PARTE XVIII

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Alejandro

Si antes estaba decidido a casarme, ahora lo estaba infinitamente. Ximena estaba apenas descubriendo el sexo y no era experta, pero me había hecho gozar como nunca. Su entrega, sus ganas de explotar y su franqueza superaban a cualquier experiencia. Ella no era la clase de mujer que necesitaba, simplemente era la mujer que necesitaba.

—Yo también quiero quedarme aquí —dijo cuando le expresé que me quería quedar en la cama con ella—. Pero si tienes cosas que hacer…

—Nada es más importante que tenerte así —le dije sonriendo y la apreté más contra mi cuerpo—. Gracias por dejarme hacerte esto.

—No lo digas así, suena como un favor —bromeó—. Alejandro, me encantó. No te pienso mentir.

—A mí, más que eso. No te quiero soltar.

—Yo tampoco a ti, ¿qué nos pasa?

—Que nos deseamos como locos —murmuré antes de besarla.

Incluso con esa camisa del partido se veía hermosa y deseable. Mis manos se metieron por debajo de la camisa hasta dar con uno de sus pezones. Los pechos de Ximena eran los más hermosos que hubiese visto y quería tocarlos todo el tiempo.

—Qué rico, Alejandro —gimió—. ¿Podemos volver a hacerlo?

—Claro que sí. Eso mismo iba a pedirte.

En cuestión de segundos me había quitado el bóxer y de nuevo la estaba penetrando. A ella le dolía, se lo notaba en la cara, pero fui despacio.

—Poco a poco te va a dejar de doler —le aseguré—. Me vuelves loco, Ximena.

Volverme loco era poco. Su interior era cálido, húmedo y me apretaba como nadie. Incluso aunque dejara de verla, sabía que nadie volvería a excitarme. Jamás había deseado disfrutar más del proceso que de la eyaculación.

Ximena se volvió a entregar a mí con confianza y una sonrisa traviesa que me volvía loco. Quería probarla en muchas posiciones, pero eran sus primeras veces, así que decidí solo ser paciente. Aun así, disfrutaba muchísimo y me volví a correr fuertemente.

Incluso me estremecí. Yo nunca me estremecía cuando terminaba.

—Ahora sí me dio sueño —dijo Ximena riéndose—. Lo siento, soy nueva haciendo esto, no puedo aguantar toda la noche.

—No lo necesitas, pero lo que sí necesitas es una buena cena. ¿Te gustó lo que te envié en la comida?

—Sí, pero…

Ximena arrugó el rostro, lo cual me hizo temer que algo no iba bien.

—¿Qué sucede?

—Prefiero la comida que haces tú —admitió—. Pero ya me voy a poner yo a hacerme mi comida, tú…

—No, no, voy a cocinar para ti —la interrumpí—. Me lo hubieras dicho antes.

—Serás el presidente de la república, ¿de dónde vas a sacar tiempo para hacerme comida?

—Cuando se quiere se puede, y yo quiero que te alimentes de mí.

Ximena soltó un pequeño gemido y se estremeció. Aquello bastó para volver a encendernos y hacer de nuevo el amor, aunque esta vez lentamente. Cuando terminamos, los dos sonreíamos como dos adolescentes que no querían soltarse, pero tuve que hacerlo para cocinar. No obstante, la podía observar desde la cocina. Su cabello rizado y alborotado era adorable, muy suyo.

—Iré a conceder entrevistas, me acosté con el futuro presidente, el hombre más solicitado del país —dijo de manera burlona—. Me haré rica diciéndoles que me hacías bullying, tonto.

—No, no vas a contender entrevistas a nadie —gruñí—. Te vas a quedar aquí.

—Ándale, déjame contarles que me molestabas —me pidió mientras se ponía de pie para venir a la cocina—. Es broma, Alejandro, claro que no voy a hacer eso. Creo que no seré capaz ni de decir «mu» ante las cámaras. Pero sí tengo miedo de no hacerlo bien, ¿y si hago el ridículo como los presidentes anteriores? Ay, no, qué vergüenza.

—El que tiene que quedar bien soy yo —le respondí para tranquilizarla—. Yo siempre me preparo antes de hablar.

—Sí, sí, pero la primera dama siempre da de qué hablar.

—No siempre.

—Ahora sí —resopló—. La historia de amor que les estás empezando a vender va a ser viral. De mí te acordarás cuando estemos con nuestras carotas por todo el mundo.

—Ahora es gratis —mascullé.

—¿Qué?

—Que ya casi está la cena, Ximena, ¿me ayudarías a poner esos platos en la mesa, por favor?

—Claro, señor presidente —se rio—. Ya quiero probar lo que preparaste.

—Espero que te guste.

Ximena tomó las cosas y me sonrió antes de irte a hacer lo que le había pedido. Aquel simple gesto me dejó como un estúpido, pero por suerte ya había apagado la estufa y me salvé de quemarme.

Pocos segundos después llegué a la mesa y serví. Lo que menos quería comer en ese momento era comida, pero ella se veía ansiosa por probar mi cena, que tan solo era filete de pescado con verduras.

—Mi comida favorita —dijo contenta—. Vamos a ver qué tal la preparaste. No hay nadie que supere al pescado que hace mi mamá.

—No creo superarla, pero espero que te guste —le respondí emocionado.

Ella asintió y se sentó cuando le aparté la mesa. Ni siquiera esperó a que yo me sentara, probó un bocado y gimió con fuerza, causando estragos en mí.

—Me va a matar mi mamá —dijo riéndose.

—¿Por qué?

—Está más rico. Alejandro, tienes manos de ángel. Estoy obsesionada con tu comida.

Ella no le dio más importancia a eso y siguió comiendo, pero yo me quedé con una sonrisa estúpida en el rostro, la cual se borró cuando escuché mi celular sonar con ese tono fastidioso que le puse a Renata.

—Ahora vuelvo, voy a atender —le dije y ella asintió.

Me apresuré a ir a contestar, pensando en todo lo que iba a decirle. Si pensaba que podía separarme de mi preciosa, estaba equivocada. Nunca había sido partidario de desaparecer personas, pero con Renata lo haría si no me dejaba en paz.

—Renata —saludé fríamente.

—¿Por qué haces esto, Alejandro? —me recriminó—. Esa chiquilla no puede ser tu primera dama, ni siquiera…

—Ella es mi elección, no me importa lo que digas —la corté—. Y si vuelves a correrla de su casa, te juro…

—No, no, yo te juro que te va a pesar si sigues adelante con eso, Alejandro. Mañana mismo correré los rumores de que ella es un hombre.

—¿Qué carajo te pasa? Ella no…

—Decide, Alejandro, o lo dejas por la paz, o todo México se va a enterar de que tiene un presidente casado con un transformer. Te van a tomar a burla.

—Estás completamente loca —dije furioso—. Ella será mi esposa, ¿me entendiste? Y se darán cuenta de que nada de lo que digas es cierto Cuando…

—¿Cuando qué, Alejandro? —preguntó sin aliento.

—Cuando ella tenga a nuestro primer hijo.

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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora