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El filo de aquella roca se clavó tan dentro de ella que el hhe'lir chorreó vigorosamente

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El filo de aquella roca se clavó tan dentro de ella que el hhe'lir chorreó vigorosamente. Altair se esforzó por ignorarlo, empujando y desgarrándose más aún lo que ya de entrada pintaba como una herida bastante fea.

Lai parecía revolotear con intenciones de hacerla parar, pero ella no obedeció. Siguió cortándose el vientre hasta que al final, la roca cedió y se partió. Altair logró liberarse al fin y cayó al suelo, apoyándose de costado contra una pared cercana.

Se rasguñó un hombro en el proceso, aunque no era nada comparado a lo que tenía en el vientre. Afortunadamente, las heridas de las estrellas sanaban de forma menos aparatosa que las heridas, por ejemplo, de los humanos. No obstante, eso no quitaba que no tuviese mala pinta.

Lai se había quedado congelada un poco más allá. Tenía sentimientos encontrados. No solo por el hecho del hilo constante de hhe'lir que Altair estaba derramando en el suelo, y por el acto aberrante que había hecho con tal de seguir su camino. Sino porque, mientras se zafaba de esa pared infernal llena de cuchillos de piedra, Lai creyó escuchar algo nuevo. Algo que nunca jamás había oído.

No fue uno de esos alaridos que sonaban de cuando en cuando en la cueva, y que las circunstancias habían hecho que Altair obviase. Había sido breve, brevísimo.

Y había hecho falta eso para oírlo por primera vez.

Altair había dejado escapar un tenue alarido de dolor en voz alta. El primer sonido articulado que producía con sus cuerdas vocales... Y la pobre estrella ni siquiera se había dado cuenta.

	—Todas las ciudadelas boreales empezaron así —le explicaba Alnilam—

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Todas las ciudadelas boreales empezaron así —le explicaba Alnilam—. Es uno de los propósitos de crecer como estrellas. Aún debes hacerte un poco mayor con este deseo para formar parte de una constelación.

»Por eso considero importante que te dejemos ir. Creo que es el paso que necesitas para convertirte en una estrella mucho más fuerte. Una estrella que pueda entender mucho mejor todo lo que la rodea. Y estoy convencida de que así será.

Altair asintió de buena gana. No era solo el hecho de acudir a cumplir con un deseo que había llegado a sus manos. Nunca había sabido cómo nacían las ciudadelas donde habitaban las estrellas. De hecho, jamás se lo había planteado, y le pareció demasiado interesante que Alnilam se lo explicara con tanto detalle.

𝐄𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐎𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora