PARTE VII

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Ximena

Toda la vida me dijeron que nunca debía hablar con extraños y mucho menos irme con ellos, pero tenía el presentimiento de que me iba a ir peor si me negaba a acompañar al sujeto, quien todo el tiempo vigilaba que caminara casi al mismo ritmo que él. Si en algo era buena, a pesar de mi baja estatura, era el que podía caminar velozmente y aguantar la marcha durante al menos una hora sin detenerme. A menudo mis papás se quejaban de mí cuando era una niña, ya que yo me alejaba muchos metros, así que con el tiempo tuve que aprender a moderar la velocidad de mis pasos.

Pero ahora se sentía bastante bien el poder seguir a este hombre, ya que él también caminaba velozmente. Tal vez por ello le seguía, porque se sentía como un acto rebelde en contra de mi padre. Siendo objetiva, no tenía ningún motivo para vengarme y poner en peligro mi vida, sin embargo, ya era demasiado tarde para detenerme.

—Súbase —me ordenó cuando llegamos frente a una camioneta negra.

Entorné los ojos y miré a los guardias que la custodiaban. Sí, esto tenía pinta de algo presidencial, pero también de un secuestro.

—Ah, no, ¿qué dijeron? ¿Qué me iba a subir a una camioneta así como así? —dije retrocediendo—. Lo siento, pero no estoy de humor para ser secuestrada.

—No es un secuestro. Si lo fuera, ¿cree que estaría en medio de la calle y a la vista de todos?

—Los secuestradores y extorsionadores ya son más creativos –repliqué con una sonrisa y cruzándome de brazos, aunque por dentro moría de miedo.

«Dios mío, que no me vayan a hacer nada», pensé. El hombre, que todavía no me había dicho cómo se llamaba, resopló con exasperación.

—Puede confiar en nosotros —me dijo—. Nuestro presidente no se metería en problemas de esta magnitud.

—Perdón, pero es candidato. Ni siquiera se han cerrado las casillas.

—Las encuestas están a su favor. Es obvio que vamos a ganar.

—Más rápido cae un hablador que un cojo —mascullé, aunque sabía que esas encuestas eran básicamente una predicción de todos los resultados que darían en los siguientes días—. Bien, me voy con ustedes, pero al menos quiero una camisa del partido. No voté por él, pero admito que esas camisas sirven como pijama.

El señor La Mole intercambió una mirada con otro de los guardias. Estaban intentando no reírse, y esperaba que al menos eso ayudara a caerles bien y que no me hicieran nada.

—Está bien, más tarde se la daremos —dijo el guardia guapo—. Solo súbase.

El corazón me latía a mil por hora, pero confiando en Dios y en la Virgen María, me subí a la camioneta.

Una vez que estuve adentro, me puse el cinturón y me concentré en el olor a nuevo y a perfume de hombre. Me pregunté si Alejandro usaba esta camioneta o eran sus guardaespaldas los que olían tan rico.

No hice ninguna pregunta durante el camino. Sabía que si ya había cometido la tontería de subirme, lo último que podía hacer era molestarlos. En la plaza era una cosa, ahora era otra. 

Me imaginé cientos de cosas muy feas, las cuales incrementaron mi nerviosismo. No creía de verdad que fuera a ver otra vez a Alejandro, ya que si algo le reconocía es que era un hombre bastante ocupado. Por lo poco que sabía, ya hasta se había reunido con inversionistas de primer nivel, quienes estaban interesados en entrar al país si él llegaba a gobernarlo.

Finalmente, llegamos a un edificio de departamentos de lujo. El conductor entró por el estacionamiento subterráneo, y a mí me recorrió un sudor frío por el cuerpo. Estaba de acuerdo en que Alejandro debía mantener su privacidad, pero me estaba poniendo muy nerviosa.

—Llegamos —anunció el señor La Mole.

—¿Cuál es su nombre? —le pregunté—. Digo, si usted sabe quien soy, merezco...

—Claudio Páez, su servidor —se presentó.

—No tiene cara de Claudio —solté, lo que hizo reír a los dos guardias de adelante.

Claudio sonrió. No parecía ofendido, lo cual me gustó y me hizo felicitarlo internamente por su masculinidad fuerte. «No como otros, que se llevan y no se aguantan», pensé de manera mordaz.

—¿Y de qué tengo cara?

—Pues un nombre más rudo. —Me encogí de hombros—. En fin, no se ofenda, es un bonito y dulce nombre de todos modos.

Alguien tocó la ventanilla en ese momento. Pensando que era otro guardia me volví hacia la puerta y me dejé ayudar por esa mano fuerte y firme. Al estrellarme contra su pecho y alzar la vista, comprendí que no era ningún guardia, sino el mismísimo Alejandro, quien me escrutaba con aquellos calculadores y poco cálidos ojos grises.

—Bastante desalineada —murmuró mientras me echaba el cabello hacia atrás con ambas manos—. Pero me vas a servir.

—¿Qué?

—Hablaremos de eso adentro —me dijo con una sonrisa que, a pesar de ser muy hermosa, me dio muchísimo miedo—. Y espero que aceptes por las buenas el trabajo que voy a proponerte.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora