Capítulo 8. Amenazas.

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Por esa noche, Trevor no pudo soportar más complicaciones y se fue a la cama, aunque no durmió. Estuvo por largo rato pensando en sus desgracias.

Se sentía una burla, un tipo del que todos se reían y aprovechaban. A pesar de su evidente atractivo y de su excelente posición social y financiera, le costaba encontrar mujeres honestas que pudieran darle cariño y un respeto sincero.

Debía llegar al punto de pagar por una esposa porque era incapaz de conseguirla por su cuenta, y eso lo frustraba.

Todas las que había tenido antes, o se iban con otro que tuviese más poder o dinero que él o enloquecían volviéndose insoportables.

Pensó que con Brianna las cosas serían diferentes. Ella tenía un aura angelical y dulce que lo había conquistado, pero una vez más se equivocó.

«Dicen que esas son las peores», le había dicho su abuelo y él confirmaba esa sentencia.

Pero ya estaba cansado de perder, de ser la causa de las risas de otros. Brianna había aceptado casarse con él porque Connor la había abandonado y la dejó en una situación crítica.

Su amigo se fue y estuvo en Nueva York viviendo una vida libre de ataduras como la que había tenido en Seattle. Nunca pensó en ella. Si volvió, fue por la noticia de su boda, no porque quisiera buscarla.

Tal vez sus intenciones cambiaron al verla, pero eso lo consideraba parte de la confusión y de la amarga sorpresa del momento.

«Nada de lo que sucedió entre nosotros está superado y olvidado», le había dicho su amigo, pero él iba a lograrlo.

Brianna lo olvidaría para quedarse con él porque no estaba dispuesto a perder bajo ningún concepto.

Al día siguiente estuvo rumiando en su despacho las tácticas que podía llevar a cabo para retenerla.

Lo que más le preocupaba era la situación de George, el niño. Estaba seguro que Connor, cuando se enterara de su existencia, iba a enloquecer. Y lo usaría como medio para atraparla.

Un toqueteo en su puerta lo apartó de sus reflexiones. Dio autorización al visitante de pasar mientras volvía a llenar su vaso con más whiskey.

A pesar de ser apenas las nueve de la mañana, ya se había bebido dos vasos de licor, e iba por el tercero.

Necesitaba algo que lo ayudara a digerir la amarga situación que vivía.

Al girarse hacia la puerta vio a Brianna entrar. Por instinto dejó el vaso sobre la mesita del minibar para acercarse a ella.

Aunque vestía de forma casual, con un sencillo vestido de diario sin mangas, este se ajustaba a su cuerpo en las zonas perfectas que hicieran resaltar sus atributos, haciéndola apetecible.

Pero la belleza de su cuerpo chocaba con la tristeza de su rostro. Ella había llorado toda la noche, y por más maquillaje que se pusiera le resultaba imposible esconder las ojeras y los ojos hinchados.

—¿A dónde vas? —quiso saber él al verla llevar consigo su cartera y su abrigo.

—Acompañaré a mi madre a su consulta. Recuerda que hoy toca su control semanal.

Él asintió, recordando que ella le había facilitado el calendario de consultas, exámenes médicos y las quimioterapias que debía recibir su madre, para que él no la comprometiera con alguna actividad esos días.

—¿Y George?

—Se quedará aquí, con la niñera.

Ella mantuvo la cabeza gacha, aún avergonzada por lo sucedido la noche anterior.

Dos hombres y un destino (COMPLETA) Matrimonio por convenienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora