Treinta y cuatro

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Después de haber dormido poco la noche anterior, Amelia y yo decidimos pedir que el desayuno que ya estaba contratado nos lo trajeran a la habitación para así no tener que movernos mucho por el momento. Nos metimos en el jacuzzi tranquilamente mientras tomábamos el primer café de la mañana acompañado de muchas cosas más y nos robábamos los primeros besos del día.

— ¿Tenemos algún plan para hoy? — me preguntó mientras estiraba un poco sus piernas en el agua y se relajaba.

— Había pensado en ir a una cala que hay cerca de aquí y estar tranquilamente en la playa hasta que nos aburramos.

— Me gusta la idea — dijo acercándose a mí y dejando un beso en la comisura de mis labios.

— Y luego ya mañana si quieres visitamos algo, pero hoy me apetece tumbarme en la arena y no hacer absolutamente nada.

— ¿Nada de nada? — me preguntó alzando sus cejas.

— Bueno, puede que en algún momento cambie de idea.

Agarré el mentón de Amelia y le robé un beso algo más apasionado. Me coloqué a horcajadas sobre ella y comencé a acariciar su espalda desnuda mientras nuestros labios se recreaban en la otra y nuestras lenguas comenzaban a conocerse aún más si era posible.

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Después de un buen rato sin salir del agua, decidimos movernos y preparar las cosas para irnos a la playa. Amelia no me quiso dejar ver el bikini que había elegido para la ocasión, a pesar de los esfuerzos que hice para poder verlo y, en cuanto tuvimos todo, cogimos el coche de alquiler para alejarnos un poco de la zona más poblada de la isla y desplazarnos hacia aquella cala que había encontrado después de investigar bastante y cerciorarme de que apenas tendría gente.

Aparqué sin problemas en la zona y, en cuanto comenzamos a bajar por las piedras que aislaban aún más el lugar, descubrimos que la información estaba en lo cierto. Apenas había un par de personas lo bastante alejadas como para que ni cayeran en la cuenta de que había alguien más con ellas y también para que nosotras pudiésemos disfrutar como si la playa fuera exclusivamente para nosotras.

Siempre que había viajado a islas, y no eran pocas las veces, tenía sentimientos encontrados. Por una parte, normalmente iba de vacaciones, así que por esa parte todo bien, pero por otra, tenía una sensación de ahogo, de que nunca podría vivir en una de ellas más allá del periodo vacacional, sentía que se me quedaría pequeña, que echaría de menos las carreteras kilométricas, las ciudades tan grandes como la propia isla, el gentío entre el que puedes perderte y pasar desapercibida, el escapar. Sin embargo, ahora mismo, con Amelia a mi lado, me estaba dando cuenta de que las islas en sí no eran el problema, que el problema siempre había sido yo y mi propia mente, incluso mi entorno probablemente.

El problema de los lugares no suele estar en los sitios sino en las personas. Antes no concebía estar con nadie en una isla y no sentir que en algún momento iba a cansarme, que iba a tener esa sensación de claustrofobia, que iba a necesitar huir, y eso era más bien por el tipo de personas que me rodeaban y seguramente por mí misma también, pero sentir la mano de Amelia junto a la mía en estos momentos me hacía darme cuenta de que con ella el lugar daba igual. Me parecía buena idea hasta estar en una isla desierta, pero pensaba en un pequeño pueblo del interior o en una gran ciudad y cualquiera de los sitios se convertían en lugares idílicos si Amelia estaba a mí lado. Ella se había convertido en mi lugar.

Era curioso cómo había recorrido medio mundo, había descubierto lugares preciosos, de ensueño, había conocido a cientos de personas, pero nunca había querido quedarme en ninguno ni con ninguno, pero ahora por primera vez, había encontrado un lugar en el que querer quedarme, la había encontrado a ella.

De momento abril || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora