PARTE XVI

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Alejandro

—¿De qué te ríes, Alejandro? —me preguntó Vittorio mientras conducía. Quería asomarse por mi celular, pero me lo guardé en el bolsillo.

—Un chiste que vi por ahí —le contesté—. Conduce más rápido, no quiero que la prensa...

—Nadie nos está siguiendo, señor presidente —me dijo con sorna—. Si en algo eres mejor que gobernar y cocinar, es en camuflarte y escapar.

Volví a sonreír. Con los años había aprendido a ser todo un maestro del escape, y todo para poder ver al objeto de mi obsesión desde distintos ángulos. Ahora que tenía una agenda más apretada, tenía gente que lo hacía por mí, pero nunca dejaba de estar enterado de su vida, al menos de la gran mayoría de sus asuntos.

—Todavía no soy...

—Cabrón, superas por más de cuarenta puntos a esa pendeja de Zabala —dijo riéndose.

—No te lo parecía cuando te enredaste con ella a los dieciocho —resoplé—. Me sorprende que siendo tan joven seas el golfo de México.

Mi primo volvió a reírse. Le encantaba que se lo recordara. Las mujeres para él eran un trofeo, aventuras que quería contarle algún día a sus nietos. Y vaya que tenía de qué presumir, se había llevado a la cama a mujeres que uno siempre tacharía de impecables.

—Ya quisieras, me tienes envidia —dijo orgulloso—. No, no es cierto, te da igual, te da igual porque a la única que he dejado con cabeza es a tu pequeña Ximena.

—Y jamás la vas a tocar —afirmé, dejando atrás el buen humor—. No te vas a acercar a ella.

—Tranquilo, sé respetar. Está guapísima, pero sé respetar y... ¡Hey, suéltame, voy manejando!

Le quité la mano del cuello y gruñí. Vittorio podía serme de mucha utilidad, pero seguía siendo un maldito chiquillo de veintitrés años que se pasaba de insolente.

—Más vale que te controles con tus comentarios.

—Qué celoso resultó el señor presidente —bufó—. ¿Ahora no puede uno decir la verdad? ¿Para qué la quieres si la vas a exponer al público?

Se me contrajo el estómago solo de pensarlo. No podía pensar en otra mujer para que fuera mi primera dama, pero también me hacía sentir enfermo la idea de que todos los ojos del país entero estuvieran puestos en ella y que más de uno la codiciara. ¿Y si contrataba a la peor asesora de imagen?

Salí de aquellos pensamientos cuando de repente Vittorio frenó de golpe porque el coche de adelante también lo hizo.

—Es vieja, te apuesto lo que quieras a que es vieja y viene en el celular —masculló antes de bajarse.

—¿A dónde diablos vas? —le pregunté enojado, pero él cerró la puerta.

Bajé la ventanilla un poco para escuchar. Del auto de adelante se bajó una rubia bastante joven, la cual gritaba improperios.

—¡¿Qué carajo te pasa?! —le recriminó Vittorio.

Apreté uno de mis puños y resoplé. Podía comprender que la situación era para enojarse, pero él, al conducir, se encendía ante la menor cosa. La única forma de que no se enojara era conducir en una carretera sin ningún otro auto.

Quería bajarme a resolver el asunto, pero me tranquilicé. Yo ahora estaba en el ojo de la prensa, pero no solo de este país, sino de muchos más. Estas elecciones eran históricas por la cantidad de gente que había decidido votar. Sabía perfectamente que este lugar no podía arreglarse en seis años, pero había encontrado la manera de beneficiar tanto a empresarios como al pueblo y que se apaciguara un poco la eterna pelea.

—Necesito llegar ya —murmuré, mirando la hora.

Quería estar de regreso con Ximena para hablar sobre todo lo que haríamos a partir de mañana. Ya había tenido que decirle a la prensa que tenía una pareja y que no había nada de malo en ello, que respetaran mi intimidad y que en los siguientes días estaría compartiendo más detalles.

Habían quedado encantados, incluyendo Ulises. Quien no se lo había tomado a bien fue Renata, quien me había tratado de llevar con ella en privado para reclamar. Pero no consiguió hablar conmigo, ya que tenía una tanda de personas a las cuales atender.

Cuando reaccioné, vi que tanto Vittorio como aquella chica se estaban gritando, pero esta lo dejó ir, no sin antes levantarle el medio dedo y largarse.

—¿Me quieres explicar por qué te bajaste? Te dije que quiero llegar rápido al departamento, Vittorio —le reclamé cuando se subió.

—Perdóname, pero me enojé —se excusó—. Está buenísima esa condenada muchacha, pero está loca. Dijo que moriría en siete días.

—Con lo imprudente que eres, me sorprende que no te hayas muerto al nacer —repliqué con tono mordaz—. Vámonos ya.

—Quiero saber quién es, pero a la vez me da miedo, parece loca. Creo que su novio la engañó y va a ir a matarlo.

—Vittorio...

—¿Cómo se llamará?

—No sé y no me importa. Si mata al novio, la vas a ver en las noticias, y espero lo haga antes de mi sexenio, ¿nos podemos ir ya?

Mi primo asintió.

—Perdón, primo, pero nunca me impactó tanto nadie.

—Claro —dije con sarcasmo—. Eso solo te ha pasado con diez mujeres.

—Hablo en serio, me parece conocida, aunque no sé de dónde. Algún día lo voy a saber, me aprendí las placas.

—Deja tus tonterías y vámonos.

—No son tonterías, Alejandro —me dijo muy serio—. Quiero ver que pasa con esa loca.

No hice más caso de sus asuntos y volví a mi celular. Tan solo esperaba que Ximena siguiera mis consejos. Tenía planes esta noche de echar a andar mi plan y continuar con lo que queríamos hacer.

Sin embargo, al llegar al departamento, ella estaba sacando sus maletas de su recámara.

—¿Qué estás haciendo, Ximena? —le pregunté y ella me miró furiosa.

—Tu mujer, amante o lo que sea vino a decirme que me largara si no quería problemas —respondió—. Lo siento, Alejandro, pero yo en estos problemas no me meto. Quería ayudarte y ya me caes mejor y todo, pero no, paso de esto.

—¿De qué estás hablan...?

—Renata, así se llama la mujer con la que te estás acostando ahorita, ¿no? —me interrumpió, lo cual me dejó helado—. Pues sigue, sigue, eres libre de hacer lo que quieras, pero no me involucres. Nos vemos, fue un...

Ximena intentó avanzar, pero yo me interpuse en su camino. Ella tragó saliva, sin embargo, siguió mirándome a los ojos. Estaba muy enojada, cosa entendible, aunque no más que yo.

Renata me las iba a pagar.

—Tú no te vas a ningún lado, ¿me oyes? —le solté y tomé su maleta para lanzarla lejos.

—Oye, pero...

—No tengo nada con ella, es una loca.

—Ella dirige el partido que...

—Eso no importa, ella no puede contra mí, menos contra ti.

—Mira, Alejandro, esto...

—Mañana te anunciaré por todos lados, Ximena, y más vale que estés a la altura de las circunstancias —le advertí mientras la llevaba hacia su cuarto, tomándola de las caderas.

—¿Qué me vas a hacer?

«El hijo que tanto quiero contigo», pensé.

—Si todos en el país piensan que nos estamos acostando, será mejor que lo hagamos de verdad, ¿no es así?

Ximena comenzó a respirar más agitada. Estaba ruborizada como nunca y ya no me miraba a los ojos.

—Pero esa...

—Ella no es nadie —la interrumpí—. Tú, Ximena, tú eres mi primera dama.

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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora