PARTE XII

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Ximena

Si antes no había podido dormir por el frío, Alejandro terminó de arrebatarme todo el descanso. Pude dormir, pero muy a medias, y eso era igual a no dormir. No dejaba de pensar en ese pecho musculoso y esos brazos fuertes. Por la mañana me daría mi primer beso, y para colmo sería uno falso. «Bueno, pero al menos está guapo y tiene demasiado buen aliento», pensé para animarme. Debía admitir que Alejandro cuidaba mucho de su salud bucal, incluso antes de ser político, y tenía una dentadura brillante, sin ningún diente chueco. De hecho, mi madre le elogiaba mucho la dentadura, y secretamente siempre me gustaron sus colmillos. Se veían sexis... se seguían viendo sexis.

—No, no, deja de pensar eso —gruñí mientras me ponía una almohada en la cabeza para ver si conseguía dormir un poco más antes de que alguien viniera a molestarme.

Lo fresco de la almohada hizo que me sintiera un poco mejor y me volví a quedar dormida en una posición extraña: con los brazos desparramados por la cama y una pierna abajo. Estaba segura de ser la única persona a la que no le daba miedo hacer eso.

Apenas estaba entrando en un sueño profundo, cuando de repente escuché un grito.

—¡¿Ximena?!

Me quitaron el peso de encima de manera brusca y abrí los ojos confi dificultad.

—Eh, eh, ¿qué pasó? —pregunté asustada—. ¿Otra vez está temblando?

—¿Por qué chingados estabas dormida así? —me recriminó Alejandro, que parecía muy asustado.

En ese momento se me quitó el sueño. Era la primera vez que le escuchaba decir una mala palabra, pues siempre hablaba con mucha propiedad, o al menos más que la mayoría. 

—¿Desde cuándo dices groserías? —murmuré.

—Me asustaste —dijo, jadeando un poco.

Tenía una mano sobre el pecho, que por suerte ya no estaba desnudo. Aunque esa camisa negra y pegada...

—¿Cuándo te asustas las di...?

—Responde: ¿por qué duermes así? Pensé que...

—¿Qué?

—Qué te pasó algo. Que hiciste una locura.
Lo miré muy nerviosa y pasé saliva. ¿Se estaba preocupando por mí?

—No hagas eso cuando nos... casemos —añadió.

—Ni que fuéramos a dormir juntos.
No pude evitar soltar una carcajada que lo hizo gruñir.

—Ya sé que no, pero a veces tendré que ir a buscarte —respondió—. En fin, sé más considerada.

—Mejor tú toca la puerta —mascullé—. Ser el presidente no te da derecho a entrar a los cuartos de los demás sin permiso.

—Te toqué la puerta muchísimas veces —replicó con ojos entornados—. Y no me abriste, ¿por qué crees que pensé lo peor?

—Ups...

—Tienes que desayunar, después de eso saldremos.

—¿A dónde iremos?

—A que nos vean besándonos.

—¿Y no tienes cosas que hacer? Digo, eres un candidato.

—Sí, ya respondí todas las llamadas correspondientes, mientras que tú dormías a pierna suelta como si estuvieses muerta —contestó con rabia.

—Okey, dame unos minutos. Tiendo la cama y...

—A desayunar, ya —me ordenó—. Son las diez de la mañana.

—¿En serio? —pregunté perpleja y tomé mi celular para verlo—. No puede ser, sí, son las diez, ¿cómo me pude dormir tanto?

—Yo tampoco me lo explico, pero está bien solo por hoy. Te veías mal anoche.

—Gracias por apagar el aire acondicionado —respondí con una sonrisa.

Alejandro me lanzó otras de esas miradas abrasadoras y que erizaban la piel.

—No es nada —murmuró—. A desayunar, Ximena. No lo pienso repetir.

—¿Me vas a poner reglas con la comida?

—Claro que sí —dijo sonriendo de una manera diabólica—. Desde ahora vas a comer todo lo que yo te diga.

***
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora