Treinta y nueve

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Salí del edificio donde se encontraba mi psicóloga y decidí ponerme los cascos mientras daba un paseo por la zona. Llevaba ya bastante sesiones acudiendo y sentía que me encontraba mucho mejor conmigo misma. María y Lourdes decidieron acompañarme hasta el lugar en las primeras sesiones, supongo que por miedo a que me arrepintiera y me diese la vuelta, hasta que yo misma sentí que no era necesario y que era la primera que quería ir allí. 

Habíamos hablado de muchas cosas, pero, de alguna manera siempre llegábamos al mismo fin, mi familia. Le había contado a Belén, la psicóloga, mis intenciones de abrirme con ellos y me había ayudado a afrontar la situación, tanto si fuera para bien como para mal, y las ventajas que supondría para mí aquel desahogo. 

Yo misma me había estipulado una fecha límite y estaba llegando a aquellos días que me había impuesto, por lo que, mientras empezaba a adentrarme en el Retiro, pensaba en si escribir a mis padres y hacerles una visita y quitármelo lo antes posible. Les mandé un escueto mensaje para vernos esa misma noche y decidí no mirar más el móvil. 

Cerré un poco los ojos, dejándome invadir por los rayos de sol que había aquella mañana y, cuando abrí los ojos, me fue imposible no fijarme en una pareja de chicas tumbada en la hierba, con sus manos entrelazadas mientras se contaban cosas con las que no podían impedir dibujar una pequeña sonrisa en sus labios, que tan solo se opacaba por los besos que intercambiaban de vez en cuando. 

Automáticamente pensé en Amelia, en cómo esas dos chicas podríamos ser nosotras dos, disfrutando de una mañana soleada sin importarnos nada de lo que hubiese a nuestro alrededor. Apenas había vuelto a hablar con ella desde la última vez que había estado en mi casa y, de aquello habían pasado casi dos meses ya. Sabía por mi hermana y Lourdes que preguntaba por mí y se alegraba de cada paso que estaba dando, pero las dos necesitábamos espacio, dar un paso hacia atrás para intentar continuar hacia adelante y que, si la ocasión no se daba, no debería atormentarme por ello, sino seguir creciendo como estaba haciendo. 

Salí por una de las puerta y caminé hacia Goya, encontrándome con un pequeño mercadillo en el que decidí detenerme. Compré un ramo de margaritas y alguna que otra cosa más y me fui en dirección a mi casa para ponerlas en agua y disfrutar de los rayos de sol desde mi terraza acompañada de Niké. 

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María estuvo conmigo tomando un café después de comer. Le había contado mis intenciones y, a pesar de que quiso ser la primera en estar allí para no perderse la reacción de nuestros padres, comprendió que era algo que necesitaba hacer a solas con ellos. 

Me preparé con algo de tiempo y sentí que, por primera vez, iba como yo quería sin que me importara lo más mínimo las críticas que seguramente mi madre le haría a la ropa que llevaba. Le dejé un beso en la cabecita a Niké, que se quedaba de reina de la casa, aunque ya lo era de normal, y bajé a por mi coche para ir al chalet en el que estaban mis padres. 

Arranqué el vehículo y, conforme empezaba a adentrarme en la autovía, comenzaba a sonar La raíz de Valería Castro y la sentí más que nunca. Aquel “cuidando la raíz” se reproducía en bucle en mi cabeza, olvidando por completo el resto de canciones que seguían reproduciéndose. 

Aparqué fuera, a pesar de las insistencias que tenía siempre mi madre de que dejara el coche en el interior puesto que para ello tenían sitio de sobra y un coche fuera estropeaba la fachada de la casa. Saludé a los vecinos que caminaban por allí y llamé al interfono, viendo cómo Emilia me abría la puerta del interior con una sonrisa amable, como ella siempre solía hacer. 

— ¿Qué tal, Luisita, cariño? — me preguntó dejándome un pequeño beso en mi mejilla e intentando coger mi chaqueta. 

— No hace falta, Emilia, de verdad — solté viendo sus intenciones — Y bien, ¿tú qué tal? ¿no vas a ver este fin de semana a tus hijos?

De momento abril || LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora