Once

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— ¿Pedimos lo de siempre? — le pregunté a mi mejor amiga.

Habíamos quedado para desayunar en el restaurante habitual cerca de nuestras casas.

— No, yo creo que me voy a pedir las tortitas hoy.

— ¿En serio, Lourdes?

— Sí, ¿qué pasa?

— Pues que me das envidia.

— Pues pídelas tú también. Que además no están estas para decir nada…

— Que eso me da igual.

— Ya — me dijo dudosa y realmente no le faltaba razón —  ¿te las vas a pedir?

— Pues, mira, sí — dije sin pensarlo mucho — necesito un poco de chocolate que me alegre la existencia.

— ¿Y eso?

— No, nada en especial.

— Oye, ¿cuándo me vas a presentar a mi sobrina? ¿Que llevas con ella cuánto? ¿Cuatro días ya? Y aún no me la has enseñado…

— Cuando quieras, la quiero mucho ya, Lourdes, es que no te lo puedes imaginar. Luego vamos a casa y la conoces, la vas a amar.

— Espera, que me está llamando mi madre y es raro a estas horas — me dijo descolgando la llamada y manteniendo una conversación con ella. Pude ver como su cara cambiaba completamente y como todo me llevaba a qué algo había pasado. Se levantó de la silla y colgó el teléfono.

— ¿Qué pasa?

— Están operando a Inma de apendicitis. Tengo que ir al hospital.

— Espera te llevo, cogemos mi coche del garaje que nos pilla aquí al lado. ¿Está bien? — pregunté mientras nos acercabamos a la barra a pagar la cuenta.

— Por lo visto estaba mi madre sola y a Inma le dolía tanto que no se podía mover y ha llamado a una ambulancia, pero me ha dicho que va a estar bien, que han llegado a tiempo.

— ¿Dónde están? ¿en el Marañón?

— Sí.

— Pues vamos y tranquila que va a estar todo bien — traté de animarla.

Lourdes era de las personas más tranquilas que yo conocía, pero Inma era totalmente su debilidad. Caminamos rápidamente hasta mi portal y montamos en el ascensor para bajar directamente al parking y coger mi coche.

No tenía mucha distancia hasta el hospital. Conseguí aparcar relativamente cerca y, en cuanto bajamos del coche caminamos bastante rápido hasta llegar a la entrada de urgencias. Lourdes miró a un lado y otro bastante nerviosa, intentando descifrar en el panel dónde se encontraban las urgencias pediátricas. Mi amiga corrió hacia el lugar que le terminé yo indicando y enseguida divisamos a su madre que se levantó nada más vernos.

— Tranquila, está bien — dijo abrazando rápidamente a Lourdes.

— ¿Seguro?

— Sí — la calmó — Va a estar un rato en reanimación, ahora en media hora nos dejan pasar a verla y según me han dicho no tardarán mucho en llevarla a planta.

— Menos mal — susurró mi amiga — Cuando me has llamado casi me da un vuelco el corazón.

—Como se nota que es tu niña — dije yo intentando liberar tensiones y viendo como tanto mi amiga como su madre sonreían.

— Ya sabes que es mi debilidad — afirmó — ¿Y papá?

— Está en la cafetería con Mateo, que el pobre estaba tan nervioso que casi termina también él en urgencias.

De momento abril || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora