PARTE XX

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Alejandro

Me sentí muy ansioso durante las reuniones que tuve con algunos inversionistas que querían a entrar al país, a quienes estaba viendo en privado, lejos de los focos de las cámaras y mis redes sociales. El país entero pensaba que estaba simplemente con mi gente, esperando a los resultados del conteo rápido, el cual era evidente que ganaría a menos que hubiese un fraude electoral bastante fuerte, y nadie estaba en condiciones de echarse encima al país entero por hacer tal cosa. En algunos estados estaban ganando otros partidos, por supuesto, pero la mayoría estaban con nosotros. Aun así, la posibilidad de perder no me preocupaba tanto como el saber si Ximena iba a estar bien con Claudio y esas estilistas que contraté para mantenerla ocupada. Ya había mandado a Vittorio a hacerse cargo del guardia del edificio, el que dejó pasar a Renata, pero eso no me calmaba del todo.

Con respecto a ella, opté por no enfrentármele de manera directa, sino hablar con Ulises, quien se mostró sumamente molesto y me pidió disculpas reiteradas veces por el comportamiento de ella. Sabía que él no estaba de verdad preocupado por mi persona o noviazgo, pero sí en el dinero que yo mismo ponía de mi bolsillo personal para cubrir muchos de los gastos. Durante estos años no solo me había dedicado a hacer política, sino que también a invertir y a comprar y vender empresas. Mis cuentas estaban claras para todo el que se enteraba, pero no iba por la vida pregonando aquellos asuntos.

—¿Cómo te fue? —me preguntó Vittorio cuando me vino a recoger al hotel en donde había sido la reunión.

—Bien —respondí—. Los ejecutivos de Royal Energy quieren invertir aquí. Todavía no sé, creo que otra compañía de energía eléctrica…

—Tienen buenos precios, ¿no?

—Realmente no me lo pareció del todo —confesé—. Pero han desarrollado nuevas tecnologías y será más difícil que ocurran apagones.

—Caray, me tienes que contar eso —dijo interesado.

Durante unos cuantos minutos le expliqué a mi primo algunos de los puntos tratados en la reunión y, como siempre, terminó haciendo teorías sobre como iba a tomarlo la Secretaría de Energía.

—Lo van a aprobar. —Me encogí de hombros—. Habrá reticencia en un principio, pero se darán cuenta de que esto nos beneficia a todos.

—Eso espero. Ay, Alejandro, estás haciendo demasiado alboroto por debajo del agua, ¿no te preocupa? Me asustaría menos que hicieras tratos con narcotraficantes.

«Descuida, ya los tengo», pensé con sorna.

—Entiendo tu preocupación, pero no tiene que pasar nada por querer un bien para el país. Estoy teniendo cuidado y tengo comprado su silencio —respondí—. Tú tranquilo.

—Okey, pero es que ya no estaré para verlo. Me quedan seis días —bromeó—. Ah, maldita sea, no se me olvida esa muchacha. Ya casi me dicen de quién es el carro.

—¿Es en serio que vas a ir tras esa…?

Vittorio me lanzó una mirada burlona, la cual interpreté a la perfección.

—Mira, mientras cumplas con tu trabajo, lígate a quien quieras. Solo no me falles.

—Por supuesto que no. Soy un desmadre con las viejas, pero no para mi trabajo, ya lo sabes —dijo orgulloso—. Incluso con ellas soy organizado, pocas veces me han cacheteado.

Puse los ojos en blanco. No tenía nada de que criticarlo, dado que yo también era un cuestionable catador de mujeres, pero al menos no me jactaba de serlo y ahora que había probado a la mujer que amaba, me parecía algo patético. Ya no necesitaba buscar más; Ximena no solo era la mujer que me movía todo desde que la había conocido, también era la mujer más entregada en el sexo. Ahora solo podía pensar en que quería regresar, en que quería que la cena a la que iba a llevarla se terminara para volver y tener ambas cabezas entre sus piernas.

Ximena sacaba en mí lo más vulgar, pero también lo más pasional en la cama.

—Hey, ¿en qué piensas, marrano? —me preguntó Vittorio.

—¿Disculpa? —Entorné los ojos.

—Le estabas haciendo así. —Vittorio se mordió el labio y cerró los ojos, haciendo una desagradable expresión—. ¿A poco ya te comiste a Ximena? Uy…

—No te importa y mira a la calle, que vamos a chocar —dije molesto.

—¡Ya te la cogiste! —exclamó contento—. Eso, carajo. ¿Cómo estuvo?

—No me estés fastidiando, Vittorio —le exigí—. Métete en tus asuntos.

—Pero…

—Que te metas en tus asuntos. Además, a Ximena no me la cojo, yo… Bueno, ya sabes. Ella es algo serio.

—Le hiciste el amor —dijo con tono exagerado, como si estuviera conmovido—. Qué tierno. Ya te pescaron.

Pese a la molestia que sentía, sonreí levemente. Estaba más que pescado por esa loca mujer de rulos rebeldes y sonrisa brillante. Necesitaba verla otra vez y también hablar por el chat para saber cómo se había sentido conmigo en la cama.

—Me voy a casar con ella, ya quiero sentar cabeza.

—Pues está bien, a todo hombre le llega la hora, y tú ya te tardaste —se rio—. Casi llegas al cuarto piso.

—Tú, si sigues como vas, no llegas ni a la mitad del segundo —mascullé—. Debes tranquilizarte y centrarte.

—Vida solo hay una, Alejandro —me recordó—. ¿Por qué no disfrutarla haciendo lo que más te gusta?

«Tiene razón, iré a disfrutar de Ximena», pensé.

—Ten cuidado —respondí—. Y mucho más con esa muchacha, que siento que tiene carácter.

—¡Como me gustan! —exclamó contento—. Ojalá la pudiera encontrar, estaba hermosa la condenada.

Esta vez ya no respondí nada. Era obvio que Vittorio no iba a tomarse en serio a aquella muchacha, aunque sí era extraño que se molestara tanto en saber quién era.

Al llegar al edificio, me sentí aliviado de no ver a la prensa ni a nadie extraño. El nuevo guardia era un hombre de confianza, que ya no se iba a dejar comprar por Renata ni por nadie.

—No vino nadie, ¿verdad? —pregunté y él negó con la cabeza.

—Nadie, señor —dijo—. Su personal ya salió.

—Gracias.

Me dirigí ansiosamente hacia los ascensores, esperando que no volviera a pasar nada, que Ximena no se hubiera ido. Era absurdo, pero todo podía pasar.

Al entrar al departamento, este estaba casi a oscuras, por lo que me alarmé. Sin embargo, una preciosa mujer salió de la habitación, envuelta en una bata, pero con el rostro maquillado de una forma hermosa, que, aunque no era exagerado, resaltaba sus hermosas facciones. Su cabello había sido recogido, pero eso solo hacía que resaltara más su hipnótica belleza.

—No me quise vestir todavía —me dijo de forma seductora, lo que me endureció de inmediato—. Quería saber si...

—Siempre —le solté—. Ximena, ¿quieres hacerlo?

—Ajá —pidió nerviosa y me acerqué con paso lento.

Ximena soltó un pequeño suspiro cuando le abrí la bata y ante mis ojos quedó su delicioso cuerpo desnudo.

—Quería llevarte a cenar, pero creo que primero será el postre —murmuré contra sus labios—. El postre más exquisito del mundo.

Tras decir eso, los dos entramos en la habitación para comernos mutuamente y no solo los labios.

***
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora