PARTE XXII

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Alejandro 

Ninguna mujer había logrado lo que Ximena me daba con tan solo besarme, mucho menos lo que me daba al tener sexo, mejor dicho, al hacernos el amor. Con nadie más quería repetir, con nadie más me sentía dentro de un hechizo que no quería que se terminara, y no se terminaba. Incluso cuando no la tenía entre mis brazos, la pensaba.

Por estar tan atento a ella, apenas pude reaccionar cuando dieron a conocer los resultados de los cómputos distritales, los cuales indicaron que, en efecto, yo era el ganador indiscutible. Las felicitaciones no dejaban de llegar, mis reuniones y grabaciones para redes sociales no parecían tener fin. Todo esto era necesario, pero para mí todo esto era un fastidio, un postureo para quedar bien y así apaciguar el escándalo que se suscitó tras la filtración de mis fotografías con Ximena. Si bien quería fortalecer al país y crear acuerdos comerciales beneficiosos, deseaba hacerlo con mi relación ya abierta y no seguir trabajando como si no pasara nada. 

Quería gritarle a todo el país y al mundo que aquella chica misteriosa era mi mujer, confirmar lo que los comentarios de mis publicaciones afirmaban. 

Renata estaba controlada porque Ulises la mantenía a raya; sin embargo, cada vez que nos encontrábamos, detectaba su mirada de advertencia. En cualquier momento se las iba a arreglar para hacer de las suyas, y era por eso que yo me había prevenido comprando, por medio de conocidos de Vittorio, a varios medios de comunicación. También había reforzado la seguridad en el edificio para que esa mujer no pudiera pasar de ningún modo. A Ximena le ponía nerviosa que yo me preocupara tanto, pero lo estaba tomando de la mejor manera posible y me estaba haciendo caso en todo. Ella era una persona considerada, que a pesar de no tener demasiada experiencia en todo esto, se estaba comportando a la altura de las circunstancias. 

Nadie más podía ser mejor que ella para asumir el papel de mi compañera. 

—Llegaste —me dijo Ximena cuando atravesé la puerta del departamento—. Señor presidente, ¿qué es lo que quiere…? 

—A ti —le dije mientras la tomaba en mis brazos, luego de bajarme los pantalones y el bóxer.

Como ella solo tenía una bata de baño, me fue fácil solo quitársela y cargarla para penetrarla contra una pared. Sus besos iban subiendo mi temperatura cada vez más y aceleraban mi corazón. 

—Te extrañé —jadeó—. Tenía muchas ganas, además. 

—Yo tenía más —dije arremetiendo contra ella. 

Su calor era delicioso, así como lo mojada y apretada que estaba. 

—Alejandro —musitó. 

Aquel susurro me volvió completamente loco y la llevé a la recámara, en donde me desvestí velozmente y volví a entrar en ella. Ximena lanzó un gruñido de placer y me acarició los hombros con intensidad. 

—Alejandro, me hiciste muy adicta a que estés dentro de mí. 

—No eres la única que sufre la enfermedad. Por mí estaría clavado todo el tiempo —respondí—. Mi amor, sacas lo más sucio de mí. 

—Me alegra. —Sonrió orgullosa.

Me moví con más fuerza, disfrutando enormemente de sus gemidos, de cómo me pedía más y más y enredaba sus piernas alrededor de mi cuerpo. Cada día que pasaba, se volvía más experta para complacerme, para saber qué me gustaba. No había necesidad de decirnos nada, solo funcionábamos.

¿Por qué me había tardado tanto en traerla? 

—Alejandro —me dijo de pronto—. Me estoy enamorando de ti, no, creo que ya lo estoy, pero…

—Hazlo, sigue enamorándote —dije muy feliz y arremetí más fuerte—. Eso quiero. Te amo, Ximena, te amo. No te voy a soltar. 

De pronto giramos y tuve a mi Ximena cabalgándome. Sus manos estaban sobre mi pecho y me miraba mordiéndose los labios. Sus pechos se movían de una forma seductora, causando que me endureciera más. ¿Cómo hacía para tener un cuerpo tan perfecto? Siempre lo había tenido, siempre me había parecido la mujer más sensual, pero ahora al tenerla así lo era mucho más. 

Que fuera mía la volvía más deseable, cosa que era muy extraña. Debía estar menos enamorado, pero cada vez que estábamos en la cama, cada vez que nos besábamos, la amaba y quería más. 

Sus gemidos comenzaron a cambiar de intensidad y supe que se estaba corriendo. Ella cerró los ojos y se arqueó hacia atrás. Yo intenté pensar en otra cosa para no correrme todavía, pero simplemente no pude hacerlo; su imagen tan erótica fue el detonante para que eyaculara de una forma intensa y alucinante. 

—¿De veras me amas? —preguntó cuando terminó de moverse. Estaba sonrojada y me miraba como si no me creyera. 

—Sí, ¿eso te molesta?

—No, es que es raro que un hombre diga esas cosas. —Sonrió—. Pero me gusta que lo hayas dicho. Se siente… bonito. No, más que eso, pero… —Se cubrió el rostro con ambas manos y sacudió la cabeza—. ¡Ay, Alejandro, me dejas siempre sin palabras!

—Pero si siempre estás hablando —bromeé—. Nunca te callas.

—Tarado —masculló, pero luego se echó a reír—. Me tienes que aguantar así, lo siento. 

—Me encanta, me encanta que siempre hables —le dije mientras la atraía hacia mí para que se acostara en mi pecho. Después del sexo me seguía gustando estar dentro de ella, así que no hice intento por salir. 

—Yo también siento que te amo —me confesó en voz baja—. Pero dame tiempo para decirlo con naturalidad, es que nunca tuve novio.

«Gracias a mí», pensé satisfecho. 

—No te preocupes. Mientras me beses, yo sabré lo que sientes. 

—Mmm… Eso sí que lo puedo hacer con mucha facilidad. 

Los dos nos sonreímos y nos miramos ansiosos otra vez, pero cuando estábamos a punto de besarnos, sonó su celular. 

—¿Quién te llama a esta hora? —pregunté extrañado.

—No sé, pero no puede ser más que de mi casa —dijo preocupada y se levantó para ir a contestar. Yo me incorporé y la miré fijamente—. ¿Bueno?

Su rostro se fue poniendo pálido a medida que escuchaba lo que le estaban diciendo. Ella preguntaba una y otra vez lo que había pasado, y sus ojos estaban llorosos, lo que hizo que me levantara. 

—Ximena, ¿qué pasó? —pregunté.

—Apuñalaron a mi papá —dijo con voz aguda—. Unos tipos se metieron en la casa y apuñalaron a mi papá.

***
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora