Capítulo 44. Un gran apoyo.

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Al llegar la noche, Trevor no podía con su vida. El cansancio y las preocupaciones lo abrumaban y lo tenían actuando en modo automático.

Llegó a la casa cargado con trabajo pendiente, no había podido adelantar mucho en la oficina porque siempre tenía que dejar lo que hacía para atender a alguien o reunirse con sus abogados.

La firma se había convertido en un hervidero de actividad y mientras más logros alcanzaban, el trabajo se triplicaba. Todd ya le había lanzado la posibilidad de considerar contratar a más abogados, una idea que comenzaba a considerar.

Al entrar en la mansión pasó directamente a su despacho y pidió a Frederick que le llevara algún refrigerio. Al no almorzar, estaba muerto de hambre.

Se quitó la chaqueta del traje y la corbata arremangándose las mangas de la camisa hasta los codos y enseguida se puso a trabajar.

A los pocos minutos tocaron a su puerta.

—Adelante.

Siguió hundido en la revisión del documento que tenía entre las manos mientras alguien pasaba a la habitación portando una bandeja. El sonido de unos pasos ligeros llamó su atención, era evidente que ese no era Frederik.

—Hola —lo saludó Brianna mientras dejaba la bandeja en una esquina del escritorio.

Él enseguida dejó lo que hacía para dedicarle toda su atención.

La mujer caminó hacia él y se sentó sobre sus piernas. Trevor la envolvió entre sus brazos y se degustó por unos minutos con su boca.

La apretó contra su cuerpo para embargarse con su calor, sintiendo en su rostro y en su cabeza las dulces caricias de ella.

—¿Cómo has estado? —quiso saber al recuperar el aliento, aunque no dejó de besarla.

Repartió cientos de besos sobre los labios de la mujer, en su rostro y cuello. Ella sonrió complacida.

—Ahora, muy bien. Te extrañé.

—Yo también te extrañé.

Por un buen rato se quedaron allí, abrazados y besándose con ternura.

Cuando entró, Brianna había notado el rostro agotado y angustiado que él tenía. Tomó un sándwich de la bandeja y comenzó a cortarlo en pedazos para darle de comer en la boca.

Él aceptó con gusto el aperitivo, comiéndolo con ánimo.

—Veo que trajiste bastante trabajo.

Trevor suspiró.

—No pude hacer mucho en la oficina, hoy fue un día de muchas reuniones.

—Y yo vengo a molestarte en casa.

—Claro que no —aseguró, y apretó su abrazo para impedir que bajara de sus piernas—. Tú me ayudas a despejarme.

—Y a no morir de hambre —completó ella con una sonrisa metiendo dentro de la boca del hombre el último trozo de sándwich y besó la frente de él mientras se aseguraba que lo comiera completo.

Luego le acercó el café.

—No había probado nada desde esta mañana —reconoció el hombre al tomar la taza.

Al quedar libre, ella pudo bajar de sus piernas para revisar las carpetas que él había llevado consigo.

—¿Qué son?

—Trabajo de ahora y de hace una semana —dijo con pesar antes de darle un sorbo al café.

—La señora Brow puso indicaciones en cada carpeta —expuso la mujer descubriendo las notas pegadas en post it.

—Me explicó todo, pero no recuerdo nada de lo que dijo.

Trevor se enfocó en tomarse el café mientras Brianna comenzaba a organizar las carpetas en el escritorio.

—¿Qué haces?

—Te los ubico por prioridad y no por su fecha. Hay documentos que tienen marcado un gran «Urgente».

—¿De verdad? —preguntó confuso y lanzó una mirada curiosa a los documentos.

Ella sonrió divertida.

—Sin una secretaria eres un desastre, Trevor Harmon.

Él la observó con renovado deseo.

—Sin ti soy un desastre.

Brianna se conmovió por sus palabras, compartiendo con él una mirada cálida y afectuosa.

Ella también se consideraba un desastre sin su compañía, solo Trevor era capaz de ayudarla a centrarse y mirar el futuro con mayor optimismo.

Se acercó para darle un beso, pero escapó rápido de su lado para evitar que volviera a apresarla.

—¿Por qué huyes? —preguntó él molesto.

—Porque tiene mucho trabajo, señor Harmon, y ahora yo soy su secretaria, tenemos que comportarnos —dijo ella muy seria y asumió la misma pose erguida que había usado cuando trabajaba para él en la firma.

A Trevor le encantó su reacción. El pecho se le hinchó de alegría al tenerla allí, apoyándolo.

—¿No tienes que cuidar de George?

—Ya está dormido y mi madre se quedó en su habitación leyendo. Además, Virginia pasa cada media hora por su habitación, lo cuida como un halcón.

Él sonrió, agradecido por el enorme cariño que Virginia había depositado en el niño. La mujer lo adoraba. Lo cuidaba de la misma forma dulce y protectora en que lo había hecho con él de joven.

En esa casa a George no le faltaba nada, ni atenciones ni alegría. Había muchas manos para abrazarlo, muchos labios que lo besaban a diario y le repetían cientos de «te amo». Eso lo convertiría en un hombre fuerte.

Le gustó pensar en el futuro de niño, pero enseguida buscó sacarse esa idea de la mente para enfocarse en el trabajo que tenía pendiente esa noche.

George no le pertenecía, otro tenía que velar por su porvenir. Eso no podía olvidarlo.

«Esa figura jamás la borrarás de sus vidas», le había dicho Todd en referencia a Connor y era cierto. Él no podía aspirar a suplir un trabajo que por derecho le correspondía a otro.

Respiró hondo para no dejarse embargar por la frustración, atendiendo las indicaciones de Brianna de los documentos que debía atender con mayor prontitud.

Estaba ya sumergido en el trabajo cuando recibió un mensaje de texto a su móvil.

«Ya te preparé un encuentro con Natalia Fitzpatrick en mi restaurante. Nos vemos mañana a las diez», le escribió Joey, regresándolo a la realidad y a sus tragedias. Unas que no podía descuidar para evitar que se lo llevaran por delante.

Respondió con disimulo un agradecimiento antes de seguir con su tarea, sin que Brianna se percatara de lo que estaba sucediendo.


Dos hombres y un destino (COMPLETA) Matrimonio por convenienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora