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Varias ranas saltaron al lodo y se perdieron en él, nadando y buceando con una facilidad que resultaba envidiable

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Varias ranas saltaron al lodo y se perdieron en él, nadando y buceando con una facilidad que resultaba envidiable. Al menos, envidiable dadas las circunstancias.

Las vio de manera borrosa, recuperándose el susto y del golpe. Cuando logró incorporarse se encontró con un puñado de ojos que la miraban. Todos ellos eran humanos también. Algunos estaban de pie en mitad de la bruma. Otros, estaba sentados en posturas relajadas. Ninguno se movía, ni daban indicios de querer hacerlo. No parecieron tener intenciones de hacer nada más que observarla, casi sin pestañear, neutrales.

Altair se puso en pie, impresionada hasta ella misma de lo irreconocible que la había dejado el fango. Parecía cualquier cosa menos una estrella. Y para los humanos de la maraña de casas del bosque, seguramente, debía de parecer un monstruo espantoso. A pesar de ello, ninguno se asustó. No reaccionaron siquiera. Altair no supo qué pensar. No podía dilucidar de ninguna forma si pensaban bien o mal sobre ella. Si planeaban atacarla cuando bajase la guardia, o en cuanto se moviera un ápice.

En realidad, Altair creyó que podrían haberlo hecho ya, por lo que se movió con mucho cuidado hacia las casas enmarañadas. Nada sucedió. Sin embargo, sí que se movieron. Aunque solo para girar la cabeza. Lo suficiente para perseguirla con la mirada.

Era como si estuviesen contemplando algo más allá de dónde la vista alcanzara, o esperando a que pasara algo desde quién sabía cuánto tiempo.

Altair no podía entender ese panorama, y estaba empezando a sentir escalofríos.

En un principio, creyó que los humanos del bosque se encontrarían igual que los de la ciudad. Que no tardaría en empezar a sentir el aire lleno de alaridos y quejidos de dolor, pero no era así. En ese lugar, no había más que un tétrico silencio eterno que se hacía más pesado e incómodo a más tiempo transcurría.

Fue suficiente como para que casi se le olvidara lo que vio hacía unos minutos.

Altair avanzó alrededor de la construcción. La fina música de un instrumento chirriante sonó de fondo, pero no pudo ver de dónde venía. Sonaba lejana y melancólica.

Altair tuvo la sospecha de que provenía del interior, de alguna habitación. No se atrevía a tener la osadía de entrar, pese a que pudiera encontrar alguna fuente de luz para restaurar parte de su energía. La actitud errática de esas personas no le resultaba nada reconfortante. Pasó de verlos con buenos ojos a mantener las distancias. Algo le decía que era mejor no acercarse mucho a ellos.

Bordeó la construcción, viendo un sinfín de rampas de madera, escaleras hechas con prisa, y habitaciones entreabiertas. La música todavía se oía, con pausas, cada vez más triste. Algunas chozas estaban vacías y otras, tenían lo justo y necesario para poder vivir. En algunas, de hecho, encontró que había personas dentro. No tardó en verlas pues, en cuanto pasó lo suficientemente cerca, todos la miraron con la misma obsesión. Una mujer incluso, salió a la puerta de su diminuto hogar.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora