Kan
No podía creer lo que estaba escuchando. ¿El Eterno estaba mintiendo a la reina blanca? ¿O nos había mentido a todos los verdes durante todo este tiempo?
—¡Comida!, no sois más que insignificante comida. —recalcó de nuevo.
—Así que lo de devorar nuestra sangre no es una metáfora, es literal. —le acusó Nydia. —Eres un maldito vampiro. —¿Nydia sabía lo que eran? ¿En su planeta origen existían seres que se alimentaban de la sangre de los humanos? Tenían nombre para lo que era el Eterno; vampiro.
—Para ti soy un dios al que rendirás pleitesía. —El Eterno se puso en pie, dando la muda señal a los guardianes. Era el momento.
—Para tu desgracia, yo soy atea. No voy a someterme a ti.
—Entonces de aquí no saldrás viva. Solo uno quedará vivo, y seré yo. —No podía ser, estaba diciendo que todos moriríamos, y sabía que no mentía. Esa parte de su plan no me la dijo, y ahora entendía por qué, mi muerte ya estaba en sus planes.
Miré a mi derecha, donde el guardián más cercano a mí ya se estaba preparando para atacar. No había dudas en él, y me atrevería a decir que tampoco había emoción alguna, era como si estuviera cegado a cualquier otra cosa que no fuese la orden del Eterno. ¿Los había drogado? No tenía tiempo de averiguarlo, tenía que luchar por mi vida, y la única manera de hacerlo era acabando con el Eterno. No tenía tiempo para la duda, no podía pensar en que ese ser que nos había manipulado, tenía el rostro de mi hermano. Aquel ser podía llevar mi sangre, pero ya no era mi hermano, era un monstruo al que no le importaba el parentesco que nos unía.
Salté con agilidad sobre el guardián para arrebatarle la lanza Solari. No fue difícil, mi experiencia como luchador le sobrepasaba por décadas. Pero no contaba con la guardia de la Reina Blanca. Mi agilidad apenas me permitió lanzar el arma contra el Eterno, antes de que mi cuerpo fuese derribado e inutilizado por Protea. No me importó caer, porque mi objetivo fue alcanzado, su grito furioso me lo confirmó.
La rodilla de mi guerrera se clavó en mi cuello, impidiendo que el aire llegase a mis pulmones. No me resistí, no me defendí, no me importaba morir, al menos de esa manera pagaría por mi estupidez. Había sido un tonto que se dejó engañar, llevando a su pueblo a una guerra que podía haber evitado. Morir por sus manos era un regalo que no merecía, pero me llevaría al más allá, su imagen adulzaría mis últimos momentos.
Las antorchas de la sala fueron apagadas con rapidez, dejando apenas como fuentes de luz las dos pequeñas piras de ofrendas a los laterales de la sala. Para un verde era suficiente para dar caza a su presa, pero para el resto de humanos en la sala era como sumirles en la oscuridad.
Un destello de luz me cegó. Sabía que era mi llamada al otro mundo, así que no me resistí, me dejé ir. Ojalá la historia fuese indulgente conmigo, aunque fuese al final, traté de hacer lo correcto.
Rigel
¿Guardias armados?, ¿una cueva con antorchas? ¿De verdad pensaban que no estaríamos preparados? Los gatos no solo vemos muy bien en la penumbra, nuestro equipo además tenía nuestra propia fuente de iluminación. ¿De qué sirve sino tener tu propio ángel con alas de luz? Kalos era mucho más que un escudo protector que blindaría la retaguardia del grupo, sino que iluminaría la estancia como si estuviésemos a pleno día.
La guardia del Eterno estaba tomando posiciones, estrechando el círculo alrededor de nuestra comitiva. Controlé por última vez nuestras posiciones, constatando que cada uno de nosotros estaba pendiente de su zona; Protea no apartaba ojo de Kan, Kalos se estaba inclinando hacia el lateral izquierdo, para hacerse cargo con una de sus alas de escudar a Nydia, y con la otra atacaría a los tres guardias de su flanco. Yo me encargaría de los otros tres guardias, y Silas se encargaría de contener al Eterno. No le gustaba la idea de pelear, pero cuando empecé a entrenar a Nydia, todos sabíamos que debíamos al menos ser capaces de defendernos de un atacante, y él no pudo quedarse fuera, así que también se sometió a un adiestramiento de lucha cuerpo a cuerpo.
La que quedaba libre era la concubina del Eterno, pero conociendo a la cultura de los verdes, ella no tendría adiestramiento militar, así que no supondría ningún problema. Dado el caso, Nydia se encargaría de ella.
Pero ninguno había previsto que el eterno supusiese una amenaza mayor al resto. Aquel hombre estaba diciendo que podía acabar con todos nosotros, lo había confesado ante las preguntas de Nydia, lo que me decía que la mayor amenaza era ese ser. ¿Vampiro? Era un chupasangre, de eso no cabía duda, pero no tenía idea de qué animal se trataba, no conocía a ninguno que fuese capaz de tomar posesión de un cuerpo humano y controlarlo, como él parecía estar revelando. Tenía que reformular nuestra defensa, y neutralizar aquella nueva amenaza.
Antes de que pudiese gritar las nuevas consignas, una lanza voló a escaso un codo de distancia de mi hombro. El crujido deun cuerpo chocando contra otra me indicó que Protea ya se estaba encargando de neutralizar la amenaza. Como pensábamos, Kan había resultado ser peligroso. Pero no entendí realmente lo que había ocurrido, hasta que aprecié el lugar de impacto de la lanza. Estaba allí, clavada sobre el pecho del Eterno. ¿Protea se había saltado el protocolo y había hecho eso? No podía culparla, a mí también me pareció una amenaza que erradicar cuanto antes. Kan seguramente estaba haciéndola pagar su osadía, pero yo tenía más problemas que solucionar antes de ir en su ayuda. Protea se las apañaría sola.
Me lancé a neutralizar a los tres guardias que me correspondían, dejando atrás los gritos de horror de la concubina. Matarlos no era lo mismo que neutralizarlos, sin un arma, tardaría algo más en librarme de ellos. Si tan solo hubiese podido conservar mi daga Solari, ahora todo esto habría sido más fácil, y habría podido matar a ese monstruo yo mismo. No podía dejar a Nydia expuesta a ese hombre, aunque estuviese herido, seguía siendo una amenaza.
En plena maniobra de ataque y derribo de uno de los guardias, tuve que esquivar una lanzada directa a mi rostro, por instinto la bloqueé con mi brazo, sabedor de que el corte que recibiría no solo dolería, sino que me retrasaría en la lucha. Mi sorpresa llegó cuando descubrí en mi mano una daga Solari de luz ardiente, como si estuviese hecha de lava candente. No tuve tiempo en responder a mis preguntas de ¿cómo había llegado allí?, ni ¿cómo era posible que mi mano no se estuviese derritiendo por el calor? Solo sabía que estaba allí, y podía utilizarla. La clavé sobre la carne de uno de los guardias, sintiendo como penetraba su coraza hecha con escamas de dragón, como si fuese una fina seda. Mi nueva arma era letal y mortífera, solo necesitaba saber eso.
En cuanto me deshice del último guardia, fui directo hacia el Eterno con mi daga de fuego en la mano, pero era demasiado tarde. El hombre yacía inerte sobre el suelo, con una expresión aterradora en su rostro. ¡Por la Diosa!, ¿qué le había ocurrido? Su piel se pegaba sobre sus huesos, como si el tiempo hubiese desecado todos sus fluidos. Pero ¿si estaba bien hacía unos minutos? Aquello no sabía cómo explicarlo. ¿Qué había ocurrido?
Giré la cabeza hacia Nydia, que permanecía impávida en mitad del grupo que quedaba en pie, observando lo mismo que yo, que todos. ¿Eso era lo que quedaba de un ser tan poderoso? Antes de darme cuenta algo saltó de su espalda hacia mí, algún tipo de animal que hacía vibrar de forma siniestra el aire entorno a él. ¿Qué era eso?
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Jinetes de dragón - Estrella Errante 5
RomanceSolo hay una mujer por la que todo rojo sería capaz de entrar en batalla, la reina blanca. Pero antes que ella, está la hembra a la que se unirán de por vida, aquella sin la que no pueden vivir. Un aroma endiabladamente intenso, unos instintos prima...