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El Mago entró en pánico al oír los gigantescos pasos de los Colosos retumbando por toda Oz

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El Mago entró en pánico al oír los gigantescos pasos de los Colosos retumbando por toda Oz. Se puso en pie de un salto, levantándose del trono en el que siempre se sentaba. No podía ser. No podía ser que hubiesen logrado despertarlos a los tres.

¿Por qué la niebla no pudo con ella? ¿Cómo su antigua magia no pudo detenerla? ¿Qué clase de luz tenía, lo bastante fuerte como para no dejarse detener por nada?

El Mago caminó rápidamente hacia el balcón y se encontró con un panorama que le desoló. La niebla había perdido la fuerza que había ganado con el tiempo. Era una bruma, una bruma tenue, como antes de percibir la llegada de la estrella. Algo la había debilitado y, de continuar así, no serviría de nada utilizarla. Ni siquiera había sido capaz de detener a la estrella y ahora, ella misma junto con los antiguos Colosos dormidos, se dirigían a la torre.

El Mago se movió, inquieto. Ya daba igual Oz, daba igual la gente, lo que sucediera. En ese momento, ya no eran ellos los que corrían peligro, sino él. Y era una sensación a la que no estaba en absoluto acostumbrado.

 Comenzó a modelar el aire con movimientos circulares por encima de su cabeza. La niebla fue arremolinándose en torno a él, oscureciéndose por momentos, envolviéndole como un escudo particular. Tenía que sumar toda la fuerza que pudiese. Si quería tener algo que poder hacer contra ellos, no podía contenerse bajo ningún concepto.

 Si quería tener algo que poder hacer contra ellos, no podía contenerse bajo ningún concepto

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Cuando comenzaron a subir la colina, Altair notó algo inquieta a la bruja. Era normal. Había sido un sufrimiento demasiado prolongado. Demasiados años esperando a que llegase al fin ese momento. Y ahora, pesaba sobre sus hombros una pesada carga. Debían lograr vencer al Mago de Oz para restablecer la tierra tal y como la conocieron. No habría ninguna otra oportunidad.

Ankra se detuvo en seco y Altair la miró. Parecía pensativa, y con muchas dudas.

Tomó sus pequeñas manos entre las suyas, y la miró fijamente a la máscara con el ojo pintado.

—Pequeña, necesitamos que nos ayudes con tu luz. No es necesario que luches. Lo haremos nosotros. Pero necesitaremos tu escudo en la retaguardia. Tu luz es lo más valioso que tenemos contra Akaun. Aleja la niebla de nosotros.

Altair asintió y su luz casi pulsó, pero no parpadeó. Aún no podía creerse que estuviesen en ese punto.

El último paso, el último peldaño por subir.

Altair inspiró hondo.

Tomó la mano de la bruja y siguieron caminando, acercándose a la torre en lo alto de la colina.

	Tomó la mano de la bruja y siguieron caminando, acercándose a la torre en lo alto de la colina

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𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora