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Altair hizo un aspaviento brusco para alcanzar las plantas que se le cayeron, en vano

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Altair hizo un aspaviento brusco para alcanzar las plantas que se le cayeron, en vano. No se dio cuenta de que sus movimientos eran un foco de atención. No le importó nada después de ver cómo su único recurso se perdía en medio de las tinieblas. Altair se quedó allí, decaída. Se quedó en blanco. Perdida, desanimada. Ahora sí que la había hecho buena.

Tuvo un irrefrenable impulso de echarse a llorar, agazapada tras esa piedra. Sin embargo, logró contenerse. A medida que logró calmarse, muy despacio, trató de pensar en una solución. Le quedaban dos plantas.

Podía bajar a por el resto... No. Demasiado camino. Tal vez ni siquiera las encontrase. Tal vez perdiese más luz en el camino. Tal vez los acechadores la encontraran.

El barquito de papel había salido, eso era lo que jugaba a su favor.

Pero no sabía cuánto trayecto le quedaba. Y posiblemente, solo con transmitir luz a Lai, perdiese mucha energía.

Se apoyó una mano en la cabeza.

Si Lai despertara...

Quizás podría decirle cuánto quedaba para llegar a la cima. De algún modo.

Altair miró hacia el cielo, intentando ver dónde se encontraba el cráter del volcán. No fue eso lo que vio. Se topó con algo en el camino, algo de lo que se había olvidado completamente.

 Unos ojos humanos la estaban mirando por encima de la roca.

 Unos ojos humanos la estaban mirando por encima de la roca

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Altair se quedó como una estatua. Lo había olvidado por completo. ¿Cómo había podido hacerlo...?

No movió un músculo, como si pensara que quedándose muy quieta, el humano acabaría por irse sin más. Obviamente esa estrategia estaba abocada a un fracaso estrepitoso.

No tardó en percibir una mirada viciosa en aquella persona, acompañada del impulso de capturarla. Altair se estremeció. Allí no tenía escapatoria. Solo podía huir saliendo por el mismo sitio que entró para ponerse a salvo. Estaba completamente acorralada.

Su primer instinto fue proteger a Lai y sujetar fuertemente las dos últimas luces alfa que le quedaban. Se apretó contra la pared, mientras el humano escalaba por la piedra tras la que se había escondido. Podría haberla rodeado sencillamente, pero a los acechadores parecía haberles abandonado toda lógica. Por alguna razón, prefirió escalar por encima, aprovechando para no quitarle ojo de encima a la estrella, casi sin pestañear.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora