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Se fue dibujando una gran fisura en el suelo a más se internaban en el nuevo paisaje

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Se fue dibujando una gran fisura en el suelo a más se internaban en el nuevo paisaje. Los alces se acercaron dando brincos entre las enormes plataformas de piedra que componían el suelo, hasta que al fin pudieron apreciar el lugar mucho mejor.

A decir verdad, ese reino era mucho más triste que el bosque. Pese a lo oscuro que era ese último sitio, no se sentía tan solitario. No al menos de esa forma tan obvia.

Los cinco alces se detuvieron en seco en cierto punto. Cuando lo hicieron, Altair fue capaz de escuchar por primera vez la pulcritud del silencio del Abismo de Tierra. Y resultaba aterrador.

Nada.

Era como el vacío mismo. Quietud.

No se oía ni viento, ni nada moviéndose de su lugar. Ni siquiera una mota de polvo.

Absolutamente nada.

Lai se quedó flotando a una cierta distancia, algo más adelantada. La estrella se quedó unos segundos más a lomos del alce, observando detenidamente a su alrededor.

Esa nieve tan rara caía en mayor cantidad allí. Ni siquiera eso hacía ruido alguno. Es más, algo que Altair no había visto hasta entonces, era que esa nieve, al caer al suelo, desaparecía sin dejar rastro. Eso la extrañó aún más, y se bajó de su montura.

Alnilam le enseñó campos, paisajes blancos, cubiertos por esa cosa maravillosa a la que llamaban nieve. Alnilam le había explicado por encima cómo funcionaba cada fenómeno atmosférico conocido, y cómo actuar en caso de toparse con alguno. La nieve fue el que más interesante le resultó y el que más deseaba poder ver. Sin embargo, eso no se parecía en nada a lo que ella tenía en mente.

Con esa cantidad, algo debería de haberse acumulado en el suelo. Y, por el contrario, los copos caían hasta el suelo y, una vez llegaban a él, a la vista resultaba como si se volatilizaran.

Los alces se movieron al unísono, haciendo que Altair se girase de golpe hacia ellos. Sus cuernos habían dejado de reaccionar a su luz, por lo que ahora lucían mucho más fáciles de pasar inadvertidos.

Dedicaron un momento a mirar a la estrella antes de iniciar su galope y marcharse de allí, perdiéndose entre las nubes amarillas.

Altair se quedó agazapada viéndolos marchar. Ante ella, a su alrededor y a sus espaldas, la más pura y extensa nada.

Gracias a que era capaz de ver la grieta en el suelo a lo lejos, fue por lo que imaginó que ahí comenzaría su camino. De no haber sido por verla, habría jurado que allí no encontraría nunca nada, ni nadie que llegase para sacarla del yermo.

Se levantó y algo encogida, comenzó a caminar despacio en dirección a la grieta.

Solo se podían oír sus pasos cristalinos, y eso la hizo sentir aún más desprotegida. Suerte que parecía que el hechizo de protección de la bruja aún duraba. La niebla la rodeaba como un depredador persistente, y no quiso imaginarse cómo hubiese sido caminar por allí sin esa protección.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora