PARTE XXIII

12.9K 1.2K 50
                                    

Ximena

Alejandro me repetía una y otra vez que no tenía nada de que preocuparme, que pronto íbamos a sacar a mi papá de allí, pero esas palabras de nada me servían, por el contrario, me estaba poniendo más y más nerviosa durante el camino. Si bien él no era la mejor persona del mundo, era mi papá y lo quería; me negaba a que se muriera y que mi mamá se quedara sola.

—Ximena, respira —me dijo Alejandro cuando estacionó frente a la Cruz Roja—. Lo vamos a trasladar al mejor hospital en cuanto se pueda, ¿sí? Pero no…

—Es mi papá, Alejandro, no me digas que no llore o que me calme —le dije molesta, pero al ver su cara de vergüenza me arrepentí y le acaricié el rostro—. Perdón, Alejandro, perdón, estoy muy nerviosa. No mereces que te trate así.

—Claro que sí, me estoy pasando de idiota —dijo—. Solo déjame estar contigo, ¿sí? Haremos lo que tengamos que hacer. Nos vamos a ocupar en lugar de preocuparnos, y eso hará que todo salga bien.

—Sí, yo confío en ti —asentí, sintiéndome un poco mejor.

—Gracias por eso. —Sonrió levemente—. No le va a pasar nada, ya vas a verlo.

—Sí, no le va a pasar nada. Él es fuerte.

—Claro que sí, ¿no te acuerdas de cuando lanzó a uno de los amigos de Josué al otro lado de la calle?

—Bueno, no fue tan así —reí—. Lo lanzó lejos, pero no hasta el otro lado.

—Como sea, pero es fuerte. No llores, hermosa.

Sin importarme nada, me alcé un poco para besarlo con suavidad en los labios. A pesar de la preocupación me sentí electrizada y muchas cosas se me pasaron por la cabeza.

—Creo que deberíamos evitar los besos —soltó una risa nerviosa—. De verdad no sé qué me pasa cuando nos besamos, pero…

—A mí también me pasa —dije con el ceño fruncido—. ¿Crees que se nos pase?

—No lo sé, creo que en algún momento, pero a decir verdad besas tan bien que… Mejor vamos, Ximena.

—Sí.

Alejandro se bajó del coche y vino a abrirme la puerta. Al bajarnos, me cerró más la chamarra, se puso su cubrebocas y gorra para disimular su identidad y entonces nos encaminamos hacia la entrada, en donde estaba mi mamá.

—Hija —saludó contenta y me vino a abrazar—. Ay, hija.

—Mamá, ¿qué pasó? —pregunté nerviosa.

—Fueron unos amigos del tonto de tu hermano —me explicó—. Otra vez se metió en problemas de apuestas.

—Ay, no —susurré—. ¿Por qué es tan inconsciente? ¿Por qué?

—No sé, pero pensó que sí iba a poder pagar.

—¿En dónde está? —exigí saber.

—Escondido en algún lado, seguramente —dijo ella, angustiada. De repente se fijó en Alejandro y lo miró avergonzada—. Dios mío, ¿es usted?

—Sí, señora —contestó él en voz baja.

—Qué vergüenza…

—No, no estoy aquí para juzgar, sino para apoyar —le aclaró Alejandro y yo asentí.

—Sí, mamá, nos quiere ayudar.

—Ximena, mi amor, yo no soy como tu papá. No tienes que hacer esto para ayudarnos. Y perdóname, hijo, perdón que te tutee ahora, pero te hablo como ese muchacho que venía a mi casa, Ximena…

—Mamá, Alejandro y yo nos queremos —le dije—. Queremos estar juntos.

—Pero…

—Es cierto, señora —secundó él, abrazándome por los hombros—. Esta relación es de verdad.

—Cuando José se recupere vamos a hablar bien de eso. A mí sigue sin cuadrarme mucho, aunque mi marido se pusiera feliz. Digo, yo también soy feliz si mi hija lo es, pero…

—Voy a ir a preguntar si es posible que podamos trasladar al señor a otro hospital. No dudo que aquí hagan un excelente trabajo, pero creo que estaría más cómodo si lo llevamos.

—Bueno, hijo, ya que serás lo que ya sabemos, deberías de confiar en los hospitales —murmuró mi mamá y yo la reprendí con la mirada.

—Todavía no soy lo que ya sabemos —repuso Alejandro sin perder la calma—. Solo me han elegido. Pero créame que uno de mis objetivos es mejorar el sector salud.

—Perdón, hijo, estoy muy nerviosa. —Mi mamá suspiró.

Cuando nos quedamos a solas, mi mamá me tomó de las manos.

—Espero que todo salga bien —me dijo con los ojos llorosos—. Amo a tu papá, no sé qué sería de mí sin él.

—No le va a pasar nada —le prometí, aunque yo también tuviera miedo—. Todo va a estar bien, mami.

—Siempre me dices eso desde que estás chiquita. —Sonrió—. Yo te creo, mi amor, claro que sí. Si tú dices que tu papá se va a mejorar, eso es lo que pasará.

—Confiemos en Dios —contesté—. Él no nos va a soltar, no lo va a soltar a él.

—Hija, ¿de verdad estás enamorada de Alejandro? —me preguntó y yo hice una mueca. No me parecía el lugar ni el momento para hablar sobre eso—. Nena…

—Sí, mamá. Estoy enamorándome perdidamente de él —contesté sinceramente—. Y bueno, tendré que prepararme.

—¿Acaso tú y él…?

—Sí, mamá —asentí—. Alejandro quiere que sea su esposa. Y yo también lo quiero.

***
No te olvides de dejar tu voto y comentario para más capítulos ❤️

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora