PARTE III

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Ximena 

Mi papá todavía estaba de malas para cuando nos subimos a su coche. Esta vez se quejaba de los vecinos de al lado, que dejaban sus bolsas de basura casi en la entrada y, por lo general, abiertas. Y lo peor de todo era que no se trataba de basura, como por ejemplo la de la cocina. Los muy cochinos dejaban abiertas las bolsas del baño, razón por la cual la calle a veces apestaba a mierda. Muchas veces mis papás intentaron hablar con ellos, pero nada más no aprendían. Incluso los vecinos reunieron firmas y los habían tratado de denunciar, pero ellos tenían contactos y no les hicieron nada.

Por culpa de ellos, a esta calle le llamaba «Calle miércoles». Ningún compañero de escuela quería venir a mi casa por eso.

¿Por qué estaba pensando en mierda en ese momento? Sencillo: porque estaba a punto de ir a unas elecciones que lo eran. Los tres candidatos eran la misma gata, pero revolcada. Ninguno llevaría al país hacia el progreso, ninguno lucharía contra la violencia y contra quienes la producían.

—Tienes que votar por Alejandro —me dijo mi papá de camino a esa primaria en donde votaríamos.

—Primero me arranco una teta —mascullé, pero él no me escuchó.

«¿Por qué no me llaman?», pensé mientras revisaba el historial de llamadas.

Siempre creí que a los veintinueve años por lo menos tendría ya un trabajo, pero no. Ni mis calificaciones en la carrera ni mi dominio del inglés bastaba para que me contrataran en ningún lugar al que solía mandar solicitud, y mi papá siempre me amenazaba con correrme de la casa si me metía a trabajar de algo que él considerara mediocre. Mi única fuente de ingresos eran las portadas e ilustraciones que vendía por Internet. Ninguno de mis papás estaban felices de que hiciera eso, pero al darse cuenta de que nadie tenía que saber que era yo, lo aceptaron. Y bueno, la mayor parte de ese dinero se me iba en aportar a la casa.

Aun así, me sentía como una maldita inútil, una solterona patética y que no tenía otra cosa mejor que hacer que ir a votar. Solo esperaba que ese idiota no estuviera allí para terminar de empeorar mi día arruinado.

En menos de diez minutos llegamos a esa escuela. Había bastante gente y me arrepentí de haber venido porque la fila con los apellidos en V era larga, al contrario de mi mamá, cuyo apellido era con B, así que, aunque hubiese una fila larga, no era tan larga como la nuestra.

—Tienes que votar por Alejandro —me reiteró mi papá.

Sin importarme un carajo que la persona de atrás me escuchara —y quería que me escuchara— le sonreí antes de contestar:

—Mi voto vale mucho como para tirarlo a la basura. Lo siento, no le doy mi voto a asnos como él.

—No te preocupes, no necesito tu voto —dijo una voz a mis espaldas y que me dejó petrificada.

A pesar de que estaba hablando en voz baja, lo reconocí y me hizo estremecer.

El tipo de lentes y gorra que estaba detrás de mí era nada más y nada menos que el mismísimo Alejandro Villanueva.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora