Capítulo 34

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Kan

Soy un soldado experimentado, he vivido incontables batallas, casi podría decir que me siento cómodo en ellas, pero esta era diferente, y seguramente por ello estaba más nervioso de lo habitual.

No podía dejar de controlar el valle ante mí, calculando el lugar exacto donde deberían estar escondidos los cañones de plasma, aquellos que aniquilarían en minutos a todo el ejército que acompañaba a la reina blanca. Sí, lucharían como demonios, es lo que se esperaba de ejército rojo, pero no aguantarían demasiado. Los cañones de plasma eran artillería pesada, algo que no soportaría ningún transporte terrestre por demasiado tiempo.

¿Como habían sido tan ingenuos de aceptar tomar tierra en un lugar tan vulnerable? Si yo me hubiese encargado de la seguridad de la reina, habría exigido otro lugar para desplegar mis tropas de apoyo.

Pero claro, se suponía que no estábamos en guerra, y que esta era una visita de cortesía. Algo que la reina no podría rechazar sin crear tensiones diplomáticas. El culto al Eterno tenía tanto peso como la adoración al árbol verde, incluso se solapaban la mayoría de las veces. No sabía si la reina blanca era consciente de lo que estaba concediendo al venir a visitar al Eterno a su templo, podía interpretarse como un reconocimiento de su poder por encima de lo que ella representaba. Si él conseguía convertirla, tendríamos el control de todas las instituciones de la Confederación. Si por el contrario se revelaba... En fin, ella habría decidido su destino, y sería la guerra. No solo no habría marcha atrás, sino que estábamos listo para descabezar a la bestia, y después destruir lo que quedase de su gobierno.

De una forma u otra, íbamos a asestar un golpe de estado en toda regla. Nos haríamos con el poder, por las buenas, o por las malas. Era para lo que nos habíamos estado preparando durante siglos. El momento había llegado.

El único inconveniente era esa heredera que había sido marcada como princesa a la corona azul. Ella podía reunir un ejército con aquellos que no consiguiéramos eliminar de primeras, y encabezar una contraofensiva. Y podría prosperar, porque habríamos conseguido lo que nadie antes había logrado, unir a todas las casas en una causa común, acabar con nosotros.

A nuestro favor teníamos el tiempo, la sorpresa, porque ellos tendrían que prepararse para atacar, nosotros ya lo estábamos.

La lanzadera comenzó a descender en la pequeña explanada junto al acceso al templo, hogar del Eterno.

—Avisa de que ya están aquí. —dije a mi asistente, el cual se apresuró a cumplir con mi orden.

Incliné mi cabeza a un lado con brusquedad, tratando de aliviar la tensión en el cuello. Escuché el crujido, pero no me sentí realmente aliviado. La lanzadera desplegó la plataforma de descenso, por la que empezaron a descender primero el guardián alado de la reina, luego su marido, el rey rojo y acto seguido a apreció ella. A su espalda estaba su fiel consejero de la casa amarilla, Monk Aol.

Pero la que se llevó toda mi atención, fue el visir de Foresta, Protea. Estaba magnífica con aquella armadura de viaje. No había podido apartarla de mi mente desde el día del juicio. Su mirada autoritaria y amenazadora se clavó en mí, como si no temiese provocar un incidente diplomático, y si conseguirlo le hiciese feliz. No debí autosatisfacerme pensando en ella, porque mis genitales se pusieron en alerta de forma inoportuna. Ojalá el eterno no tuviese un plan específico con ella, porque me encantaría encargarme personalmente.

—Majestad. —Saludé con una formal inclinación de cabeza cuando ella llegó casi a mi altura.

—Rey Kan. —Correspondió correctamente a mi saludo.

—Me siento honrado de acompañarla a nuestro templo. El Eterno la espera.

Precedí la comitiva hasta alcanzar las grandes puertas de acceso. Como estaba previsto, deslicé mi arma sobre la mesa dispuesta a la entrada, y me giré para informarles al resto.

Jinetes de dragón - Estrella Errante 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora