PARTE II

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Ximena

No me gustaba salir a la calle desarreglada, pero esta vez solo me puse la primera ropa que encontré. Luego me arrepentí de mi ropa fondonga y me la quité para ponerme unos jeans y una blusa azul de tirantes. Encima me puse un suéter ligero y me peiné. Iría de cara lavada, ya que no me gustaba demasiado el maquillarme, a menos que fuera a ir a una fiesta.

Y las elecciones evidentemente no eran una fiesta.
Por alguna extraña razón estaba nerviosa por el tema de que Alejandro estuviera allí. Llevaba años sin verlo en persona; tan solo lo veía en las lonas que colocaban en lo alto, los folletos, la televisión y en cualquier sitio en donde se anunciara. Todas las señoras y jovencitas estaban enamoradas de ese pendejo, y estaba segura de que iba a ganar solo por eso y no tanto por su preparación, la cual era excelente.

Alejandro hasta tenía hasta doctorado en Administración Pública y un montón de puestos en la vida política a sus treinta y siete años. Pero la gente no vería eso, por supuesto, solo que era muy guapo y sus campañas ingeniosas, las cuales eran virales en TikTok y cuanta red social se te ocurriera. Estaba por todos lados y me tenía hasta la madre.

Bajé a desayunar y mis padres no hablaban de otra cosa que no fueran las votaciones. Ellos se querían mucho, pero tenían visiones políticas bastante diferentes. Mientras que mi mamá creía que la candidata del partido que apenas pudo ser tomado en cuenta era la mejor, mi papá apostaba por Alejandro. Siempre él. Lo quería mucho todavía y lo recordaba con cariño.

—Si tan solo siguiera siendo amigo de tu hermano, le habría ayudado —resopló y luego me miró con ojos entornados—. Tú le gustabas a ese muchacho, no me lo debiste tratar tan mal. Podrías hasta ser la futura primera dama.

—Ay, qué flojera que me reclames lo mismo —me quejé mientras dejaba de comer—. Siempre se estaba burlando de mí, y él a mí nunca me ha gustado, me lleva ocho años, eso es demasiado. En fin, ya no me hablen de él, no quiero que me caiga pesada la comida.

Mi papá siguió enojado, pero ya no me dijo nada y seguimos desayunando. Aun así, me seguía doliendo la panza.

¿Acaso presentía todo lo que estaba a punto de pasar?

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora