Epílogo

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¿Cómo era la vida con Amelia? Pues absolutamente maravillosa. A ver, no os iba a negar que habíamos tenido nuestros más y nuestros menos en muchas ocasiones, por ejemplo, cuando tuvimos que decidir el piso en el que queríamos vivir. Amelia se negaba a salir de Vallecas y yo, la verdad es que por mucho cariño que le hubiese cogido a aquel barrio y mucho que hubiese cambiado mi manera de ser, no me veía viviendo allí.

Al final terminamos distanciándonos un poco del bullicio de la capital y nos mudamos a un ático a las afueras en el que no había ruido, Amelia estaba contenta porque no estábamos en una zona pija y yo porque al menos tendría el espacio que quería. También discutimos al escoger la pintura para cada zona de la casa y, claro, contra una pintora como ella estaba bastante complicado ganar aquella batalla. Al menos, en la estructuración y organización del piso conseguí salir victoriosa y la morena decidió hacerme caso a mí y a mi grado como arquitecta.

Nuestra vida era bastante sencilla, madrugábamos para ir a trabajar, volvíamos a casa para estar ambas juntas y dar un paseo a Buffy y la tarde dependía de los proyectos que tuviésemos programados. Habíamos incluso pensado en crear una empresa propia y teníamos ya varios puntos de aquello solucionado, pero todavía estábamos dudando y dándole tiempo a aquella idea.

La relación con mi padre había mejorado mucho y ahora adoraba a Amelia y la afición de los dos por el deporte había hecho que en algunas ocasiones mi novia me dejase abandonada por hacer planes con mi propio padre. Además, ante todo pronóstico, el que mi padre hubiera recuperado la relación conmigo, nos hubiese ayudado con la mudanza e incluso se pasara algún que otro domingo a comer con nosotras y la familia de la morena, había hecho que mi madre fuera rebajando su tono, se hubiese tragado sus palabras y hubiese realizado un pequeño acercamiento de nuevo. Supongo que la envidia hacia mi padre le hizo irse dando cuenta de todas aquellas cosas.

De hecho, aquel mismo día en el que cumplíamos ya dos mes en nuestro nuevo piso y por fin teníamos ya todo adecentado, habíamos decidido organizar una de nuestras comidas familiares a la que también se habían sumado Marina y Lourdes que, por fin se habían decidido a ser pareja oficial y, al fin y al cabo, también eran parte de nuestra familia.

-Cariño, ¿dónde dejo esto? -me preguntó Amelia cargando con una fuente enorme de croquetas que había traído mi padre.

-Déjalo por la encimera, que estoy a ver si se termina de cocer el arroz.
-Qué bien huele -dijo ella acercándose a mí por la espalda, mientras no dejaba de remover el arroz para ver si el caldo comenzaba a reducirse definitivamente. Amelia dejó un beso en mi cuello, mientras se abrazaba a mi cintura y yo sonreí de inmediato, disfrutando de aquella felicidad que me daban gestos tan cotidianos como aquel.

-A ver qué tal está -cogí un poco y dejé que lo probara con cuidado también de que no se quemara- Que mi padre es experto en estas cosas y miedo me da las pegas que puede llegar a ponerle.

-Está riquísimo, les va a encantar a todos.

Me giré un momento para poder besar sus labios tranquilamente, disfrutando de la privacidad que nos daba la cocina en aquel momento puesto que le había prohibido el paso a casi todos los demás, pero tuve que dejar que se fuera de mi lado porque nuestros invitados la demandaban para que les hiciera compañía durante el aperitivo.

Niké saltó un momento por ahí, después de estar escondida en uno de los armarios de la cocina y se arrimaba a mi pie para ronronear un poco a mi vera y que le hiciera caso también.

-Vaya, parece que nos han dejado solas, menos mal que tú nunca me fallas -Niké emitió un pequeño maullido y de un salto se colocó al lado de la encimera para poder vigilarme mejor y ver también si podía pillar algo- Anda que no eres lista tú ni nada.

De momento abril || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora