PARTE XI

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Ximena

Pasar la noche en otra casa que no era la mía fue muy espeluznante. No escuché para nada ruidos anormales o algo que me hiciera pensar que aquí había algo sobrenatural, pero extrañaba mi casa y mi cuarto.

Mis papás me habían llamado horas después de lo que había pasado. Mientras que mi mamá estaba preocupada como cualquier persona normal, mi papá estaba muy feliz y me dijo que se creyó demasiado ese «jueguito» de fingir que Alejandro me caía mal. Yo me quedé de piedra, sin poder creer que hasta me pidiera nietos. No pude desmentir nada, primero por la impresión y luego porque no quería arruinar las cosas. No sabía exactamente qué le podía decir o no a mi familia. A la única persona que le había dicho sobre esta locura era a Alexia, pero no le especifiqué nunca qué político, y ella tampoco me lo preguntó. Solo me dijo que estuviera tranquila, que seguramente no pasaría nada malo y que tenía una prima a la que le había pasado lo mismo y al final fue feliz. Yo no estaba destinada a ser precisamente feliz con Alejandro, pero la conversación me vino muy bien.

Sin embargo, eso no me bastaba para estar cómoda. Necesitaba mis sábanas, mi casa, mi espacio. Este cuarto era muy lujoso, pero con tan pocos muebles que me sentía extraña y tenía frío. Las camisas del partido estaban muy suaves, pero no eran de manga larga y tampoco me protegían del inclemente aire acondicionado. No sabía por qué Alejandro había colocado uno si no se necesitaba, y para colmo no sabía dónde diablos estaba el control.

—No, no, yo me voy a la sala —dije cuando noté que ya no me podría dormir.

Me levanté de la cama y tomé la almohada y la sábana qué estaba bajo el edredón. Al salir del cuarto me sentí aliviada por el cambio de temperatura, sin embargo, todo ese alivio se me fue cuando salí al pasillo y vi a Alejandro en la cocina tomando agua.

Pero no tomaba agua de manera normal, tomaba agua con el pecho descubierto. Sus brazos estaban hechos unos troncos, y su pecho era lo más firme que hubiese visto. ¿De veras tenía tiempo para entrenar siendo candidato político?

«Tranquila, Ximena, tú puedes ser firme. Los hombres musculosos no te gustan, son feos, son feos».

—Buenas noches —le dije mientras iba a la sala.

—Ah, buenas noches —me respondió al dejar de beber—. Vine aquí para comenzar los rumores de que tengo novia.

—¿Pero no prefieres esperar a que termine todo? —le pregunté, desviando la mirada hacia el ventanal.

De reojo pude ver que me repasaba con la mirada, lo cual me hizo sonrojar.

—¿Nunca viste a un hombre sin camisa o qué? —se burló mientras caminaba hacia mí.

—Sí, a mi papá los domingos —respondí y él apretó los dientes—. Ah, y a los tipos de los balnearios a los que íbamos, pero todos estaban panzones o muy flacos.

—¿Y yo? —inquirió.

—Haces mucho ejercicio —dije nerviosa, mirándolo a los ojos para no ver su cuerpo.

Pero de nada servía. Su rostro era todavía más hermoso. Habría sido mejor que fuese como Claudio, con un rostro abstracto.

—Tú tampoco te ves mal con mi nombre en la camisa —respondió mirando mis pechos.

—Tengo mis ojos aquí —lo reprendí.

Alejandro sonrió de una manera muy rara, que era entre sarcástica y sincera.

—Pareciera que no, tienes dos botones que sobresalen.

En ese momento me percaté de que tenía muy duros los pezones, así que dejé caer la almohada y la sábana para cubrirme.

—Pervertido, me estoy muriendo de frío. Tienes el maldito aire acondicionado encendido.

—Hace calor, pero puedo apagarlo.

—No, yo dormiré en la sala, buenas...

—No, te duermes en la recámara —me dijo enojado y poniendo las manos sobre mis hombros. Mis pezones dolieron ante ese contacto.

Tenía ganas de muchas cosas, así que era mejor que le hiciera caso.

—Okey, vamos —asentí—. Pero suéltame.

—Bien —dijo al quitarme las manos de encima—. Mañana vas a firmar tu contrato y haremos nuestra primera tarea juntos.

—¿Qué cosa? —pregunté con desconfianza.

—Nos verán tomados de la mano en el estacionamiento —me dijo Alejandro mientras me tomaba de la mano derecha. Dejé de respirar cuando entrelazó sus largos dedos con los míos—. Y tienes que ponerte tan roja como lo estás ahora.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora