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—Se supone que no debería oponerme —dijo Alnilam

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Se supone que no debería oponerme —dijo Alnilam.

Había estado rumiando todo lo que se discutió en el Consejo sin parar. No podía ni estarse quieta en un sitio. Le comía la impotencia, la rabia. Y lo peor es que sabía cómo Altair debía de sentirse. Después de lo que Scuti dijo sobre Vega, la pequeña no solo se sentiría inferior, como ya Alnilam estaba al tanto.

Aquel Consejo no había pretendido abordar el tema objetivamente, ni muchísimo menos.

No se ha celebrado una asamblea. Ha sido un despropósito.

Durante un buen rato, lo único que se escuchaba por la habitación de la gigante azul eran los golpes de su bastón. Marcaban su caminar, errático e inquieto, como un fiero animal enjaulado.

Pum. Pum. Pum.

Alnilam no era la única que había salido indignada del Consejo. Un par de estrellas más también coincidían con el sinsentido del planteamiento de Scuti. Estaba claro que Altair era muy joven. Que debería aprender mucho para descender a Oz. Que la petición podía ser de gran envergadura, y que necesitase tiempo para prepararse. Igualmente, era posible que Oz no dispusiera de ese tiempo.

Sin embargo, Scuti había rechazado de plano a Altair justificando sus razones, sobre todo, en la aptitud y el tiempo... cuando ella misma aplazó el conceder el deseo a otra estrella. Y para colmo, aplazado durante tres semanas.

No había tenido el más mínimo decoro de ocultar su contradicción. Alguna que otra de las estrellas del Consejo lo habían comentado vagamente por el corredor, en voz baja.

Evidentemente, era un sabotaje en toda regla, contra Altair.

La pequeña estaba en la habitación de Alnilam, mirando distraída por la ventana. El barquito de papel descansaba en su regazo y ella, sentada al borde de la enorme ventana, intentaba no pensar en lo que acababa de suceder.

Era obvio que sería eso lo que pasaría. Altair ya lo sabía. Tan siquiera estaba concentrada en las estrellas del firmamento. Su mente divagaba, aunque Alnilam no podía saberlo.

Y pese a ello, era capaz de imaginárselo por el aire nostálgico que tenía en esa posición.

Alnilam estuvo tentada de preguntarle, como tantas otras veces, si quería ir al observatorio, en la parte más alta del Palacio. No le pareció, ni de lejos, el mejor momento, por lo que lo descartó enseguida. De todos modos, ya sabía que se llevaría una negativa.

Finalmente Alnilam se sentó junto al escritorio. Altair le quedaba justo enfrente, pero no se giró para mirarla.

Se quedaron así, sin decir nada durante un buen rato. Todo lo que pudiera decir, sentía que no serviría de nada. Ya había hablado muchas veces con ella del tema, y no tenía claro que lo hubiese comprendido.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora