PARTE XXV

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Alejandro

Para mi buena suerte, Ximena no me preguntó demasiado sobre ese supuesto negocio que había salido bien y pudimos desayunar en completa calma. Sin embargo, no podía dejar de mirarla en busca de signos de embarazo.

—Oye, te me quedas viendo mucho —dijo riéndose—. ¿Tengo algo?

—No, pero es que cada día amaneces más hermosa —respondí alargando el brazo para acariciarle la mejilla.

—Haré como que te creo —asintió—. Seguro tengo algún barro de esos feos.

—Para nada, mi amor —dije sonriente—. Es en serio, cada día eres más hermosa.

No era ninguna mentira. Ximena cada vez me parecía más preciosa, con más color en el rostro y brillo en la mirada. Pero no sabía si aquello era a causa del sexo, de estar enamorada o porque definitivamente estaba embarazada de mí. Todavía era muy pronto como para que eso se manifestara, pero si ella había dicho que creía que lo estaría era por algo.

Mi madre siempre decía que ese tipo de cosas lo sentían las mujeres. Solo esperaba que aquello fuera verdad, que mi futura esposa pudiera ser capaz de acertar. Era muy pronto para dar ese paso, pero yo llevaba tantos años amándola que el casarnos y tener una familia era mi más grande sueño. No importaba saltarnos toda aquella etapa del noviazgo, yo le daría todo eso teniendo a nuestro hijo.

—Bueno, tú estás más o menos —bromeó, pero antes de que me sintiera mal, se echó a reír—. Ya sabes que no es cierto, que eres tan guapo que hasta me duelen los ojos de mirarte.

—Mmm…

—Es en serio, pero siendo sincera, no me gustabas antes, eras muy malo conmigo.

—Perdóname —le pedí arrepentido—. No sabía cómo gestionar lo que sentía por ti.

—Sí, ahora lo comprendo. No te preocupes, que ya casi se me olvida.

—Te amo, Ximena. Llevo mucho tiempo amándote.

Antes de que pudiera lanzarme sobre ella y besarla, tocaron a la puerta. Los dos soltamos un gruñido de exasperación, pero en el fondo también lo agradecí un poco. Si nos besábamos solo Dios sabía cuánto tiempo íbamos a estar en la cama antes de reaccionar.

Cuando fui a abrir, no me sorprendí de ver a mi primo. Era la única persona que podía entrar a visitarme al edificio y en mi casa, casa a la cual quería llevar a Ximena una vez que lo nuestro se hiciera público. Además, él me llevaría a mi compromiso de hoy.

—Buenos días, primito —saludó con un tono más feliz de lo usual. Él siempre estaba contento, pero hoy lo estaba más—. Ya por fin, después de averiguar demasiado, supe quién es esa rubia. Me costó trabajo porque ese carro no era suyo, era de una compañera. Se lo robó por venganza.

—¿Cómo?

—Sí, porque ella compró una pieza de joyería, que era única, antes que ella. Ya sabes, cosas de niñas ricas y que no tienen nada que hacer.

—Y si ella es una muchacha que piensas que es tonta, ¿para que…?

—Es que Camila no es nada tonta, solo vengativa. Y bastante lista si logró llevarse un coche, ¿no crees?

—Es una ladrona, sin oficio ni beneficio.

—Ja, ja, ya quisieras —se ríe, pero luego hace una mueca—. Viene de la familia Duarte, los de las tiendas. Es hija del señor Duarte. Se pudre en dinero la muy cabroncita.

—Entonces no la vas a tener nada fácil —sonreí.

—¿Acaso somos fáciles las que no venimos de familia de abolengo? —preguntó mi indignada prometida mientras se acercaba.

—No, amor, claro que no —contesté—. Me refiero a que ese tipo de gente es muy cerrada con su círculo social.

—¿No los conoces?

—No, no he tenido la oportunidad de conocerles persona, pero supongo que en cualquier momento lo haré por el tema de las fundaciones que están bajo su mando. —Me encogí de hombros.

—Octubre, llega ya —masculló mi primo.

«No, por favor, no», pensé. Estar más ocupado de lo que estaba ahora no era nada deseable para mí. Antes lo deseaba, pero ahora que tenía a Ximena y que lo nuestro era real, no me gustaba separarme ni un solo instante de su lado.

—Va a ser interesante —dijo mi prometida sonriendo—. Quiero aprender a ayudar a las personas. Bueno, si tú me permi…

—Claro que sí —dije abrazándola por detrás y besando su mejilla—. Vas a ser la mejor primera dama.

—Ay, Dios mío, me va a dar diabetes —dijo Vittorio—. Ya en serio, me da gusto que estén juntos, se les ve bien.

—Gracias, Vittorio —dijo Ximena, alzando un poco el rostro para sonreírme.

—Mi amor, Claudio te va a llevar al hospital —le avisé—. No tarda en venir, así que apurémonos.

—¿Hospital? ¿Qué pasó? —inquirió Victorio mientras caminábamos hacia el comedor.

—Les quisieron robar a mis papás y apuñalaron a mi papá —le contó Ximena.

—No puede ser —susurró mi primo—. ¿Y está bien?

—Sí, Alejandro le donó sangre —sonrió mi mujer, tomándome de la mano—. Y voy a ir a relevar a mi mamá por un rato.

—Lo siento, Xime —dijo Vittorio.

—Ximena —dije entre dientes.

Ximena y Vittorio se echaron a reír. Este último se sentó y me palmeó el hombro.

—Hombre, no seas celoso. Esta linda señorita será mi prima, o sea, intocable.

—No te preocupes, Vittorio, me puedes decir como quieras —le dijo Ximena.

—No, por su nombre —corregí yo, más molesto—. O Xime a lo mucho, está bien.

Ellos se volvieron a reír.

Después de un rato, Ximena tuvo que irse con Claudio hacia el hospital. Yo iba a tener una reunión privada con el presidente para discutir algunos puntos de la reunión pública que tendríamos en unos cuantos días más. Además, ambos teníamos que ver a unos cuantos inversionistas más que insistían en algunas modificaciones a algunas reformas para que pudieran entrar en el país sin ningún problema. Yo no estaba de acuerdo, pues eso implicaba cobrarles menos impuestos, pero el presidente quería tratar el tema antes de rechazar o aprobar.

Me esperaba un día bastante pesado.

Durante el camino hacia el departamento que nadie conocía del presidente —pues él abiertamente vivía en Los Pinos—, recibí una llamada de Claudio.

—Es Claudio, algo pasó —dije preocupado.

—Oye, pero ya casi llegamos —dijo Vittorio—. Si quieres yo me encargo, Alejandro.

—No, voy a contestar.

—Bueno, pero apúrate —me dijo mi primo, que estaba viendo donde estacionarse—. Cualquier cosa, yo me hago cargo. El presidente te va a jalar las orejas si no te presentas.

—¿Claudio? ¿Pasa algo? —respondí la llamada sin hacer mucho caso de la advertencia de Vittorio. El bien del país me importaba, pero no era nada en comparación con Ximena.

Mi primera dama era mi prioridad más allá del número uno.

—Señor, perdóneme que lo interrumpa. La señorita Ximena me dijo que no le contara nada por ahora, pero usted sabe que yo no lo voy a desobedecer.

—¿Qué pasó? Dime, Claudio —exigí con el corazón acelerado.

—Antes que nada, debo aclarar que ella está bien, solo fue el susto.

—¡¿Qué le pasó!? —grité—. Perdón, pero dime, dime que…

—La prensa se nos vino encima al llegar al hospital —me contestó—. Y una persona desconocida trató de lanzarle café hirviendo a su novia. trató de lanzarle café hirviendo a su novia.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora