PARTE VIII

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Ximena

El departamento del futuro presidente era lo más lujoso que habían visto mis ojos en vivo y a todo color. Hacia cualquier lado que mirase había muestras de buen gusto. Además, me gustaba el concepto abierto entre la cocina, el comedor y la sala. Todo estaba cerca, pero con su debido espacio, lo cual hacía que el lugar no se sintiera apretado, pero tampoco gigante.

Quien fuera que lo hubiese decorado, se llevaba mi reconocimiento.

—Bonito departamento, señor Villanueva —comenté después de que él indicara que me sentara en aquel sofá blanco y en forma de S. Él se sentó en un pequeño sillón que estaba ligeramente a mi derecha, lo que hacía que quedáramos cara a cara—. El decorador de interiores se sacó un diez.

—No sabía que te habías vuelto una aduladora —dijo con sarcasmo mientras abría los botones de la manga de su camisa—. Gracias de todos modos, yo lo decoré.

Ahora estaba vestido como cualquier candidato a la presidencia y no como un delincuente que quiere pasar desapercibido.

—No soy ninguna aduladora —repuse con una sonrisa falsa—. Solo digo lo que pienso.

Aquel comentario hizo que Alejandro apretara la mandíbula levemente y que su mirada se tornara enojada.

—Así que me puse más feo. —Sonrió.

—¿Y qué quiere escuchar? ¿Qué me parece un hombre sensual? Está bien: me parece un hombre sensual. Ya no llore.

Me tapé la boca con ambas manos y fruncí el ceño. ¿Qué cable se me había desconectado del cerebro?

Alejandro me miró de nuevo como en el estacionamiento. Era una mirada fría, calculadora y llena de veneno.

—Por lo visto, nunca hablas en serio. —Soltó un suspiro—. ¿Y desde cuándo soy señor
Villanueva? En la casilla me tuteabas.

—¿Quieres que te llame Alejandro? —pregunté—. Bueno, después de lo que pasó, pensé que...

—En público, sí. Ahora no —respondió—. Es bueno que me tengas respeto.

—A ver, a ver, ¿cómo que en público? ¿De qué me estoy perdiendo?

—En eso consiste tu trabajo —me contestó, impasible—. Yo necesito a una mujer a mi lado para cuando gane las elecciones. Necesito que me vean en vísperas de formalizar algo.

No pude emitir palabra alguna. Seguramente estaba teniendo una horrible pesadilla de la que me iba a despertar pronto.

—Y bueno, necesito a una mujer que no despierte nada en mí.

Aquello hirió mi orgullo, aunque no quería. Aun así, solo asentí despacio, como si no me afectara y fuera lo más normal del mundo el aceptar que no provocas nada en ningún hombre.

¿Cuántos golpes más a mi autoestima iba a recibir hoy?

—O sea, me quiere de dama de compañía, que nos vean juntos y eso.

—Así es.

—¿Y por qué yo? O sea, comprendo la parte de que quiere a alguien que no le guste, pero debería buscar a alguien que les guste a los demás.

—No, lo que busco es crear una historia con la que miles puedan fantasear.

Apreté los labios para no reírme. ¿De qué se fumaba este amigo? Yo quería, quería para ver si así se me olvidaban mis problemas.

—No necesita eso, ¿o acaso está tan inseguro de ganar? —pregunté con seriedad.

—Sé que voy a ganar, pero generaré más confianza si creen que voy a casarme, o si me caso.

Sentí que la cabeza me daba vueltas, pero me mantuve derecha en mi cómodo asiento.

—¿Y cómo hará para casarse? ¿Aplicará la de Mujer de Madera? No se lo van a creer.

—¿De qué?

—Una novela que veía mi mamá —mascullé—. A ver, me explico: si dice que me quiere como dama de compañía y luego casarse, va a tener que conseguirse una parecida a mí. No puede conseguir a una que sea...

Alejandro alzó la mano para callarme.

—Ese trabajo sería tuyo, Ximena —me dijo irritado.

Esta vez sí me tuve que sujetar de la esquina del sofá.

—¿Casarnos? Pero...

—Hasta que termine mi sexenio, ¿qué tal? Luego de dejar la presidencia, nos divorciamos y cada quien por su lado. Tendrás una vida asegurada y cómoda.

Me levanté bruscamente del sofá y miré a Alejandro con el ceño fruncido.

—Dios, no, no, esto...

—Te pagaré tan bien que no te preocuparás por el resto de tu vida.

—Pero perderé seis años —murmuré.

—Igual que yo. —Se encogió de hombros—. Necesito enfocarme en lo que necesito hacer y es dirigir el país. Claro, si no me sacan del camino antes.

—¿Al estilo Colosio?

—Sí.

—Mira, si llegó hasta aquí es porque limpio no está —mascullé—. En fin, tengo que pensarlo.

—¿Tanto asco me tienes?

La mirada que acompañó a esa pregunta parecía sincera, así que decidí por fin ser madura y ser honesta.

—Nunca te he tenido asco, Alejandro —le dije con seriedad—. Todas esas cosas que te dije fueron porque tú me lo tenías a mí.

—¿Qué?

—Eso: solo me defendí. Me tenías harta con tus comentarios sobre mi físico, así que exploté.

Alejandro dejó de mirarme y se perdió en sus pensamientos. Yo tomé aquella distracción para intentar irme, pero él se levantó.

—Acepta, Ximena —me pidió—. Eres... la única persona en la que confío para esto.

—¿Me vas a dejar tranquila si te digo que no?

—No —admitió con una sonrisa burlona, pero que me pareció demasiado bonita—. No tienes opciones realmente.

—Qué democrático —farfullé, pero luego me reí—. Bien, en vista de que no tengo opción, tengo dos condiciones, bueno tres.

—¿Cuáles?

—Una: que pueda ayudar a mis papás y a mi hermano de alguna forma. No demasiado, pero sí un apoyo.

—Bien, eso es fácil, ¿la segunda?

—Nada de... —nos señalé a ambos— cuchi chuchi. Pero tampoco estés con mujeres en la misma casa en donde duerma. No quiero estar incómoda.

—¿Qué?

—Solo besos e ir de la mano —añadí.

—Okey —asintió, aunque parecía muy enojado—. ¿Qué más quieres?

—La tercera tal vez sea difícil y la más hipócrita de mi parte —dije con una risita.

—No, nada de amantes —replicó—. Tienes que compórtate...

—Los hombres no me importan, tengo manos y películas.

Aquello no era cierto. Jamás me había masturbado y no pensaba hacerlo porque no me daban ganas, pero tenía que mostrarme más interesante.

—No necesitaba saber tanto —me dijo él, hipnotizado por mis dedos que se movían en el aire.

—Bueno, sí, lo necesitabas —dije, bajando la mano—. Ahora sí, la tercera.

—¿Qué cosa?

—Una camisa —dije entusiasmada—. No he votado por ti, pero quiero mi camisa del partido.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora