Capítulo 18. Corazón partido en dos.

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Brianna llegó a la casa hecha un nudo de nervios. Frederick la recibió, pero no hizo ningún comentario sobre su rostro contrariado. Ella había llorado a mares en el taxi.

Se encerró en su habitación y se lanzó sobre la cama hasta que recuperara la cordura. El beso que Connor le dio despertó en su interior emociones que creyó superadas.

Le costaba no pensar en aquel tiempo maravilloso y sublime que pasó a su lado, compartiendo como dos adolescentes un amor prohibido, sentenciado por las diferencias sociales.

Una mujer como ella, sin nada en la vida, no podía aspirar a tener una relación con un hombre como él.

Connor lo tenía todo: dinero, estatus social, belleza, éxito e inteligencia. Podía estar con cualquiera, pero la había elegido entre muchas y eso la hizo sentirse especial.

Le entregó cada gramo de su ser, su corazón, sus sueños, sus esperanzas y su cuerpo, permitiendo que él depositara una nueva vida en su vientre.

Pero luego la realidad les cayó encima con una ferocidad aplastante. Por ilusa sufrió la más terrible de las decepciones, justo en el momento más fatídico de su existencia.

Siempre pensó que las tragedias que le tocó superar fueron su castigo por ser tan confiada, por creer que podía obtener más de lo que merecía. Por eso se esforzó por olvidarlo y aceptar su dura derrota.

Cuando Trevor llegó poniendo sobre la mesa acuerdos muy claros, entendió que eso era todo lo que ella podía optar en la vida: una relación por conveniencia, sin amor ni entrega, porque no tenía nada que dar.

Sin embargo, se atrevió a pensar en Trevor de una forma distinta. Creyó que alguien tan fascinante como él podía fijarse en un ser tan insignificante como ella, y lo dejó entrar, le dio cabida en su cuerpo y en su mente para que dejara su estela.

Imaginó que él sería distinto, una persona con menos complicaciones, pero entonces regresó Connor y, con un simple beso, puso una vez más su mundo de cabeza.

Ahora Brianna sentía el pecho partido en dos, entre el enorme interés que le había nacido por su esposo y el amor que siempre tuvo por Connor, que parecía haber renacido de entre las cenizas, como si fuese un Ave Fénix.

Con un simple toque de sus labios, él avivó las llamas que se habían dormido en su corazón. Le jugó sucio, ahora ella debía evaluar cómo librarse de ese influjo antes de que le hiciera más daño del que ya le había hecho.

Cansada de lamentarse por su suerte, se levantó de la cama y fue al baño a lavarse la cara. El show debía continuar, no podía caer rendida ante la primera batalla perdida.

Al salir, tocaron a su puerta. Abrió enseguida hallando del otro lado a Virginia con George en brazos.

El niño parecía algo incómodo.

—¿Qué sucedió? —preguntó, y lo acurrucó entre sus brazos llenándolo de besos.

—A estado un poco flojo del estómago —reveló la mujer pasando a la habitación detrás de ella.

—¿Tiene diarrea?

—Aún no me atrevería a llamarla así, pero su estómago está resentido, aunque dudo que sea alergia por algún alimento. Ha comido lo mismo y cuidamos de cocinarle bien todo.

—¿Lo llevo al médico? —preguntó, entre confundida y preocupada.

—Oh, no, todavía no. No ha tenido vómitos, ni fiebre ni ningún otro tipo de malestares. Vine a pedirte autorización para hacerle un puré de manzana, eso ayuda mucho a superar esos malestares.

Dos hombres y un destino (COMPLETA) Matrimonio por convenienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora