodeaba, ajustándose perfectamente a sus formas, del cual colgaba una delicada y larga cadena que circunvalaba mi cuello. Así solo parecía un curioso colgante, uno más de los miles o millones con los que las personas adornaban sus cuerpos.

En esta ocasión prescindí de la cadena, pero dejé la hermosa caja que delimitaba la forma de mi gema, esos sí, esta vez protegida por un fino cristal tintado de color azul. Un traje a medida para mi gema. Para descubrir que el azul no era su color natural, tendría que pasar por una inspección ocular o una colorimetría, y para eso tendrían que acercarse mucho, más de lo que una Juncal consciente permitiría, salvo que me tuviesen fuertemente inmovilizada.

Con mi vestuario perfectamente doblado sobre una silla junto a la bañera, me metí cuidadosamente en aquella tina de placer. Creo que solté un sonoro gemido nada más entrar en contacto con el líquido caliente.

—No te acostumbres. —dije en voz alta cuando mi cabeza cayó pesada hacia atrás, recostándose en el borde.

Tampoco es que me relajase demasiado. Una contrabandista o mercenaria jamás estaría indefensa, así que dejé mi pulida daga sobre la banqueta que sostenía los jabones que iba a utilizar.

La sirvienta no se movió, hasta que cerré los ojos para disfrutar. Entonces lo hizo. Un suave movimiento, algo que un oído inexperto no habría apreciado, pero que para una roja entrenada no pasaría desapercibido. Antes de que recogiese mis ropas para llevárselas, cogí mi daga y la clavé con energía en la pequeña mesa a mi lado, provocando el respingo asustado de la joven que casi me hizo reír.

—¡No! —Si no había entendido, mi mirada amenazadora se estrechó hacia ella.

—Mis disculpas, mi señora. —La joven desistió de tomar mi ropa sucia, y se alejó hasta posicionarse en la periferia de la estancia. Lejos, pero cerca, como debía hacer un sirviente.

Me recosté de nuevo en la bañera, eso sí, dejando mi daga clavada como constante amenaza. Mis cosas no se tocan.

Aunque pareciese relajada y despreocupada, mi mente estaba pensando en como solucionar el problema que tenía por delante. Una cosa era impedir que ella se llevase mi ropa mientras yo estaba presente, y otra muy diferente el evitar que lo hiciese cuando abandonase la habitación. Si me habían dejado ropa limpia, era porque esperaban que la usase. Sería una descortesía no hacerlo. Otra vez con la disyuntiva por delante; desairar al anfitrión rechazando su gesto de hospitalidad, o mantener sobre mi persona el equipo que me protegería en caso de pelea.

—¿Desea que la lave el pelo, mi señora? —Los ojos de la sirviente me miraban asustados, aunque parecía que todo ese miedo no venía por mi amenaza, sino...

—Sí, por favor. —El contacto me ayudaría abrir ese canal a sus pensamientos, y averiguar a qué tenía realmente miedo.

No fue un error, pero sí que descubrí cosas que no me gustaron en absoluto, cosas que podían provocar una terrible pelea, una que acabaría rápidamente con nuestra misión.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora