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Pasó los siguientes días alternando entre la habitación de Alnilam y la de Sin nombre

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Pasó los siguientes días alternando entre la habitación de Alnilam y la de Sin nombre. Siempre y cuando, claro estaba, Sin nombre hubiese regresado a la ciudadela. Pasó unos días yendo a los confines del firmamento, en busca de ayuda. Le sorprendía que Sin nombre supiese de esas ubicaciones tan lejanas.

No podía decir que quisiera estar más con una que con la otra, sin embargo, tenían sus diferencias. Alnilam era su maestra, y había cuidado de ella desde que Vega se marchó. La sentía como a una protectora, y su figura era casi como la de una madre. La conocía bien, mejor que nadie. Sabía cómo explicarle las cosas, qué le gustaba y cómo hacer que memorizara mejor lo que le sería útil. Era una fuente de sabiduría muy extensa, pero no inagotable. Eso, la misma Altair también lo sabía.

Por otro lado, ese amplio conocimiento que Alnilam tenía sobre Altair, a veces hacía que se comportase demasiado como una madre para ella. Nunca faltaban las conversaciones comprensivas, eso sí, pero llenas de justificaciones hacia actos o situaciones que quería evitar, diciendo que eran por su bien.

Alnilam era la única que le hablaba de Vega, unas veces más abiertamente que otras. Precisamente por conocerla, sabía cuándo la pequeña se encontraba de mejor humor para abordar el tema.

Y una de las principales conversaciones que tenían, era acerca de subir a la última planta del Palacio, el observatorio. Pese a que Altair nunca había estado allí y le intrigaba descubrir cómo sería, se negaba rotundamente cada vez que se lo proponía. Y es que, el incentivo de subir, era ver el destello lejano de Vega en el firmamento. Aún estaba enfadada.

Alnilam insistía en que aquello le haría bien. Ver el brillo lejano de una estrella querida, tranquilizaba más de lo que ella se podía imaginar. Alnilam estaba segura, e insistía en que Altair cediera. Alguna que otra vez le pareció ver un ápice de cambio en su opinión, pero se desvanecía tan deprisa como aparecía.

Nada parecía servir. Ni que le dijera que Vega jamás la abandonó, ni que jamás fue esa su intención. Y, con el pasar del tiempo, pese a que no dejaba de ofrecerle la idea de subir al observatorio, entendió que sería algo que Altair debería comprender por sí misma, llegado el momento.

Por otra parte, estaba Sin nombre. Al principio misteriosa y tenebrosa como un fantasma. Después, una maestra enigmática. Con el paso de los días, casi como una buena amiga.

Con Sin nombre no tenía la estrecha relación que sí tenía con Alnilam, lo cual tenía sus ventajas y desventajas. La estrella oscura se explicaba a veces de formas un poco crípticas para la pequeña, y a veces no entendía del todo a qué se refería con lo que le estaba contando. Otras veces la malinterpretaba, creyendo que la reñía cuando en verdad era una charla amistosa. Pero, fuera de esos mínimos detalles, acabó construyendo con Sin nombre un vínculo de amistad muy especial. No tenía ni idea de si para la estrella negra sería igual, y no le importaba.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora