PARTE XXIV

11.9K 1.2K 146
                                    

Ximena 

Al poco tiempo de estar en el hospital nos informaron que por fortuna a mi padre no le habían perforado órganos vitales, pero que debíamos conseguir donadores de sangre porque él había perdido mucha. El primero en ofrecerse a donar fue Alejandro, quien era donador universal y pese a la reticencia por su parte, yo también me ofrecí porque tenía el mismo tipo de sangre, sin embargo, los análisis previos demostraron que estaba comenzando un proceso infeccioso en la garganta y que no podía donar. En el caso de Alejandro no era sí, por tanto, él pudo entrar a donar sin ningún problema.

—Ese hombre realmente te quiere, hija —me dijo mi mamá—. Mira que donar sangre.

—Sí, te lo dije, mamá.

—Por el momento creen que es suficiente —dijo Alejandro al llegar de nuevo con nosotras. Este estaba un poco pálido, pero se le veía bien.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté preocupada.

—Un poco débil, pero estoy bien —me respondió con dulzura—. Tal vez mañana traslademos a tu papá a otro hospital para que esté más cómodo. Mejor dicho, en unas horas, ya es de madrugada.

—Váyanse a descansar —nos dijo mi mamá.

—No, me quiero quedar.

—Va a ser lo mejor —dijo Alejandro—. Te prometo que más tarde vamos a llevarlo a otro sitio para que solo lo atiendan a él.

—¿Puedes manejar?

—Sí, ya esperé casi una hora —asintió Alejandro—. Nos vamos con cuidado.

—Está bien, muchachos. Con cuidado.

—No sé si irme —dije indecisa—. Es que...

—Es que nada, hija. Me sirves más descansada. Si quieres más tarde me relevas, pero por favor descansa.

—Okey, mamá. —Solté un suspiro y tomé del brazo a Alejandro—. Vamos.

—Sí.

Sabia que él no necesitaba que lo sujetara, pero tenía miedo de que se cayera, así que no lo solté en todo el trayecto hacia su coche, y él tampoco me impidió que lo ayudara, incluso parecía que le gustaba.

—¿Te sientes bien para manejar? —insistí.

—Sí, claro que sí. Nunca te pondría en riesgo —dijo en voz baja—. Mientras no me beses, creo que estaré bien.

—¿Qué?

—Tus besos sí me marean —respondió con una adorable sonrisa—. Así que eso lo reservamos para la casa.

—Me parece bien.

Dejé escapar un bostezo y recargué la cabeza contra el respaldo. A pesar de la preocupación, los párpados me pesaban mucho y no sabía si iba a poder aguantar todo el camino.

—Duérmete —me susurró Alejandro—. Tienes que descansar.

Abrí un poco los ojos para encontrarme con su rostro muy cerca del mío. Alejandro estaba acariciando mi sien de una forma en que no me costó nada quedarme dormida plácidamente hasta que la conciencia volvió a mí y desperté enredada en las sábanas, con el pijama más cómodo del mundo, la camisa del partido y un pantalón suave.

—Me pregunto quién fue el bribón que me vistió —susurré cuando vi a Alejandro admirarme. Él tenía el torso desnudo y podía sentir su bulto entre mis piernas.

—Uno que te desea demasiado —me contestó mirándome con fascinación—. Pensé que no te ibas a molestar, perdóname.

—Mmm... Eres un poco irrespetuoso, pero tienes suerte de que me gustan esas faltas de respeto —contesté sin pensar.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora