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Se movió despacio, procurando que los humanos no se diesen cuenta de que se había despertado

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Se movió despacio, procurando que los humanos no se diesen cuenta de que se había despertado. Tenía que intentar ser cautelosa, lo más que pudiera, al menos hasta que consiguiera quitarse las cuerdas.

A su favor tenía que estaba tras un risco, que la mantenía ligeramente cubierta.

Varios animalillos pasaron cerca, sigilosamente. Altair les prestó la atención suficiente como para ver que eran inofensivos, poco llamativos, e inexplicablemente resistentes al calor. Eran como piedras, con finas patas alargadas, divididas en tres secciones muy bien diferenciadas. Se camuflaban a la perfección con el entorno. Tanto, que tal vez se hubiese cruzado con más de uno por el camino y no se hubiera dado cuenta. Apreció que, en la parte delantera, en lugar de esas mismas patas alargadas, tenían algo similar a unas pinzas que se abrían y se cerraban despacio.

Anduvieron de lado y se encogieron. Lo que ella pensaba. Eran literalmente piedras, indistinguibles del resto. Ojalá ella hubiese podido camuflarse así de bien.

Retorció las muñecas e intentó sacar una mano de mil formas distintas, solo consiguiendo hacerse daño en el proceso. La soga que le habían colocado era tan áspera y tan bronca que parecía más el tallo de una rosa que una cuerda.

Por más que lo intentara, de esa forma no podría liberarse, y tardó un rato en desistir. Además, tener los brazos a la espalda no ayudaba.

Su única opción era cortar la cuerda con algo. Miró disimuladamente aquí y allá, buscando cualquier objeto cortante que le pudiese servir. Arrastrarse hasta la hoguera no era una opción. La descubrirían.

Logró ver algún objeto punzante, pero estaban demasiado cerca de los habitantes de la montaña que la habían capturado. Tal vez, podría intentar arrastrarse y esperar al momento propicio en el que se distrajeran para cortar la cuerda. Pero era igual o más arriesgado que el plan de la hoguera.

Muy despacio, se arrastró un poco e intentó reptar cual serpiente. Se parecía en parte a lo que había hecho en el abismo, aunque con bastantes más dificultades. Además, allí si cabía, el suelo era aún más bronco que en las minas del abismo, por lo que no dejaba de clavarse piedras puntiagudas y aristas por el camino.

Avanzó un poco más, sin perder de vista a los habitantes de la montaña y tratando de no hacer un solo ruido. Al arrastrarse de nuevo, se arañó con una piedra, pero no se hizo nada serio. Sin embargo, el daño fue tan agudo que se detuvo un momento a comprobar que no le hubiese pasado nada. Al menos, no había sido como la herida que se hizo en la mina ni...

Altair dio un respingo. Se maldijo a sí misma. Lo había tenido en sus manos todo el tiempo, y no se había dado cuenta. No necesitaba cortar la cuerda con ningún arma de aquellas personas. Ni con ninguna otra, ni siquiera tenía que cortarla.

Ella podía simplemente derretirla.

Podía hacerlo con el fuego de la hoguera, pero quizás eso alertaría a los humanos. Se pondría demasiado a la vista.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora