De momento abril || Luimelia

Treinta y seis

Había dormido bastante mal aquella noche y, cada vez que conseguía conciliar el sueño, terminaba despertándome sobresaltada.

María me había hecho el favor de recoger a Buffy de casa de Luisita poco después de haber abandonado la galería de arte. Lo último que me apetecía era ver a la rubia después de cómo me había hecho sentir durante el tiempo en el que sus padres habían permanecido en el mismo lugar que yo. Quería ponerme en su lugar, pensar qué habría hecho yo si fuera ella, pero me dolía tanto que me hubiese tratado como si fuese invisible y haber escuchado lo que escuché que me era imposible.

Harta ya de dar vueltas en la cama y de que mi cabeza estuviese a punto de estallar, decidí hacer caso a Buff, coger la correa y salir a dar un paseo con ella. El día estaba gris, como si quisiera representar entre nubes mi propio estado de ánimo. Me coloqué la sudadera, agradeciendo también que con la inminente lluvia hubiesen bajado las temperaturas y me dejé llevar hasta verme recorriendo el verde de las siete tetas.

Caminé sin rumbo entre ellas, ignorando los mensajes que iban llegando a mi móvil, sabiendo perfectamente de quién eran, y liberando a Buff para que corriera y se juntase con varios de sus amigos del barrio que también correteaban por allí.

Decidí ponerme los cascos e, impulsivamente, elegí una de aquellas canciones que conseguían hacerme llorar. Mis amigas dirían que estaba en un momento de intensidad insoportable, pero yo sentía que lo necesitaba. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, empapándome poco a poco y, mientras el resto de la gente se retiraba a sus casas, yo prefería tumbarme en el césped, sin importarme el agua y con la única compañía de Buffy, que había vuelto a mi lado. En mis auriculares sonaba Taylor de Zahara y Delaporte y las lágrimas de mis ojos comenzaron a confundirse con la lluvia que cada vez era más intensa.

Mi pequeña apoyó su cabeza en mi vientre, para hacerme ver que ella estaba allí conmigo, como siempre,  y yo comencé a acariciarla mientras me era imposible controlar el llanto. No quería sentirme así, pero a veces nos es imposible controlar nuestra propia mente y la mía no hacía más que dar vueltas. Claro que sabía lo difícil que era salir del armario y que había muchas situaciones diferentes, pero ya había pasado por algo parecido en su momento y terminé con el corazón roto, sin querer comprometerme con nadie y ahora que parecía que aquel músculo que había estado apagado durante tanto tiempo volvía a bombear, era como si la historia se repitiese.

Me incorporé un poco, mirando aquellas nubes que habían opacado todo el cielo de Madrid y encogí mis rodillas, refugiándose un poco en mi propio cuerpo y ante la atenta mirada de mi fiel compañera, la única que jamás me dejaría sola. Giré mi cabeza, mirándola fijamente y enseguida volvió a acercarse a mí, lamiendo mi cara y logrando que yo sacara una pequeña sonrisa por ello.

— Venga, vámonos a casa.

Me levanté y Buffy, en vez de ir por delante, como siempre solía hacer, disfrutando de cada cosa que se encontraba, decidió caminar tranquilamente a mi lado.

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Amelia no había llegado a contestar ninguna de mis llamadas ni mensajes, así que había dejado de intentarlo. Me había pasado todo el día sentada en el sofá, comiendo helado y viendo películas en la televisión que lo único que conseguían era que no dejase de llorar.

Había hecho mal, ni siquiera entendía cómo había sido capaz de dejar de lado a Amelia de aquella manera. Con lo fácil que habría sido decirle a mis padres que era una amiga, pero el miedo me pudo y terminé actuando de la peor manera posible.

María me había estado llamando varias veces, sabía que estaría preocupada por mí después de haber presenciado todo y que merecía una explicación, por lo que simplemente le envié un mensaje diciéndole que se acercara a mi casa y ahí estaba, quince minutos después, llamando al timbre.