PARTE V

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Ximena

Al salir de aquel sitio le mostré mi pulgar pintado a mi papá, quien me miraba enojado. Mi mamá estaba a su lado, tratando de calmarlo, pero ambas sabíamos que era inútil. Él no pararía nunca de reprocharme lo que acababa de hacer.

—En la casa hablamos —dijo con tono amenazante—. Me acabas de hacer quedar en ridículo, Ximena.

Dejé escapar un leve suspiro. Si bien sabía que no iba a golpearme, prefería eso a sus largas letanías. Parecía a veces que él prefería que Alejandro fuera su hijo y no yo.

«Sí, ya debo tomar las riendas de mi vida e irme», pensé de camino a la casa.

Mi papá se mantuvo en silencio todo el camino, pero cuando llegamos y estuvimos en la sala, empezó a soltar todo lo que guardaba en su ronco pecho.

—¡¿Cómo pudiste decir esas cosas?! —me gritó—. Eres una grosera, nosotros no te educamos así.

—José, por favor, tranquilo, te va a hacer daño —intervino mi mamá—. A lo que me contaste, seguramente Xime estaba bromeando.

—Así es —asentí—. ¿Yo qué iba a saber que Alejandro venía detrás de nosotros?

—Esas cosas no se dicen —masculló él—. ¿Por qué? ¿Qué te hizo?

—¿Tratarme con la punta del pie y burlarse de mí por ser gorda te parece poco? —respondí.
—Dios mío, esas eran...

—Me perdonas, pero no tiene justificación —me defendió mi mamá—. Yo estoy de acuerdo contigo en muchas cosas, pero no en esto.

«Mamita, te amo», pensé con algo de alivio. Las cosas no iban a salir bien, ya lo sabía, pero me alegraba que por fin ella estuviera de mi lado.

—Eran unos jovencitos, pero ahora los dos son adultos —replicó mi papá—. Tu hija debe aprender a ser menos inmadura.

Apreté los dientes. Tenía que contenerme para no gritarle sus cuatro verdades. Quería decirle que podía ser inmadura, pero al menos no una lamebotas con personas con puestos más altos.

—Me disculpé —le dije—. ¿Acaso no puedo hacer una broma?

—La política no es una broma.

—Díselo a millones de mexicanos —reí nerviosamente. Me estaba muriendo de coraje.

—Están pendejos —resopló—. Tú no puedes ser igual.

—Mi amor, te va a hacer daño —insistió mi mamá—. Ya, ya cálmate.

—Esta era nuestra oportunidad para quedar bien y la echaste a perder. —Mi papá me clavó su mirada furiosa, y eso me enfadó más.

—¿Y qué podríamos obtener de él? —repliqué sin poder controlarme—. ¿Ayudas? Olvídalo, él está en otro asunto, ni siquiera debe acordarse de nosotros.

—Claro que se acuerda, me saludó a pesar de tu grosería.

—Bueno, la de la grosería fui yo y no tú —repuse con un tono más calmado.

—¡Pero yo respondo por ti! —me gritó.

—Pues ya no —dije levantándome del sofá—. ¿Sabes qué? Mejor me voy a ir, ya no quiero que me digas qué hacer, estoy harta.

—Ándale, lárgate a ver si sobrevives con tus dibujitos —me dijo cuando yo subía las escaleras.

Mis ojos se llenaron de lágrimas por esas palabras tan hirientes. Definitivamente, mi papá no se medía.

—Pues esos dibujitos pagan muchas cosas en la casa —le respondí sin detener el paso.

Una vez que estuve en mi cuarto, me eché a llorar durante unos minutos. Sin embargo, me limpié las lágrimas y me acerqué a la computadora. Por lo general no tenía contacto personal con mis clientes, pero sí con una chica que solía escribir novelas políticas para sí misma; la pareja que siempre me pedía dibujar era muy bonita. Podía decirse que éramos amigas, y por eso no dudé en escribirle un poco para contarle que tal vez me iría de mi casa y que hoy saldría para despejarme un poco.

Alexi93: ¿Por qué? ¿A dónde vas?

Xime: No lo sé, por ahí.

Alexi93: Es peligroso, ¿no crees? Mejor tranquilízate.

Xime: A estas alturas me da igual jajaja. Si me atropellara un camión, posiblemente sería lo mejor. O tal vez me escape con cualquier señor que vea por ahí.

Alexia me siguió escribiendo más cosas, pero cerré mi computadora. Ya me pondría en contacto con ella para tranquilizarla, pues se preocupaba mucho por mí.

Ahora lo más importante era salir de la casa.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora