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En total, fueron quince

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En total, fueron quince. Quince haces de luz rojos, que salieron disparados hacia la estrella que se suponía que era la líder de todas las Estrellas Ancianas. La misma que hasta ese momento, estaba convencida en toda su plenitud, de ser incomparable, de no tener ninguna competidora.

Los sintió atravesarla como agujas y a la vez, como su fueran espadas. Una y otra, y otra vez.

Su mano se aflojó y dejó caer el cetro al suelo. Su hhel'ir empezó a gotear directamente al suelo, manchando su impoluta ropa blanca por el camino. Jadeó, adolorida. Ninguna de las estrellas del Consejo hizo nada por ella, porque aunque hubieran querido, no habrían podido. Ante todo, aquello era un duelo de dos. Siempre fue así y todas lo sabían.

Desde lejos, el espectáculo lucía terrible. Una rémora tras otra fue reflejando la poderosa luz de la estrella carmesí, clavando su rayo en Scuti. Ésta se retorcía con cada uno de ellos, hasta que llegó finalmente el último.

Scuti no reprimió el último alarido de dolor. Parte de su hhe'lir se le escapó por la boca mientras jadeaba, como un hilo.

La colosal estrella no se detuvo hasta haberlos clavado todos. Debía demostrar su supremacía, y Alnilam la observó, satisfecha.

Ante todo, una estrella debía demostrar su poder hasta el final.

Scuti sabía lo que quería. No quería decirlo. No quería ponérselo tan fácil.

No parecía ver que no le quedaban muchas alternativas.

Pasaron los minutos, y Scuti no sólo no levantó la cabeza, sino que no pronunció palabra alguna, como debía haberlo hecho.

«Es estúpida.» Pensó Alnilam al verlo. «¿Qué piensa hacer? ¿Cree que va a ganar algo por terquedad?»

La estrella carmesí se cansó de esperar. Retiró los haces de luz de Scuti, sacándolos todos a la vez con una lluvia de hhe'lir. Scuti se quedó encogida, abrazándose a sí misma. Levantó la cabeza, en un momento de ingenuidad. Creía que su ira se aplacaría, que la dejaría en paz.

No tenía idea de lo que pretendía.

La estrella gigante volvió a lanzar luz sobre sus rémoras. Una tras otra, ensartaron a Scuti otra vez. Sus alaridos y gritos de dolor fueron más fuertes aquella vez.

Las hermanas Polaris se taparon la boca y los ojos, y una de ellas apartó la vista. Canis Majoris lo observó todo, imparcial.

Alnilam se mordió el labio.

El último grito, sonó como un lamento, como si Scuti fuese a romper a llorar.

Con todas las lanzas rojas clavadas, cayó. Sin querer, con la respiración entrecortada, se había postrado de rodillas ante su rival.

La estrella carmesí la observaba sin ápice alguno de piedad. Iba a oírselo decir. Aunque tuviera que arrancárselo.

Todo por el tiempo que pasó encerrada, cuando supo, por los rumores, que hubo estrellas que comunicaron su desaparición a la líder.

 Y que ella, las ignoró a todas.

De Altair salió un poderoso rayo que partió la atmósfera, rugiendo, directo hacia la niebla que aún trataba de proteger la torre

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De Altair salió un poderoso rayo que partió la atmósfera, rugiendo, directo hacia la niebla que aún trataba de proteger la torre. Chocó violentamente y la hizo temblar. Los Colosos notaron el impacto, y tuvieron que clavar sus pies bien firmes en la tierra para no caer.

La bruja vio una gran esperanza para seguir manteniendo su hechizo, sin importar cuáles fueran las consecuencias después.

El viento removió toda Oz.

Otro rayo salió directamente del primero, y serpenteó por el aire en busca de una pequeña mantarraya que esperaba en el lado contrario. Y, cuando la alcanzó, Lai la hizo rebotar directa hacia el lado opuesto del primer rayo, atacando a la niebla como dos inmensas espadas caídas del cielo.

Por fin lo lograron. Ojalá Alnilam pudiese verlo. ¿Qué habría dicho? No podían saberlo.

El fuego escalaba la colina, y con él, la luz se acercaba y ganaba terreno. El Coloso de Madera sentía muy cerca el fuego, y temía que su madera estuviese ya quemándose. Sin embargo, no era momento de separarse de sus compañeros. Aunque estuviese ardiendo, no era momento de dejar pasar aquella oportunidad. Con el colosal ataque de la estrella, al fin notaron la niebla mermando bajo sus enormes manos. Al fin pudieron empujarla con todas sus fuerzas y notar que la vencían.

 El Coloso de Metal fue, reflejando la luz de Altair y la del enorme fuego que les rodeaba, quien logró distinguir una fisura al fin. Logró ver la torre y no se lo pensó. Su mano penetró en el muro y con la fuerza de un monstruo, de siglos de rabia contenida, impactó contra ella, volando el techo y varias plantas en pedazos.

 Su mano penetró en el muro y con la fuerza de un monstruo, de siglos de rabia contenida, impactó contra ella, volando el techo y varias plantas en pedazos

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𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora